viernes, 20 de abril de 2012

La noche del eclipse

Mi mamá dice que la gente de acá es como atrasada y que por eso los chicos están como locos con las escaleras mecánicas que pusieron el otro día. Es una de esas cosas que me dice a veces cuando viajamos en el colectivo o vamos al supermercado. Me lo comenta bien bajito, medio al oído y siempre, después de eso, termina agarrándome de los hombros, pero suave, porque a veces me agarra y me sarandea y capaz que me pega un bife y me tira del pelo o de la oreja cuando me mando alguna cagada. Pero cuando habla de que la gente de acá es atrasada, me agarra despacio y con los ojos apuntándome directo me aclara siempre que no ande repitiendo esas cosas, que esos son temas que hablamos entre nosotros dos nomás, porque a algunos puede caerle mal, y según ella, yo de vez en cuando meto la pata feo y quedo como el culo delante de cualquiera. Parece que es porque somos de Capital, y entonces conocemos cosas que los de acá no conocen. Igual yo mucho de Capital no me acuerdo, porque cuando nos vinimos a vivir para el sur, yo era casi un bebé, bah, en realidad tenía tres años y un poco me acuerdo de algunas cosas. Igual las escaleras no me sorprenden, porque cuando vamos a visitar a mi abuela en vacaciones, siempre andamos en el subte y ahí está lleno de escaleras mecánicas. De lo que no me olvido es de que cuando nos vinimos para acá, viajamos en el tren, que tardó un día entero. Hasta el auto iba en el tren. Era un Peugeot 504 que estaba todo roto. Yo las marcas de auto me las sé casi todas. En el tren yo tenía una bolsa de esas negras, de consorcio, con mis juguetes. Y me acuerdo que mi favorito era un camión de bomberos, que era nuevo. Yo quería sacarlo de la bolsa pero mi mamá me decía que no porque se iba a perder, pero se ve que insistí tanto que me dejó, y al final ella tenía razón porque se perdió, o se lo robó alguien, no sé. La mamá de Daniel, que se llama Daniela, siempre dice cuando voy a comer a su casa después de la escuela que los porteños son todos agrandados y fanfarrones. A mí un poco eso me molesta, no se bien por qué, pero ella me parece que no sabe que soy porteño, porque a mi me trata muy bien y siempre me pregunta cosas y dice que soy muy maduro y educado. Las maestras dicen lo mismo, pero porque en la escuela me va bien. A Daniel le va más o menos, y su mamá siempre le dice que debería aprender de mi, que no tengo ningún poco satisfactorio en el boletín. E igual que a mi cuando me retan, siempre se lo dice gritándole, pero enseguida se le pasa el enojo, y bici nueva, play station nueva y hasta plata le dan. En cambio a mi no me dan nada por tener sobresalientes. Yo sé que mucha plata no hay en mi casa porque cuando nos fuimos de Buenos Aires nos convertimos en clase media venida abajo, o algo así, no me acuerdo bien, pero mi mamá dice que no es por eso, por la plata. Dice que como ir a la escuela es mi obligación, no tengo porqué recibir premios por tener notas tan buenas. Una lástima. Siempre pienso que si yo fuera hijo de Daniela, sería rico. Pero bueno, a uno le toca lo que le toca, y ajo y agua. Yo no sé por qué me va tan bien. A mi la escuela me resulta horrenda. Lo único que me gusta de ir es cuando jugamos al fútbol, que es casi siempre. Bah, en los recreos y a veces en educación física, sobre todo cuando viene un profesor suplente, que tira la pelota en la mitad de la cancha y chau. La profesora titular que se llama Fernanda y se enferma seguido, nos hace jugar al handball o la matanza. Esos juegos me gustan porque ahí también juegan las chicas, y jugar con las chicas es divertido. Y también me gusta Rocío. Desde primer grado que me gusta. A la matanza siempre le apunto a ella y ella siempre me apunta a mi, y siempre me emboca, aunque mucha veces yo me dejo para que se ponga contenta nomás. Es mi mejor amiga pero nunca le dije que me gustaba, ni se lo voy a decir; no vaya a ser cosa que después no nos hablemos más. Igual para mí que se lo imagina. Una vez me dijo que en tercer grado yo le había gustado dos semanas, pero después cuando me pelé, no le gusté más. No sé para qué le di bola a mi hermana. Ella me convenció de que me pelara con la máquina, para que no tuviera tanto calor con semejante melena. Rocío tiene un pelote largo y todo lleno de rulos y de cara se parece a un gato, que es mi animal preferido. Yo ahora lo tengo largo de nuevo, por eso la mayoría de los chicos de la escuela me dice cabezón. Mi amigo Juan, que es mi mejor amigo, también me dice huevo, desde tercer grado. No sé por qué le di bola a mi hermana. Ayer le regalé una Rodhesia. Siempre le regalo alguna cosa. Alfajores, sanguches, chocolates, chupetines, caramelos y esas cosas. Siempre mi mamá me manda a la escuela con un alfajor para el recreo, pero a mi mucho no me gustan las cosas dulces, así que aprovecho y lo que tenga se lo doy a Rocío. Y ayer me mandaron con una Rodhesia, porque mi tía mandó una encomienda llena. Rocío me dijo que era su golosina preferida, así que estuvo genial. Para mi son horribles. No me gustan el limón y el chocolate juntos. Pobre mi tía, no sabe. Igual ahora le dije que era mi golosina preferida, así me manda siempre y yo puedo ir y regalárselas todas a Ro. Algún día, si sigo así, estoy seguro de que voy a empezar a gustarle. Ayer me dijo que era muy tierno y me hizo una caricia en la cara, y yo pensé que la había enamorado, porque me dijo que después tenía que hablar algo muy importante conmigo. Le insistí para que habláramos en ese momento, antes de que terminara el recreo, pero me dijo que no, que como a la noche íbamos a ir todos lo del grado al observatorio a ver el eclipse, aprovechaba y me lo decía ahí. Me pareció que era buena idea hablar de esas cosas a la noche y en el observatorio, como que era más romántico, así que aproveché y me fui rápido a jugar al fútbol. El resto de la mañana estuve muy contento. Durante la hora de plástica, en la que siempre se puede charlar tranquilo con el compañero de banco, le conté a Juan lo que me había dicho Rocío. Se puso feliz y me prometió que no iba a contarle nada a nadie. Cuando él dice que va a guardar un secreto, nunca falla. Es el mejor. Yo con Juan me siento todos los días, desde segundo grado, siempre, porque con él nos llevamos bárbaro todo el tiempo. Sentarse con Daniel, en cambio, no es tan divertido porque a veces se pone muy cargoso y por ahí te pega piñas en el brazo o te molesta o encuentra algo para burlarse de uno. Mi hermana dice que eso es un complejo de inferioridad que tiene por ser gordo, pero para mi una cosa no tiene nada que ver con la otra. La familia de Juan también es la mejor. Me encanta ir a su casa después de la escuela porque ahí nadie le grita a nadie y tiene dos hermanas más grandes, una de trece y otra de quince que son hermosas, aunque no tanto como Ro, obvio. Además tiene un montón de amigos en el barrio, entonces se arman unos partidos buenísimos. Lo único malo, es que su mamá le pone azúcar a la leche chocolatada y eso está muy mal, porque el Nesquick ya viene con azúcar. Yo me la tomo igual, aunque me muera del asco, porque me da vergüenza decir que está fea y a veces hasta arcadas me dan. Pero eso es lo de menos la verdad, y por eso me alegré mucho cuando me invitó a almorzar después de la escuela. Lo pensamos todo: comemos, jugamos un poco al Supernintendo, después al fútbol toda la tarde, después tomamos la leche, después charlamos un poco y después, derechito al observatorio a ver el eclipse y Rocío, Rocío, Rocío. Se nos ocurrió que podíamos invitar a Daniel también, y así ser más para jugar a la pelota, pero él nos dijo que esa tarde no podía porque tenía taek-won-do, pero que después del observatorio su papá le había prometido llevarlo al shopping para ir a jugar a las escaleras mecánicas y que podíamos ir los tres. Juan dijo que si enseguida, y como a mi no me dejan hacer cosas a la noche, me dijo que podía irme a dormir a su casa así mi mamá no se enteraba y no había problemas. A mi la idea de las escaleras me pareció aburrida, pero hice de cuenta que me gustaba porque además hacer cosas a la noche e ir después a dormir a lo de Juan me encanta. Almorzamos capeletinis con crema y después hicimos todo lo que habíamos planificado, sobre todo jugar al fútbol. Juan es el mejor de la escuela y de su barrio también. Tiene una gambeta espectacular, y puede hacer jueguitos hasta el infinito que nunca se le va a caer la pelota ni de casualidad. Es tan petizo y flaquito que se escurre y es muy difícil sacarle la pelota. Daniel le dice enano. Yo no soy tan bueno. A mi me gusta ser arquero, pero a veces también juego de delantero y algunos goles hago. Cuando llegó el momento de tomar la leche, dije que me dolía la panza, aunque mentir no me gusta, y Eva, que es la mamá de Juan, me preparó un té. La hora de ir al observatorio no llegaba más, pero de pronto llegó y salimos volando en el auto. Yo no aguantaba más, me había costado pensar en otra cosa que no fuera Rocío. Tal vez mi hermano tenga razón, y yo soy muy chico para andar pensando en chicas y hacerme problemas. Dice que ya voy a tener tiempo para esas cosas, pero yo no se cómo es que hay que hacer. Cuando llegamos al observatorio que queda arriba de todo, en la barda más alta de todas, nos hicieron pasar de a dos a mirar por el telescopio. Yo soy fanático de los telescopios, algún día me voy a construir uno, ya averigué cómo hacerlo, o si llego a tener plata, por ahí me lo compre. En la cola, hice las cuentas para que me tocara pasar con Rocío, pero se ve que le erré en algo porque ella terminó pasando con Juan, justo adelante mío quedaron, y yo pasé después de ellos con Esteban, que es otro amigo del que no tengo mucho para decir, sólo que juega muy bien al fútbol pero en las figuritas es malísimo y yo siempre le gano todas, pero después me da lástima porque es un llorón y entonces le devuelvo las que le gané porque sinó no lo aguanta nadie después. Daniel siempre le dice mariquita. El eclipse se veía fantástico, pero nos dejaron mirarlo poco tiempo porque teníamos que llegar a verlo todos antes de que se terminara. A mi me tocó pasar cuando la Luna estaba casi tapada por completo. Fue espectacular, aunque no se por qué me dió un poco de tristeza. Salí de la cúpula en donde estaba el telescopio y me fui a sentar abajo de un árbol. No veía a Rocío por ningún lado pero quedarme quieto y esperarla me pareció la mejor idea, porque si salía a buscarla, por ahí nos desencontrábamos y además me daba un poco de vergüenza andar persiguiéndola. Y de pronto alguien me agarró de atrás y me tapó los ojos con las manos, y yo sabía que era ella porque siempre me hacía eso y además la reconozco por el olor. Siempre tiene el mismo olor riquísimo, sobre todo se le nota en las manos. Todavía tapándome los ojos me dijo "hola" bien despacito en ol oído y me abrazó con muchas ganas. Estaba muy contenta. Yo también le dije hola y sentí una alegría gigante y todo un calor. Hablamos un rato del eclipse y los dos dijimos que nos había parecido hermoso y que las estrellas se veían muy lindas también, tan grandes y brillantes, y que sería espectacular venir más seguido y tal vez poder ver algún planeta. Y cuando después de un ratito me decidí y le pregunté temblando, tratando de evitar que se me notara, qué quería decirme, se le puso la cara toda roja y más linda que nunca, y me dijo que yo era el mejor del mundo, que era tan maduro y tan tierno, que estaba muy enamorada y que la Rodhesia que yo le había regalado a la mañana le había dado la idea, y la había guardado hasta recién para regalársela a Juan, sabiendo que a mi no me iba a molestar, porque ella es mi mejor amiga, y yo su mejor amigo, y que a Juan le había encantado el regalo, y entonces ella se había decidido a decirle cuánto le gustaba, y hasta se habían dado un beso, un beso hermoso y con lengua, en la parte de atrás de la cúpula, mientras yo estaba mirando el eclipse. Mientras íbamos en el auto para el shopping, yo tenía ganas de irme a acostar a la cama grade con mi mamá, pero ya habíamos quedado que me iba a dormir a lo de Juan y cuando se arregla una cosa, se cumple. No se puede andar cambiando los planes todo el tiempo así como así. El papá de Daniel me preguntó por qué tenía esa cara tan triste e iba tan callado, y yo le dije que el eclipse me había dado cosa, y él me dijo que le parecía raro que un chico tan jóven fuera tan melancólico, y nos explicó a los tres lo que era la melancolía porque ninguno tenía idea de lo que significaba. Después en el shopping me quedé mirando desde el primer piso como Juan y Daniel subían y bajaban como idiotas corriendo por la escalera mecánica, saltaban e intentaban frenarla, agarrando fuerte esa cinta negra y dura que tiene en el costado. Me molestó que Daniel me pegara en el brazo y se burlara de mi en la cara porque yo no jugara con ellos y me dijera que me las daba de melancólico y además que era un porteño agrandado y un mamero, y a mi me dieron ganas de decirle que era un provinciano atrasado y un pesado, y que las escaleras mecánicas me parecían un juego estúpido, pero en cambio lo empujé tan fuerte que se cayó de cara sobre el metal y fué a parar abajo de todo, rodando como una pelota de fútbol por la escalera. Se levantó llorando con la nariz y la boca llenas de sangre y creo que me insultó, pero no se le entendía nada cuando hablaba porque su llanto y el mío sonaban tan fuerte que tapaban todo lo de alrededor. Mientras su papá le limpiaba la nariz y lo consolaba, Juan me abrazó tan fuerte y por tanto tiempo, que le dejé un hombro lleno de mocos y de lágrimas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tadeusz Hantor - La Clase muerta...

Anónimo dijo...

Kantor, no hantor.