Reflexión en la bici Nº3. El engaño.
El engaño cobró mayor notoriedad a partir de los doce, o capaz que desde un
poco antes. La reacción se empezó a manifestar como un grito interno que iba
subiendo por adentro como una calentura y casi me hacía llorar. Esa sensación
nunca desapareció y recién mientras la recordaba la sentí y la puedo sentir
cada vez que quiera. Parece que ahí se establece la diferencia entre esos
recuerdos que son reales y esos que son un invento, inocente, humano invento,
para justificar la identidad actual. Parece que lo real no puede desaparecer,
que está ligado a la parte de uno mismo que nunca se modifica y que está tan
resguardada e inaccesible, y que por lo tanto bien le cabría la categoría de
vivencia y no la de recuerdo. Tal vez el recuerdo, por su propia condición de
no estar en el presente, pierda también toda capacidad de ser real y lo único
en lo que vale poner atención es en la vivencia. Eso te pone en un estado
animal o hasta vegetal. Me gusta cómo demandan las plantas: se empiezan a morir.
Así piden agua. Sus estados físico y emocional son un mismo estado. Su pasado
se ve ahora, no es una construcción. Por eso cuidar una planta no es tan fácil.
Porque los humanos no les podemos mentir como nos mentimos entre nosotros. No
le podés hacer creer que la regaste y que es una tontería que se esté muriendo
así. Con las plantas y los animales sólo existe el amor-acción, no el
amor-chamuyo. En cambio entre las personas nos vamos haciendo creer que nuestro
estado actual es equivocado ya que en el pasado tal cosa. Vamos quedando
absolutamente presos de lo que creemos que fuimos, ignorando que la única
opción del ser es la actual. Esta actitud queda muy clara en el campo de la
belleza y la estética corporal y la juventud y toda esa porquería que como
sociedad tontita que somos, valoramos mucho. Ahí se ve claramente, pero no deja
de ser una representación bruta de un estado muy delicado del cuerpo emocional
en el que el valor de la imagen amenaza la integridad de la esencia a niveles
más íntimos. La mentira del decir ser. Vamos muriendo haciéndonos creer que nos
regamos. Creo que este es el descubrimiento que se da en la pubertad y que te
hace darte cuenta de que la vida también es un poco una mierda. Es verdad que
las ganas de coger y de no saber cómo ni cuándo ni dónde ni mucho menos con
quién, te van desorientando mucho, pero me parece que esto está sobrestimado
por tantos años de freudfilia. Me parece que lo que un guacho o una guacha de
trece, o doce, u once, no importa, empieza a notar y a sentir, es esa exigencia
tan dañina de la sociedad: la consecuencia. Salir de la niñez es un poco eso, y
en este mundo hiperpsicoanalizado y categorizado y valorado y organizado a
partir de la consecución de objetivos, salir de la niñez es como perder la
humanidad. Entonces pensaba hoy que toda la locura de la pubertad que explota
en la adolescencia, está falsamente atribuida al llamado despertar sexual, que
por cierto, es una estupidez también, ya que no hay un despertar sexual sino
que el coger está presente en cualquier niño más incluso que en algunos
adultos. Personalmente, recuerdo mis primeras excitaciones a los cuatro años.
Lo que no recuerdo de los cuatro años es la sensación de deber ser, que sí
recuerdo de los doce. Y también recuerdo que los adultos atribuyeran mi
melancolía muchas veces manifestada como violencia, a razones sexuales,
hormonales, etcétera y que eso me hiciera enojar más. Porque no hay que
estudiar un carajo para entender que un pibe empieza a sufrir el día en que le
dijeron que ya no puede jugar más y que ahora debe tomar determinaciones
considerando las repercusiones futuras que sus acciones actuales van a condicionar.
Nuestra sociedad le empieza a exigir esa noción que es tan corta, tan poco
inclusiva y comprensiva de todo el complejo de nuestro ser, más o menos a los
humanitos de doce. Me acuerdo fijo que tuve que tomar la decisión de dejar de
ver dibujitos y de dejar de jugar con los playmobil. No era que ya no me
divirtieran, era que ya no estaba en edad. Y nadie me dijo que no estaba en
edad, es que son requerimientos del colectivo. Es un tejido complejo que se va
desarrollando en todos los ámbitos a la vez. Vas dejando de tener edad para
ciertas cosas, casualmente muy divertidas, y vas teniendo edad para otras,
casualmente mucho más aburridas y funcionales a los intereses de ciertos
sectores de la sociedad. Hoy tengo veintiocho y hay decisiones o elecciones que
me cuesta contemplar por no estar en edad. Siento la misma tristeza, el mismo
encierro que a los doce. Las mismas ganas de jugar y de dedicarme a actividades
puramente de fantasía. Quiero decir, no se trata de ser un inservible, no es esto
una apología del me chupa todo un huevo, sino todo lo contrario. Alguien puede
elegir convertirse en ingeniero o laburar en una fábrica desde la concepción
del juego, el problema es que decidimos fundamentalmente desde dos plataformas:
el dinero por un lado, y el cómo nos vemos, por otro. Tenemos un mundo lleno de
gente haciendo cosas que no les gustan por guita. Y tenemos un mundo lleno de
gente haciendo cosas que no disfrutan para verse copados. Y tenemos un discurso
que es naturalmente aceptado, y que los que quedaron como buenos de la película
utilizan constantemente aparentemente sin pensar: tenemos que defender los
derechos de los trabajadores. Y así el mundo parece dividirse entre los
explotadores y los que defienden los derechos de los trabajadores. Yo creo que
el principal derecho de un trabajador debería ser elegir si quiere trabajar de
eso o no. Vengo pensando que “defender los derechos de los trabajadores” es una
de las hipocresías más forras de nuestra historia capitalista. ¿A qué
trabajadores apuntan los defensores de los derechos de los trabajadores? Defender
los derechos de los trabajadores que trabajan para mí, que pude elegir trabajar
de lo que quise, leo en la consigna. Yo por mi parte abogo por poner una bomba
en el sistema laboral actual. No puedo entender por qué regalamos nuestra vida
produciendo objetos que nunca podremos tener y que encima, en caso de
conseguirlos, no nos servirían para un carajo, ya que muy bien vivimos sin
ellos. O por qué regalamos nuestra vida produciendo una educación inicial,
primaria y secundaria tan en función de los intereses del capitalismo. Sé que
esto lo sabemos todos, y no entiendo por qué así y todo esto no se pone en
discusión con más normalidad y sin embargo, “defender los derechos de los
trabajadores” y trabajar de algo que no me gusta trabajar o ir a la escuela,
portan la bandera de la honorabilidad. Y entonces recuerdo a Simón Radowitsky o
a Severino Di Giovanni y me reconfortan y me dejan respirar y entiendo todo. Y
vuelvo de un soplo a los diez, edad en la que le preguntaba a mi vieja o a
otros adultos por qué trabajaban de algo que les hacía putear tanto, ser tan
poco felices, y me decían que lo iba a entender cuando fuera grande, que a
veces había que hacer determinadas cosas aunque no te gustaran. Y ahora soy
grande y sigo sin entender, es más, entiendo menos. Lo único que entiendo es
que una fuerza colectiva nos está re cagando y haciendo confundir. Nos siento
presos de nuestras falsas necesidades materiales y psicológicas nadando en el
lago caliente de la paja mental. Y me da bronca que me hayan mentido y me hayan
hecho creer que la angustia que sentía a los doce se debía a una sexualidad que
estaba empezando a expresarse sin cauce, y que me hicieran ver “¿Qué me está
pasando?” cuando el problema era otro: me estoy dando cuenta de que me están
cagando, me estoy dando cuenta de que me quieren sacar mi vida y ponerla al
servicio de la sociedad de consumo, ¡déjenme seguir viendo dibujitos, manga de
mierdas! ¡Déjenme seguir escribiendo cuentos y haciendo dibujos y déjenme en
verdadera paz! Ese grito interno me sigue quemando, y juro que me dedico cien
por ciento a encontrarle una solución a esto. Porque también recuerdo que no
fue algo personal, individual, sino que nos pasó a todos los niños más o menos
a la misma edad, y porque nos sigue pasando de grandes, y porque me mata cada
vez que alguien manifiesta a los cincuenta años su arrepentimiento por haber
regalado su vida. Me vuelve loco que sea normal la añoranza imposible de volver
a nacer.