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martes, 21 de enero de 2014

18 de enero de 2014

18 de enero de 2014

Anoche me quedé absorto leyendo los retazos del diario que fui escribiendo en el 2012. Con el único ánimo de celebrar la superación de los dolores fortísimos que me machacaban en aquellas épocas, subí algunos días al blog. No subí todo por respeto; dos años es muy poco tiempo. Hay en escribir un diario una situación terapéutica doble. Por un lado, el hecho mismo de estar escribiendo en el más puro estado presente posible, me permite, paradójicamente, salirme un poco de mi mismo, observarme con algo más de claridad. Por otro, leer un tiempo después lo escrito, da una buena pauta del movimiento de la vida, de lo realizado en un nivel, si se quiere, espiritual, o de formación de la personalidad. Tanto los dotes del espíritu, como los de la personalidad, siguen apasionándome de igual manera que siempre.
Es bueno ahora, ir a visitar el amor que hubo entre Laura y yo, a la tumba. Saludarlo gratamente, recordarlo con cariño, echarle un par de flores, sonreír y seguir caminando con más fuerza que antes. Haber releído toda la época de la enfermedad del amor, porque el amor es un tercer individuo que también muere, generalmente antes que los dos individuos que le dan vida, idealmente, después de ellos, me llevó a contactarme con ese dolor pero desde un lugar nuevo. Como si ahora pudiera sentir el dolor gracias a las funciones puramente mentales, como la memoria o la empatía con los textos que ya no son míos, pero el resto de mi organismo, cuerpo, emociones, sexo, se mantienen imperturbables, llenos de vida. Una vez que el corazón se parte en dos, lo que viene después lo imagino como un renacimiento constante, productivo, tranquilo.
Me pregunto si habré logrado despersonalizar el amor. Si habré logrado salirme del dolor propio de una vez por todas y pararme sintiendo el dolor de todos los hombres. Haber dejado de hablar del amor como una confusión explosiva que me sucede sólo a mi cuando me está sucediendo, y que no le sucede a nadie más, ni a mi cuando no me está sucediendo.
Hay algo, que no se explicar, que no estoy capacitado para poner en palabras y tal vez no esté capacitado aún para sacarlo de ninguna forma, pero consiste vagamente, en la sensación de que la linealidad está disuelta. Quiero decir, el dolor que se sufrió una vez, no puede volver a sufrirse igual, porque este dolor se sufre continuamente. El amor que se sintió por alguien se continua sintiendo, pero es otro individuo el que lo encarna. Ya no es el objeto amado (como lo denomina Roland Barthes en Fragmentos del discurso amoroso) quien concentra y le da vida a mi amor, sino que ese objeto amado ha pasado a ser un canal de expresión de todo lo que es el amor para mi. Ya no está, como antes, el amor en peligro ante la desaparición del objeto amado. La capacidad de amar se ha vuelto imperecedera y despersonalizada. Curiosamente, eso hace al objeto amado más bello aún, lo llena de singularidad y brillo y le da la vida propia que éste tiene y merece desplegar. Esto refuerza intrínsecamente la cualidad ternaria del amor, el tercer estado continuo. Ya no somos dos amándonos el uno al otro, somos dos amando al tercero que formamos juntos. Pasar de ser dos mitades formando un entero incompleto, a ser dos enteros formando un entero más firme, más autosuficiente, parece ser un buen presagio de continuidad. ¿Continuidad de qué? De cada uno de los individuos, y por lo tanto, del sistema completo.
También fuimos a la rambla de en frente con Coco que por suerte es muy inteligente y sabe andar sin correa. Eso mejoró mucho nuestra incipiente relación. Por suerte hoy no increpó a otros perros y mantuvo un comportamiento mucho más sensato que ayer. En la salida de la mañana, marcó su territorio tranquilamente, hizo su caca y jugamos con un palo un rato. En salida de la tarde, marcó nuevamente su territorio, hizo una nueva caca, y jugó con el mismo palo tranquilamente mientras yo leí por décima vez, como si fuera la primera, Tlon, Uqbar, Orbis Tertius. Un día sin mucho más. Una ida fallida a la pileta, un estudio musical poco concienzudo obstaculizado sobre todo por el calor que me da el sólo hecho de mirar el bajo, unas músicas que no había escuchado antes. No he hablado con nadie más que con el perro Coco ya que estuve todo el día solo. Ni siquiera salí a comprar algo. Un día lleno de paz. Chorreo agua debido al calor, tomo mate muy caliente para confundirme, y creerme que hace frío. Por ahora no está funcionando.

sábado, 18 de enero de 2014

24 de mayo de 2012

24 de mayo

Anoche, me acosté muy cansado, muy temprano, a eso de las ocho. Desperté esta mañana cerca de las seis. Un sueño me despabiló. Otra vez los gatos y la nada interior. Estábamos Laura, alguien más, era una mujer, y yo, en un casa. Tal vez fuera ésta, la de Floresta, albergue actual de todos mis pensamientos, actuales, y seguramente albergue eterno del resto de los pensamientos de mi vida. Había un gatito entre nosotros. Ahora lo recuerdo como si fuera Megabyte, el gato que teníamos acá hasta hace poco, y que desapareció la noche del 5 de abril, cuando en una fiesta alguien dejó que saliera a la calle. No volvió, claro. Yo tampoco lo habría hecho. La cuestión del sueño, es que el gato me miraba como traspasándome los ojos, me decía, no hablándome, sinó con la mirada, o con la mente, una especie de telepatía animal, que él estaba solo. Yo le decía que estaba conmigo, que yo estaba con él, pero el insistía: estoy solo, vos estás vacío. A Laura la miraba de la misma manera. Ustedes no tienen nada dentro, parecía decirnos, y recalcaba, estoy solo. La tercera persona, la mujer que no recuerdo, entraba en la habitación, y el gato corría hacia a ella a dar y recibir caricias. Con ella estaba muy a gusto. Luego quedábamos Laura y yo con el gato de nuevo, a solas, y el animal se retraía. Nos miraba con indiferencia, pero no total, con una especie de cuidado. Yo me esforzaba por demostrarle al gato que podía confiar en mi, que tenía algo para darle, pero él se rehusaba a acercarse. Estoy sólo, y ustedes también, parecía decirnos. Solos y vacíos.

21 de mayo de 2012

21 de mayo

Sin espíritu guerrero no se llega a ningún lado. No hablo de llegar a un punto inventado, como puede ser la felicidad o la tranquilidad o todos esos desastres utópicos que nos inculcan desde chiquitos, en especial nuestros padres, diciéndonos: sólo quiero que seas feliz. Mierda, como si la felicidad fuera algo que existe en vez de una simple quimera que hasta de definición parece medio cínica. Un mundo rosa en donde todo lo que ocurre es una caricia suave. Chúpenla y rechúpenla. Esta es la guerra. En la armada te mandan a matar y ser matado, en esta, cotidiana y tal vez por eso más abominable aún, te mandan a morir día a día. ¿Quiénes? Todos a todos, y eso es lo peor. Todos nos mandamos matar entre todos. Nos relacionamos en base a la falta, siempre detestándonos, a menos que nos sirvamos para algo los unos a los otros. Pero no nos servimos los unos a los otros, sinó que le servimos a la configuración que defendemos estúpidamente. Le servimos al trabajo innecesario. Yo vendo música en el subte. Dos temas por vagón. Pasada de gorra. Y así durante tres horas, diciendo el mismo discurso, tocando un repertorio acotado. Es divertido, claro, muchas cosas lo son, pero hay momentos, casi siempre un momento al menos en cada vagón, en que el sinsentido de estar haciendo algo tan pero tan repetido y absurdo, me deshace. Los nervios, la pasión, las ganas, la coherencia. Todo eso me deshace. Y en esos momentos, tal vez es cuando toco mejor que nunca. Cuando no es odio o ventajismo lo que me hace pelear, sinó simplemente las ganas de sobrevivir, cueste lo que cueste, y sobrevivir tanto así ahora, para apenas me libere de Buenos Aires, consiga la liberación también del subte. ¿Para qué? Para entrar en otra cárcel, una nueva, en la que encuentre diversión por la mayor cantidad de tiempo posible.
Esta es mi guerra. Trabajar para no morir, por ahora, para morir al fin. Ya no quiero esperar nunca más una salvación berreta simientada en nimiedades. Al fin y al cabo, todo lo que ha aparecido a lo largo de la historia, y fue usado para sanar, cuerpos o almas o mentes o lo que en cada uno desee creer, ha fallado, eternamente. Desde artefactos hasta filosofías. El puro vacío. De la muerte no se escapa. Las caricias hacen bien. Los besos. Como mamíferos cerebro de barro que somos, eso nos hace bien. Ese confort es inigualable. Para nosotros mismos, tenemos el dote del verbo. De los otros buscamos lo intangible. Lo llamamos en general, amor. Pero en la guerra esta, es fácil tropesarse con su inexistencia. En algo nos equivocamos, siempre. Somos débiles, no podemos aceptar que morimos todo el tiempo, a cada segundo, y que para nacer de nuevo hay que ser un volcán. Estamos cagados por nuestro propio miedo. El miedo a perder lo que tenemos, que es en general tan insignificante, que nos vuelve insignifacantes a nosotros mismos. Y para colmo, somos una máquina de mentir. A los demás y a nosotros. No es una simple deformación de la realidad, es una mentira profunda. Nos creemos libres, pero no somos capaces de dar nada. No tenemos don para la libertad. Tacaños como ninguna especie en el mundo. Hasta las piedras se entregan. Nosotros nos encerramos bien adentro. Nos masturbamos todo el tiempo pero no le damos placer a nadie ni lo recibimos. Así, nos hacemos adictos a la pornografía, sexual y de cualquier tipo. Estamos cagados. Pero bueno, tenemos internet para pasar el rato.

15 de mayo de 2012

15 de mayo

Quiero descubrir cómo es que funcionamos, o al menos, como es que funciono. Hay un bache. Entre la cima de la montaña más alta de todas, y el pozo que linda con el centro de la tierra, hay un bache. En la cima se ve todo tan de lejos, que pienso que hasta puedo ver mi propia coronilla, allá abajo, como un pequeño punto, como si fuera la cabeza de un alfiler vulgar e inservible. En el fondo del pozo hay sólo oscuridad. Todo es negro y es difícil, casi imposible, imposible imposible imposible, ver algo más que no sea el resabio de alguna onda cerebral lúcida entre la maraña de ondas cerebrales engañadas, expulsadas como cañitas voladoras, por la inaptitud de los sentidos. Ambos sitios son inaccesibles para la concienca. Son pura emoción, puro volcán interior, pero retrógrada, centrífuga, rehinchapelotas. ¿Cómo hacer funcionar la máquina en medio del bache? En el bache uno está suspendido, no hay tierra y el cielo se ve un poco, ahí, un cénit demasiado alejado. Pero la mente está tan clara, que uno ve el cielo que quiere ver. Y entonces, la imaginación brota, fluye. Todo se acomoda en medio del aire. El pozo, la cima. Todo queda a la misma altura. Todo a la altura de mis ojos. Manejo la extensión de la montaña, la vuelvo enana, un bonsai de montaña, un cúmulo de arena y rocas. Con los sedimentos tapo el pozo, tanto que formo un bonsai de montaña indéntico al anterior. Me centro en el pequeño valle. Las montañitas me llegan a la cintura. Puedo ver las dos cimas. Son exactamente iguales. Me pongo a dar vueltas hasta marearme, hasta perder el sentido de orientación. Ya no se cual es la montaña original, cual el pozo tapado de más. Son tan iguales. es el momento perfecto, el lugar perfecto, la lucidez perfecta, puedo hablar. Veo, siento el aire escabullirse entre los cortos pelitos de mi cabeza rapada. Me hace cosquillas. Centelleo y recentelleo. Y así, con un esfuerzo tan mínimo, un sin esfuerzo, la naturalidad de mi carne congeniada con los pensamientos más eruditos de que puedo disponer a esta corta edad, permite que la carne misma se agriete, se abra, explote, y no es sangre lo que sale. No. La sangre está en las montañas. Cada una de ella está llena de sangre como un conito de dulce de leche cubierto con chocolate está lleno de dulce de leche. Mi carne en cambio expele la fuerza, explota y llueve amor para todos. Las montañas son regadas con el júbilo de mi despertar conciente. Me veo las manos, me veo los ojos. Mi amor nutre las dos montañas, y las esclaviza. Ahora son mías. Son mías. Yo hago lo que quiero con ellas. Las fertilizaré. Plantaré dos hermosos arboles, o tal vez cuatro y un jardín de gardenias y de crisantemos y de amapolas. Y lo regaré con el agua de la que estoy hecho. Agua de poder, agua de flor y de amor. Agua roja y azul y violeta. Mi lava, la lava del volcán que soy. La lava de la conciencia de la cual puedo sentirme orgulloso, al menos durante cinco minutos más, por favor. La mesuradora. Soy un agrimensor, un agricultor un ingeniero agrónomo del amor. Voy a llenar esas montañas de raíces fuertes, raíces supremas, para que siempre se queden así, como están, por bajo mi cintura. No quiero un precipicio adelante de mi. No quiero la sombra de una montaña monumental. Quiero este valle, es el valle en donde mis ideas se vuelven indispensables. Soy el creador. Este es mi universo. De aquí en adelante, puedo escribir o inventar una canción, amar a una mujer o a un perro, ver el valle desde la ventana de mi habitación.

6 de abril de 2012

6 de abril 2012

No voy a atentar contra el hecho de estar vivo. Quejarse de eso sería como quejarse de que el río posee una corriente continua, de que los perros tienen cuatro patas, o de que el cielo es, generalmente, celeste. Estar vivo está bien. A veces es genial, y a veces es simplemente algo más. A veces la Luna es grandilocuente y en otras ocasiones no la vemos, aunque ésta esté. Y a veces todas las cosas. Siempre hay alguien queriéndote hacer entender que ese "a veces" debe desaparecer. No es ilógico que las personas busquemos evitarle el sufrimiento a aquellas otras personas que amamos.
Todo pasa ante mi como de rodillas. A veces me siento el amo del mundo. Eso está muy bien. Pero la verdad es que te extraño tanto, que ser el amo del mundo no me sirve para un carajo.
Ayer terminé un libro de D.H. Lawrence. "El hombre y el muñeco". En un momento dice algo así como que las personas no podemos vivir separadas unas de las otras como postes de telégrafo. Estamos hechas para estar las unas con las otras. Sino, lean la biografía de los héroes, y los datos sobraran.
Te extraño terriblemente.

31 de marzo de 2012

31 de marzo de 2012

Agarré un libro de Artud que le saqué a Laura de la biblioteca el otro día, mientras intentaba ayudarla a hacer la mudanza. Lo empecé a leer recièn y, como me pasó cada vez que me esforcé por leer a Artaud, me sentí más lejos de enteder lo que intenta decir, y mucho más cerca de sentirme desesperado. En dos páginas me hizo pensar que soy, y estoy siendo generoso al no decir somos, un idiota. Me refiero a los que nos ponemos escribir sobre las cosas que pensamos. Y tambièn aquí, siendo generoso, salvando a los que se ponen a pensar en las cosas que piensan. Con ese eterno ánimo refinado de andar explicando el propio dolor, como si lo que la especie necesitara fuera más explicación de propios e individuales dolores. Los que han osado explicar los dolores del mundo, no han hecho más que explicarlo desde su propio dolor, con el vocabulario más pomposo del que son capaces de hacerse, pomposidad que sirve para conquistar mentes ávidas, y subordinar de inmediato mentes perezosas. Vocabulario y citas en post del dominio total de la explicación del dolor de todas las personas. Tremendo poder. Un poder extraño. Hay tipos, que en general representan una generación a punto de desaparecer en manos de la senilidad, que ostentan la siguiente verdad: "todo lo que el hombre hace, lo hace por dinero y/o mujeres". Son pocas las cosas, creo, tal vez sean incontables, que me parecen rotundamente mentira. Una de esas cosas, es ésta tan vacua explicación de la voluntad de mi especie. Me parece que los que desean (¿será correcto decir deseamos? si así es: me lamento con toda la sinceridad que tengo adentro de la mente y de todo lo que me rodea y me forma) transformarse en profesores del dolor, no buscan nada más que poder. Y ese poder para qué; pues para usar la materia prima de la vida como divertimento fundamental. Para enamorar a quién; a si mismos. Para ganar plata con qué; con la lástima ajena.
Me agarró cansancio de explicaciones del dolor. Tal vez sea porque hoy estoy tan dolorido, que la anestesia que mi cerebro decidió suministrarse a si mismo es tan fuerte que hasta eliminó la sensación simple y llana de ser. Y ese cansancio estalló en esta especie de bronca sutil. No hay nadie más que uno para expilcar el propio dolor. De la misma forma que nadie puede explicar lo que se siente al morir, nadie puede explicar lo que siente cuando su propio cuerpo alberga infecciones más propias de la mente que de la carne o las células. Infecciones llamadas tan vaga, vulgar e irrespetuosamente, emociones, y llamadas tan vaga, vulgar e irrespetuosamente, infecciones por mi. Bien, ni tanto problema, de todas formas sigue tratándose del dolor, de la desesperacón, de la ansiedad, o lo que es igual de molesto para uno, la ausencia de alguno de esos sustantivos abstractos.
Hablo de mi dolor. No sería correcto igualarlo con la muerte. Pero sí me parece sensato denominarlo agonía. ¿Y el dolor de hoy? El típico de siempre. Sí es igualable con la muerte su causa. El fin de las cosas. El final del pragmatismo que le da forma a eso que los ingenuos y apurados por denominar llamamos alma. Una muerte que hemos aprendido como recurrente. La, por dar un ejemplo, justificación fantasiosa de la fantástica existencia de la reencarnación.
No estoy listo para superar las muertes de las cosas que me dan forma.

viernes, 19 de julio de 2013

Una paloma te caga la pelada y vas corriendo a la hechicera para que te reponda el porqué. (2011)

Hace años vengo desarrollando una vida entregada a la espiritualidad, término con el cual tuve siempre desaveniencias; que ya no me importan porque debo decir que he llegado a varios sitios interesantes metiéndome en lo más profundo de lo que me creo capaz en este tipo de temas, y así se han relajado mis problemas con el lenguaje, y el significado de las palabras, y lo que realmente quiero decir. Yo no quiero decir nada más que lo que digo. La espiritualidad entonces, no quiere decir mucho más que su significado trivial, o profundo, o nimio, o falto de imaginación, o excelso. Que la valoración la decida el lector. Entonces entiendo por qué entiendo cada vez menos: noto una detención, un letargo permanente en el estado cerebral, y lo que es peor, un orgullo ante esto por quienes, de acuerdo a mi sistema de valoraciones, lo padecen. Sea por la casualidad o la simple fortuita comunión con mi ser innatamente receptivo, adjetivo que recibió hoy mi irrelevante existencia y con el cual no acuerdo en lo más mínimo, (pero démosle lugar), el trabajo espiritual me trae continuamente frutos materiales y concretos. Aquí también, dando por sentado que por términos más bien generales, lo espiritual y lo concreto no conviven. Tampoco concuerdo con esto. Cualquier relación, toda relación, se delimita a la expresión más verdadera de los siglos de los siglos y por lo tanto tan merecidamente trillada: "¿El huevo o la gallina?". La respuesta que yo tengo para eso es: me importa un carajo. Están los huevos, está la gallina, ¿qué importa qué apareció primero? ¿Es la sed de curiosidad y búsqueda de la verdad lo que nos incentiva a tanto desperdicio vital? Nos respondo: chúpenmenoslemosla; yo quiero vivir con la mujer que amo, tocar el bajo, componer música, hacer dinero, pintar cuadros y escribir cosas relajadamente. Sólo por ese último sueño, escribo esto y no estoy haciendo ninguna de las cosas anteriores. Y que quede bien claro; a cada una de estas cosas les entrego día a día lo siguiente: una euforia desenfrenada, la frialdad necesaria y tan característica en mi, el mayor esfuerzo que puede desprender antes de rozar el dolor, toda mi fuente de amor, mis sensaciones de seguridad, de inseguridad, mis miedos, mis condenas astrológicas, mis fallos, mis ilusiones, bla bla bla. Tantas cosas, que no hay ni un centíemtetro disponible para la pereza. Por eso no me acompleja ni me trae cargo de conciencia dormir la siesta, o irme de viaje, o lo que sea. Sentir culpa por dormir la siesta es como creer que Dios lo va a castigar a uno por suicidarse, cuando lo único que quiere ese pobre dios, es tirarse a hacer cucharita con nosotros...pero qué le vamos a hacer, ni él zafa de la graciosa obligación de mantener el orden.

miércoles, 29 de mayo de 2013

5 de mayo 2013

Según uno de los tantos libros que vengo leyendo ultimamente, es necesaria la fricción para que se genere el fuego. ¿Qué es lo que esto quiere decir? No tengo la menor idea, al menos desde una perspectiva puramente mental. De más está decir que no se refiere al fuego literal, o tal vez si, tal vez se trate de algo aparentemente tan simple y tangible como eso y la falta de entedimiento radique en una búsqueda de sentido mayor. ¿Es el fuego algo más que el fuego?
Debo reconocer que ante la falta de información concreta con que tengo que lidiar día a día, por no decir tenemos, y es que prefiero manterme al margen más por respeto que por ánimo de relevancia o particularidad, me ha llevado a buscar algo en el lenguaje simbólico. Es así que en estos últimos tiempos me empapé de sistemas muy sabrosos tales como la astrología helenística, sus semejantes maya y china, el precioso, preciosísimo I Ching, la psicomagia y el tarot jorodwskianos, la meditación trascendental del creador de Twin Peaks y Lost Highway, entre otras tantas maravillas creativas, la psicología analítica de C. G. Jung, dotada de sus bellos arquetipos y su majestuoso incosciente colectivo que me llevó a entender, o imaginar, aunque sea un poquito, nada más y nada menos la antigüedad de nuestro cerebro profundo, con sus cuevas tan oscuras y practicamente infranqueables, pero mucho menos peligrosas que las de Freud, la terapia bioenergética, cuyo tratamiento altamente efectivo en mi caso, no me alcanzó y me fue obligando poco a poco a tener que leer a su creador, Alexander Lowen. Vengo teniendo que soportar sobre mi el peso de lo New Age, obligándome a destruir mis propios prejuicios y mi escepticismo innato. Si. Pero hay más. No habiendo conseguido nada tremebundo con tanta cosa enroscada, me orienté por un humilde estudio del cerebro a partir de textos simples de divulgación científica especializados en neurociencia. Muy hermosos y gratificantes. Los correlatos claros entre la visión puramente científica del cerebro y las lecturas del I ching o de la meditación trascendental me resultaron bastante claras y sorprendentes. De algún modo, todo va hacia un mismo río, lo que más que tranquilidad y sosiego me ha generado una desesperación casi resignada. Ni siquiera se puede pelear ya entre la mística y la mecánica. Eso es por un lado, placentero, pero por otro uno se siente un poco más aún, dejado al azar.
Mientras todo esto iba desarrollándose aprendí a nadar, y mientras que las primeras veces que fui a la pileta no nadaba más de 200 mts., hoy me encuentro nadando 1000. Creí, cuando empecé, que ese número sería alcanzado a fin de año, y que por lo tanto el incentivo claro de llegar a esos 1000 mts. generaría en mi el hábito de la pelea constante por algo concreto, para acostumbrar a la mente, al espíritu y ahora más que nunca, al cuerpo, a luchar por encontrar algo que no logro saber bien de qué se trata, pero se que está ahí, amagando, escondiéndose y burlándose como una nenita de juego de terror. Alcanzar la meta me llevó sólo un mes. La analogía es simple: si me acostumbro a pelear por alcanzar un objetivo tangible situado en un contexto acuático, siendo ésta la mayor debilidad que me ha tocado en suerte, estaré listo para comerme los palos necesarios durante la búsqueda de eso que no se qué es y que me perturba, lo juro, desde que soy muy chico.
El estudio, reitero, extremadamente humilde de la neurociencia, me llevó a inmiscuirme en la resolución de ejercicios matemáticos y lógicos, como para mantener no sólo el cuerpo entrenado, sinó también el cerebro.¡Ah! ¡Qué regocijo genera resolver un acertijo! Por unos momentos creí que mi vida entera podría estar dedicada a la resolución de ejercicios matemáticos. Pero caducó la emoción, al menos por ahora, y preferí leer algunos libros de Asimov sobre biología y física. Otra vez, no hay nadie que desprestigie el método científico más que los propios científicos, al menos los que leí yo. Después uno investiga y se entera de que Newton era un astrólogo férreo. Es que todos los sistemas, una vez entendidos mínimamente, se vuelven maravillosos pero también, para la mente curiosa, aburridos e insuficientes. Uno puede lidiar con el mundo que lo rodea parado desde alguno de ellos y sentirse seguro. ¿Hay alguna diferencia entre observar un árbol de acuerdo a su composición química, su gama de colores, los sonidos que produce al ser acariciado por el viento, la poesía inmediata que su simple contemplación puede disparar o la siginifación que dicho árbol tiene en nuetra mente? Diría que no. Simples sistemas. Entonces no entiendo del todo de que se trata. Si uno busca pararse en un lugar determinado, y si no lo busca, lo hace de todas formas, para darle un sentido completo al árbol, a la piedra, o a las relaciones de poder, y todos estos lugares resultan válidos, se deduce que o todos son falsos, o bien todos son verdaderos. Tampoco me cierra esa frase hermosa que Pessoa escribe con uno de sus heterónimos, creo que Reis, y dice algo así como que las cosas son el único sentido oculto de las cosas. Cuando la leí por primera vez, hace ya como cinco años, casi tuve un orgasmo, y reconozco que fue pilar de mi pensamiento durante mucho tiempo, pero algo se comió a esa frase. Es que también ese se convirtió en un delicado y aceitado sistema de pensamiento.
Pienso en que tal vez el error sea justamente eso que nos enseñan a hacer desde muy chicos y con lo que personalmente, recuerdo haber batallado como un chancho: Muchachos, deben indentificarse con algo, no importa con qué, cualquier cosa está bien mientras la entiendan al máximo y puedan no sólo explicar el mundo a través de ella, sinó ganar algunos pesos, y en el mejor de los casos, mejorar dicha cosa y ser pioneros y candidatos al Nobel. Muchachos, ya todos aprendimos que las personas no somos unidades (pero no lo andemos comentando, finjamos que no es así), que ni siquiera podemos mantener la promesa de levantarnos temprano al día siguiente, así que más vale que se pongan a laburar fuertemente para por lo menos generar unidad en la superficie. Ya que no pueden generar su esencia y su conocimiento equilibridamente, construyan su arquetipo PERSONA, lo más sólidamente posible. Ya que no logran ser nada sastifactorio de la piel hacia adentro, sean algo satisfactorio hacia afuera, que todos vean que es posible ser un hombre entero, que todos vean que todos son capaces de eso menos uno mismo. Escondan todas sus multiplicidades bien adentro y aprendan a inventar las excusas más honorables para derrotar a cualquiera de los personajes superfluos que intentan (en general con mucho éxito) salir a la superficie de uno. Es importante que nadie note que somos un quilombo y una máquina de mentirnos. ¡Qué nadie lo note, pues nadie quiere verse reflejado es un espejo tan claro! Vamos, para adelante, agarrando una bandera grande que sirva de vela mientras el viento sople. ¡A esconder los cambios! No hay nada más denigrante en esta sociedad que cambiar de parecer. Asqueroso razgo de debilidad, de falta de perseverancia, de pereza. No es difícil de lograr, se trata sólo de mantener la pantomima, darle continuidad al yo social, excusándose con elegancia y volviéndose loco por adentro.
Es eso, o aceptar el abismo de la ausencia de unidad, y decidir a partir de ahí, de acuerdo al coraje que se decida recolectar, si quedarse con la cabeza en ridículo alto manteniendo la mentira, o destrozar tan arraigado hábito a patadas, piñas y poder megadestructivo volcánico, a ver si ahí, después de tamaña hazaña, es posible encontrar algún sistema que informe algo más que el resto. Si para todo esto hace falta un incendio, bueno será generar fricción. Usar el yo de anoche con el yo de esta mañana, hacerlos garchar durante quince horas seguidas. Si se derritiesen y formaran un individuo único, quedarían cada vez menos.
Fricción para incinerar la ficción.


lunes, 18 de marzo de 2013

18 de marzo 2013

18 de marzo 2013

Vengo pensando que la soledad se vive como nunca cuando uno es guachín. Me animo a creer que le pasa a todo el mundo, y que lo olvidamos fácilmente. Pero por un momento sentí hoy un algo tan familiar, que me depositó en un toque, en un segundo, como un rayo y durante algún tiempo corto, indefinido, pero cómo decirlo; como dejando una estela detrás, en algún momento de mi infancia. Alguna tarde de soledad, estando mi vieja trabajando o haciendo trámites o haciendo quién sabe qué para llevar el mundo adelante, como la mayoría de las tardes, y yo, encontrándome por primeras veces, con la conciencia de la conciencia. La sensación de flotar por sobre mi mismo, de verme de afuera. No como metáfora, sinó como sensación real. Todo eso mientras jugaba con unos muñecos a que eran jugadores de fútbol, y unas casas tipos bares de cowboys de playmobil eran los arcos, y una bolita, de la caja de 200 que me regaló una vez mi abuela, desconociendo que yo aprendí lo es que un opi a los venticuatro años, más o menos, era la bocha. Volví a sentir la adrenalina de elevarme cada vez más, de perderme por el aire y tratar de volver con todo al propio cuerpo, de ver a través de mis ojos de carne. Sentí, otra vez, el nacimiento de esa supercosa. Un acercamiento a la noción de Dios. Del Dios de los ateos, o sea, en general, uno mismo.
Ahora pienso, pienso recordando, que esa sensación fue mermando, y fue apareciendo cada vez con menos frecuencia, tanto, que hoy la relacioné inmediatamente con un pasado lejanísimo. En el medio aprendí a esquivar la soledad. A darle forma a la supercosa, a agrandarla, y a tratar de lograr que se comiera al guachito asustado, que no toleraba la adrenalina de volar, insisto, no metafóricamente, sin estructura, sinó realmente. En el medio aprendí a darle forma a la supercosa, para gastar todo el tiempo disponible de estos últimos meses, o un poco más tal vez, en destruirla. Aprender a vaciarse, cada uno de los días. Lidiar con la euforia que otorga el estúpido y adictivo, por más nimio que sea, éxito social, y con la desazón que comúnmente produce la sensación de vacío y de no ser recordado ni por los hermanos. Entender que ésto es aleatorio. Aprender a vaciarse, cada uno de los días.
El doble trabajo de destruir preceptos y prejuicios, y a la vez, construir desde la altura, desde el aire. Darle forma a la cosa. Darse forma.
Parece un objetivo sólo realizable desde la soledad plena y verdadera, la que permite recordar cómo carajo era ascender, y que proporciona el campo propicio para hacerlo, el clima y paisaje ideales. El miedo sigue siendo el mismo, pero ahora entiendo que es inevitable, y que haciendo algún esfuerzo, puede terminar gustándole a uno. Después de todo, es agradable encontrar la columna que te hace reconocerte, después de tanto blablerío y pelotuderío que anda uno desparramando por ahí. La otra vez me preguntaba por qué estaba teniéndole cada vez más miedo a las alturas, que ultimamente no puedo ni subirme a un techo. Será el vértigo de la lucidez, capaz.

martes, 12 de marzo de 2013

13 de marzo 2013

13 de marzo 2013

Nos enseñan que el amor es sublime, que salvará al mundo, y liberará las almas. Sublime, incondicional, eterno. Nos enseñan que debe ser cultivado por sobre todas las cosas, cada día, con esmero y sin pedir nada a cambio. Todo eso está muy bien. Pero también nos quieren meter en el cráneo, o mejor dicho, por el cráneo, que el odio es negativo, destructivo, oscuro y encarcelador. Que se adueña del espíritu de quien lo siente y lo lleva derechito, a cruzar los cuatro ríos. Que el perdón es sagrado, y la aceptación: un aprendizaje superior. O sea, nos enseñan a que el hecho de que nos revuelvan el estómago por dentro con una vara ancha que entra por el culo, debe ser aceptado, tomado con calma y perdonado. Que quien maniobra el palo, no es más que un simple ser humano, como vos o yo, y que debe ser eximido de su culpa. Detestarlo y aborrecerlo, es destestarse a uno mismo, envenenarse. Nos llevan por el largo camino de la aceptación. Son cínicos. Somos cínicos. Odiar nos da miedo, porque creemos en el infierno y en diablo y en el limbo, porque creemos que la verdad y la luz van de la mano de sustantivos abstractos tan bonitos y estúpidos como los dos anteriores. A veces me parece tan obvio: no hay verdad, ni luz, ni amor, ni odio. Dejémosnos sentir lo que sentimos, no hay nada más liberador que eso. Odiar también es hermoso, luminoso, liberador, vital. Deberíamos concentrarnos en conocer el odio, aprender a odiar, disfrutarlo, y no en arrancarlo de raíz, para abrir así el hondo hueco en la tierra que nos deposita en el mundo de descerebramiento, del descorazonamiento, del sinsentido. Un corazón sano y exigente, merece odiar tranquilo, para revivir en cada mañana, lleno de paz.

lunes, 18 de febrero de 2013

18 de febrero 2013

Es menester de los seres humanos hacerse cargo de las criaturas que egendran, y una de esas criaturas, una grande y peligrosa, es el concepto abstracto.
El descontrol que ha generado el concepto de amor es tremendo. Casamientos, divorcios, engaños, prostitución, asesinatos pasionales, suicidios, psicólogos, leyes, etc. Los conceptos abstractos, tales como el amor, deben ser revisionados constantemente. Su significado depende expresamente del pensar y del sentir humano, y no al revés. Debemos resignificar.

Se trata de eso o de ser víctima de deidades lingüísticas inventadas por nosotros mismos.
Tanta gente sufre por no poder corresponder el ideal de pareja eterna. Se autocastiga de al menos dos formas:
o se obliga a permanecer fiel y sumiso, presa de sí mismo, o se genera una gran culpa por engañar y traicionar a la otra persona, que incluso seguramente esté en la misma.
Supongo que hay dos formas de solucionar este problema puntual. Una sería acostumbrar al consciente a que el amor de pareja eterno y sin fisuras no existe(para el que lo sufre, claro que hay personas, una minoría evidente, para las que sí existe y no tienen problemas con esto). Enseñarle al consciente que el hecho de por ejemplo no poder desarrollar una pareja de esas, no es culpa de uno, sinó que tal vez la especie está pidiendo otra cosa, y este pedido se manifiesta a través del incosciente colectivo. Otra forma, más violenta y a mi entender, contra evolutiva, es acostumbrar al inconsciente a que el amor de

pareja sí existe, y entonces, una vez resuelto el problema de raiz, estar preparado para aceptar dicha forma. Claro que antes hay que averiguar dónde radica el origen del problema, ya que si está en el inconsciente individual, la buceada y la operación subsiguiente dentro de esta zona oscura, puede ser más benéfica y más que contra evolutiva, termina funcionando como una tremenda evolución personal. Si está en el colectivo, en cambio, ocurre lo anterior: es como ir contra la especie y la evolución.

Es que el inconsciente es como un dios. Aceptar los incoscientes, tanto personales como colectivos, puede llegar a tener un importante índice de nutrición para uno y por lo tanto, para la humanidad. Al fin y al cabo, el problema no es la falta de amor, sinó sufrir el hecho de que el que se da o se recibe, no alcanza, o no contenta por su forma.
Yo no tengo idea ni de cómo penetrar en el inconsciente ni de cómo cambiar al consciente. Pero intuyo que la cosa va por ahí.

miércoles, 13 de febrero de 2013

14 de febrero de 2013

La gente que te ama, sobre todo los padres, te dice en pleno acto de amor: no te pido ni te exijo nada, sólo que seas feliz.
Digo, ¿Eso no es mucho pedir?
¡Minga! ¡Yo a este mundo vine a pelear y sufrir hasta descubrirlo por completo, y de acá no me voy hasta que lo consiga!
Con la piel bajada hasta los tobillos y los ojos ardiendo si es necesario.

martes, 8 de enero de 2013

8 de enero 2013

Me gustaría verte una vez más. Un segundo, no más que eso. Acaso un sueño más. Lo suficiente para que se de el golpe mágico, ese estallido, ese iryvenir

de estrellas cósmicas y relápangos repampanantes y campaneantes que he tratado de encontrar en el amor, en la calle, en las drogas, los perros, los

libros, los viajes, la siesta, y que sólo he atisbado a ver, en la orgasmiquísima a la dos millones sensación, que da ese segundo de coherencia. Instante

de unidad, justa, puntillosa, suficiente, milimétrica y sorpresiva. Verte para saber que has muerto, no sólo en mi imaginación, sinó también en mi

corazón.

viernes, 23 de marzo de 2012

23 de marzo 2012

23 de marzo 2012

En la guerra perdida que llevo contra, y a veces, cómo negarlo, a favor de "lo que sirve" y "lo que no sirve", entró en juego mi propia profesión.
Hoy mientras esperábamos un tren con el trompetista con el cual trabajo en el subte, sentí una explosión en el pecho que me hizo decir "ahhhh, qué ganas de vivir que tengo, pero ¡no se de dónde salen!" y mi compañero musical me dijo: "¡siiii!, ¡entiendo lo que decís!, es como una cosa que te sale de adentro en cualquier situación, así te haya pasado recientemente algo malo". Y si, es eso, como una cosa en el pecho que explota para cosquillearte. "Es lo que tenemos los que no nos suicidamos"-dijo Leonel, el trompetista. Y después, a la noche y cada uno en su casa, me pasó por internet un tema de Cannonbal Aderley, y me pareció genial, y él me dijo: "Me pone feliz, como eso que te contaba, que la nada misma me pone feliz". A lo que respondí: "claro, claro, claro, eso es la música. Justo me lo venía preguntando". Y él: "pero es tan personal, de esa manera entendes hay gente que le hace bien Enrique Iglesias". Y yo: "¡no importa! sigue siendo música. La pregunta que me hago yo es para qué mierda sirve la música??? y claro, para hacer andar esa rueda de la que hablábamos". Y él: "si señor, hemos encontrado la razón de ser de nuestra razón de ser". Mi amigo Pablo, compositor y genio de la vida había publicado en su facebook días antes, con esa simpleza con la que explica el mundo: "La música lo embellece todo". Para eso sirve supongo. Para eso sirvo, entonces. Puedo dormir tranquilo.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Diario - 1 de septiembre

1 de septiembre

Mientras iba apretadísimo en el tren Sarmiento desde Once hasta Floresta con dos relucientes entradas en el bolsillo que nos permitirán a Laura y a mi ver el show del gran dios humano Hermeto Pascoal, dentro de algunos días, fuí tratando de recordar mi encuentro, tan ansiado, con Adriana. Fui recapitulando de a poco, como para darle el trabajo a mi memoria lo más sencíllamente posible.
Recuerdo que llegué y la esperé bastante tiempo en la puerta del edificio. Unos cinco minutos. Cuando vi acercarse a una mujer de pelo largo, canoso, atado con cola de caballo, vestida con unos pantalones anchos y a la vista muy cómodos, permitiéndole un lánguido andar, algo torpe, me dije: "¡Claro! ¡Cómo no la había imaginado así!". Su aspecto era tan coincidente con su música, que hasta llegué a sentirme un poco confundido. ¿Puede ser la realidad tan real? Parece que si.
Subimos en el ascensor y me excusé rápidamente con un balbuceo por no llevar el bajo conmigo. Habíamos quedado en que le llevaba el trabajo que había hecho para ella, y que además probaríamos algunos temas, pero yo ya había decidido unos cuantos días antes que no tocaría su música porque me resultaba muy horrible e insoportable. Así que fui sin bajo.
Cuando entramos a su departamento, un monoambiente chiquito, cuyas paredes estaban empapeladas de marrón caca, me señaló una silla para que me sentara, frente a una camilla que usaba, según me dijo, como mesa, y para atender a sus pacientes, ya que era kinesióloga, o algo así. Eché una mirada rápida a mi alrededor. Una biblioteca con libros de esoterismo, y el alma, y cosas así, dividía el comedor de la pieza. Fotos de Jesús y algún que otro santo estaban desperdigadas por las paredes. Un olor a sahumerio frutal muy penetrante me golpeó de inmediato. Me senté, y desde ese momento, y durante la siguiente media hora, mantuve mi bocota cerrada y escuché el discurso de Adriana, que consistió aproximadamente en algo así:

- Estoy por cumplir cuarenta años. No nací ayer. Soy cantante y compositora. Curtí el palo del rock en los 80 y los 90. Estuve en varios grupos, pero ahora quiero hacer mi proyecto. Hace veinte años que estoy en la música y hace diez que estoy laburando con estos temas que te pasé. Estuve dos años probando músicos, y creí que nunca iba a encontrarlos. Por momentos estuve a punto de renunciar y ponerme a hacer todo yo con máquinas, pero me dije "voy a darles otra oportunidad a los músicos". El baterista que tenía antes no tenía sentimientos ni amor. No me gustaba. Sabía tocar, pero no transmitía. El que tengo ahora toca con todo el amor, y toca bárbaro, y me acompaña en todas. El pianista, tiene más de cincuenta años. Toca jazz, folklore, toca de todo. Me dice: "a mi me gusta toda la música", y claro, porque el es músico. Y es un músico bárbaro. Y por más que hace dos lucas por fin de semana, está conmigo porque quiere progresar, quiere ser reconocido por sus méritos. Yo apunto a eso. No me interesa la gilada stone. No quiero que vengas a mis shows a pedir una moneda para la birra, como hacen los stones o los cumbieros. Yo hago música para un grupo de gente que va desde la juventud hasta la gente mayor, gente con valores culturales y que saben apreciar la buena música. Yo quiero recorrer el mundo, conocer otras culturas. ¿Por qué te pensás que no me quedo rehabilitando gente acá? Eso me gusta, claro. Es un servicio. Pero mi vida es la música. Y el vil dinero no es todo.- "El vil dinero". En ese momento tuve que aguantar un poquito la risa - Yo vivo así porque soy bohemia. A mi con un plato de arroz me alcanza. No necesito plata. Claro, me gustaría tener una casa con jardín, y mi propio estudio de grabación. Soy bohemia pero me gusta el confort. Pero yo ya las hice todas, no nací ayer. Hace veinte años que estoy en la música. Estoy cansada de los músicos. - Las frases se repetían bastante. Mientras hablaba trataba de descifrar a quién que yo conocía se parecía. Pronto me di cuenta de que era Ana a los cuarenta. Tuve que aguantar la risa de nuevo. La cara era muy parecida. Y la voz grave. Sólo que Ana es muy bella, y Adriana estaba resultándome una especie de mounstruo enojado y gritón, cuyos cachetotes caídos temblaban de rabia. Hablaba con mucha violencia y de a ratitos le pegaba piñas a la raída camilla, y sin el menor resguardo respecto a estar enalteciendo un poco exageradamente su propio ego, bastante exageradamente teniendo en cuenta que su música era demasiado fea y vulgar como para creérsela, bastante exageradamente, teniendo en cuenta que ya tenía cuarenta años y claramente, no había logrado nada con respecto a eso, o al menos ella decía eso. Estaba mal. Enojada. Muy enojada. Continuó.
-Sobre todo estoy cansada de los pendejos de veinte años, perdonáme si te ofendo. Pero son una manga de arrogantes que quieren todo ya o quieren plata rápida. No les interesa progresar espiritualmente. Vengo probando bajistas hace más de dos años. He tenido algunos que me duraron dos o tres meses. Después me vienen con que no tienen tiempo o pelotudeces así. ¿Qué me importa a mi lo que hagan afuera? Yo, que te quede bien claro, yo se a donde voy y no estoy para perder el tiempo por pendejos arrogantes que no saben como es la cosa, porque yo, yo estoy hace veinte años en esto. Y escuchame porque todo esto te va a servir. Yo se que voy a trinfuar y después los que desecharon este proyecto van a decir: "qué boludo que fui, ¿cómo no toqué con esta mina?" y ahí van a venir a rogarme, pero el reconocimiento va a ser mío. Porque yo quiero respeto y reconocimiento, yo, para mi y para mis músicos, obviamente. Y todos acá queremos lo mismo.- Empecé a pensar en dónde me había metido. El lugar era muy caluroso, chiquito, oscuro y feo, y el sahumerio, y los gritos de Adriana. Y su monólogo. Me empecé a marear y a desconcentrar un poco de sus palabras. Repasé un poco mi historial mientras le miraba la cara y veía su boca moverse pero había conseguido no oírla. ¿Por qué siempre estaba rodedado por gente así? Adriana, Ricky el boxeador, aquel guitarrista a quien llamé al encontrar un aviso suyo, y me tuvo una hora y dieciseis minutos escuchándole sus quejas por lo rápido que pasa la vida y lo fracasado que sentía ahora que tenía cincuenta años. La vecina de al lado que cada vez que me agarra me habla de los departamentos que vió antes de encontrar este, el sordo psicótico que me amenazó cuando estaba próximo a darle clases de música, Lucho, el egocéntrico mediocre adicto a las flores de Bach que tenía una perra a la que llamaba "hija", y a la cual cagaba a palos para calmarse. Siempre terminaba con gente así. ¿Soy buen tipo o un idiota? La pregunta sin respuesta me persigue. Dejé mis recuerdos a un lado, ya un poco confundido, y volví a escucharla.
-Quiero ser reconocida por mi música, porque mi música es un proyecto nuevo, lo se. Me lo han dicho los productores con los que hablé: "tu música tiene un sonido único, cuando tengas algo armado buscame". Y ellos no están para perder el tiempo. Yo tengo que armar el grupo y grabar y llevar las cosas perfectamente hechas. Ahí, la gente que se encarga del negocio de la música va a hacer lo que tiene que hacer. Vos no sabés, pero es así. Te llevan a los lugares y te pagan porque los lugares en los que tocás ya tienen su propia gente. Uno no tiene que ir golpeando puertas. El músico tiene que vender su música, no venderse a si mismo. Y para la venta, está la gente que sabe, pero ellos, necesitan cosas concretas, porque no están para perder el tiempo. Y ellos han trabajado con gente grosa de verdad. ¿Cómo te pensás que hicieron Charly, o Pedro Aznar, o Soda Stereo o los Redondos? Se manejaron con gente así. Con gente que sabe. Si no no habrían llegado a nigún lado. Pero yo lo que necesito son músicos comprometidos. Hay dos clases de músicos: el que sabe tocar, te lee una partitura y después no te transmite nada, y está el que sabe y transmite. Yo quiero de esos. Esto en Inglaterra no pasa. Los músicos se comprometen. Pero para que eso pase, te tiene que gustar el proyecto de entrada. Si a vos no te gusta, o estás especulando con plata o cosas así, acá terminamos la conversación. Agarrás tus cosas y te vas. Me dejás el trabajo que arreglamos, te doy la plata que te corresponde y listo, se acabó. Pero yo no estoy para perde el tiempo con pendejos arrogantes...

Bueno el discurso decía cosas así. Yo me mantuve callado barajando qué tipo de actitud tomar. Podía pararme e irme. Podía pararme cobrar e irme. Podía empezar a hablarle irónicamente. Podía mentirle. Podía hacer tantas cosas. No aguanté y tuve que hablar con bastante sinceridad. Le dije que me perdonara si le molestaba, pero que le iba a hablar con franqueza. Le dije que su música no me había gustado. Me preguntó por qué, y le contesté con la mayor cantidad de detalles que pude. Omití lo desagradable que me habían parecido las letras. Le dije que todos los temas eran iguales y me aburrían. Que seguramente había mucha gente a la que le gustarían, pero a mi ni de cerquita. Le dije además, que con su tono soberbio y arrogante me estaba dando miedo, y que yo había ido ahí para conocerla. Que de haber ido con ganas de tocar, se me habrían pasado ante su avasallo y su modo tan violento y ofensivo de hablarme. Eso. Le dije que hablaba muy violentamente y que así no iba a conseguir músicos ni nada. Le dije todo esto con un tono tan dulce, suave, sosegado y con tanta sinceridad, que cambió abruptamente su actitud y me transformé en su mejor amigo.
Me dijo que me agradecía todo lo que le decía y demás huevadas. Y empezó a preguntarme por mi. Le conté un poco y pronto nos pusimos a revisar el trabajo encargado en la computadora. Quiso revisar cada uno de los quince temas. Así que tuve que volver a escucharlos. Sufrí mucho al principio por tener que escuchar eso que creí no escucharía nunca más, pero se me pasó al ratito. De alguna forma, ella ya me caía un poco mejor. Haberme sacado el peso del horror que me había producido su música me calmó, y revisamos los temas tranquilamente. Me ofreció té, sanguche de queso y demás cosas, pero le dije que no, a pesar de que me moría de hambre. Quería terminar e irme a sacar las entradas de Hermeto y volver a mi casa a tomar mate tranquilo.
Cuando nos despedimos me abrazó. Me dijo "amigo". Ahora sos mi amigo, me dijo. Se nota que sos un buen pibe, muy responsable, y cuando necesite otro trabajo así ya se que puedo contar con vos, a pesar de que no te guste mi proyecto. Ojalá te vaya muy bien en la vida. Le deseé suerte y me fui.

Yendo a sacar las entradas para Hermeto me acordé de que anoche habíamos hecho el amor con Laura. El pesado día ni siquiera me había dejado pensar en lo bueno de la vida. Empecé a tratar de recordar el sexo, que como siempre fue muy espectacular, y se me paró. Me sentí vivo y relajado.
Anoche con Mato, hablábamos de que la idea de largar todo a la mierda lo persigue a uno constantemente. Esté donde esté, haga lo que haga. La única forma de zafar es no detenerse a pensar mucho y hacer todo el tiempo lo más que se pueda impulsivamente. Hacer el amor con Laura es eso. El impulso en si mismo entregado al acto más divertido y gratificante. A la mierda la música, Adriana, escribir, la guita, el reconocimiento, lo que poronga sea.
Yo fui creado para coger con Laura. Esa es mi misión en el mundo. En los tiempos libres, escribo cosas y toco música, estudio, leo, etc. "Qué fácil sería todo si no existieran ni músicos, ni artistas, ni médicos ni nada", me dijo Mato anoche. Su sabiduría sigue deslumbrándome. Además nos comimos un pastel de papas y un vino y nos reímos todo el tiempo. Al final, parece que las cosas no eran tan complicadas, che.

Diario - 2 de septiembre

2 de septiembre

Acabo de llamar a Laura para cantarle por teléfono "Piel canela". La letra dice:"Si perdiera el arcoiris su belleza/y las flores su perfume y su color/no sería tan inmensa mi tristeza/como aquella de quedarme sin tu amor". Me pareció oportuna así que se la llamé para cantársela apenas terminé de aprenderla, y parece que le gustó. Parece que estos últimos días una especie de volcán se le metió adentro del cuerpo y no para de erupcionar. Llora y se siente mal. Algo extraño se le activó con el desmayo de hace poco más de una semana. Una especie de miedo generalizado y una tristeza bastante profunda. A veces pienso que esconde mucho sus sentimientos, y la cosa se le va de las manos. Anoche lloró tanto que tenía ganas de llorar con ella. Pero no tengo lágrimas hace tiempo. Yo, por más magia que me gustaría hacer, no puedo más que acompañarla lealmente. Ni siquiera se me ourre algo para hacerle ver las cosas de colores. Como la ambulancia que enrealidad es un auto de payasos. Creo que soy demasiado realista. Puta madre. Las cosas afuera son siempre igual. Sólo dentro cobran sentido. Transmitir ese sentido se me vuelve dificil. En realidad, es algo que directamente no puedo manejar.
Últimamente ando como una máquina, aunque mi mente real está ocupada con Laura, toda la otra parte sólo se ocupa de cambiar la realidad. Sigo sacando temas y solucionando problemas sencillos de índole económica. Generando, y sintiéndome tan chiquito que no me importa nada. Hay un campo a mi alrededor sobre el cual tengo todo el dominio y control. Es mi obligación sacarlo bueno. Cosechar calidad.
El día soleado me ayuda. El sol me entrega una energía inexplicable. Dentro de esta poronga de ciudad, que muchas veces veo bella, una cosa tan corriente como los rayitos cálidos y amarillos que me rozan la piel se vuelven agua. Esencial. ¿Existe lo esencial? La verdad, no creo que sea demasiado importante. Este planteo acerca de la existencia, es bastante arcaico.
Unos tipos buscan japonesas en las páginas porno. Niñas sometidas a acosos sexuales. Es lo más próximo al sexo basado en algo distinto. Como la zoofilia pero no tanto. La denominada perversión, mueve unos hilos gruesos. Mucha cara de nada. Por dentro, hay volcanes por doquier. La erupción es cuetión de tiempo.
Al final de la noche, terminé de componer un viejo tema que empecé hace tres años. El tiempo nunca deja de ser una cosa super rara. Me dispondré a terminar ahora el libro que estoy leyendo, aunque dudo que pueda hacerlo esta noche. Mañana debo estudiar y poner un perchero en mi habitación. Y darle una merecida barrida al suelo.

Diario - 3 de septiembre

3 de septiembre

Sentado en un boulevard en Las Cañitas, bonito barrio que no conocía, miraba los árboles mientras me tomaba un Cepita multifruta y fumaba un cigarrillo. De pronto, un caño de escape explotó, o tal vez fuera un petardo, o tal vez un tiro, o tal vez un volcán, y dos palomas salieron volando despedidas. En un segundo habían llegado al techo de un alto edificio. Se resguardaron. Una hormiga hizo lo suyo, se escondió bajo una baldosa de la vereda. Yo permanecí sentado. ¿A dónde escapar cuando las cosas explotan? Parece ser que no hubiera escapatoria, o que en caso de haberla, hallarla es un reto bastante grande.
Un viejito caminaba en ese momento con dos perritos chiguaguas. Me sorprendió. Parecía que el hombre no conocía el asunto ese de que todos los perros se parecen a su dueño. Me sorprendió que deseara parecerse a esos perritos tan desagradables. En efecto, era asombrosamente similar. Chiquito, calvo y tembloroso. Si yo tuviera un perro, me gustaría que fuera un galgo, o algo parecido.
Vergara resultó ser un gran tipo. Nos quedamos charlando un rato sobre la vida. Sus amplificadores están bárbaros. En dos semanas tendré el mío y podré salir a laburar tranquilo. Espero para esa fecha, tener un repertorio considerable.
Desperté a las 8:30 de la mañana. Había dormido cinco horas, pero una pesadilla me despertó. Se moría mi vieja y se armaba un quilombo. El sueño era tan real, que incluso llegué a darme cuenta de que estaba soñando, pero no podía despertarme. Así que decidí hacer como que era verdad, y actué como se actua en casos de muerte. Luego desperté, algo conmocionado. Aproveché para ponerme a leer el libro de Murakami. Me faltaban pocas páginas, y la noche anterior no lo había podido terminar porque se me cerraban los ojos, pero la historia estaba muy entretenida. Terminé el libro y no hablaré de ello. Gran libro.
Volví a dormirme. Soñé que compraba un contrabajo y volvía a tocar. El contrabajo era malo, como el primero que había tenido cuando tenía diecinueve años, pero a mi no me importaba. Esta vez iba a ponerle empeño. Soñé más cosas, pero no las recuerdo. Desperté a las 13:30, deseando que hubiese milanesas en algún lado. Sorprendentemente, mientras terminaba de darme una ducha, Pablo me informó que había milanesas en el horno.
Coloqué el perchero. Me quedó algo torcido, maldición, pero su funcionamiento es perfecto. Tengo ocho perchas esperando ser llenadas de pantalones y remeras. También barrí mi habitación, pero el piso es muy asqueroso. Hay que baldear. Algún día. Después de todo eso, perchero, barrida, milanesas, salí a tomar el bondi para ir a señar mi amplificador, y conocer a Vergara, y sentarme en Las Cañitas y ver al viejito y a las palomas rajarse asustadas. El día fue una belleza. El sol presente nuevamente, acompañándome todo el tiempo.
A la medianoche, voy a ir a saludar a Lilén por su cumpleaños. Ojalá cantemos un poco. Prometo no emborracharme.
Adriana me escribió para agradecerme no se qué cosa y para que le recomendara música. Le mandé una buena lista de música que considero de calidad, y volví a desearle una suerte muy sincera con su proyecto.
¿Laura? Ojalá haya disfrutado este día también.

Diario - 6 de septiembre

6 de septiembre

¿Qué día es? martes. Creí que era lunes. Estoy un poco cansado.Hay algunas cosas que no entiendo. Es el aire. Son cosas que están el aire. Programo mi cabeza para tener el control absoluto. Una palabra, suelta, sola, puede hacer trastabillar todo el estado. Me hace pensar en si alguno de los dos estados es el verdadero. Si había una mentira, si hay un autoboicot. ¿En dónde radica el control?
Hoy me pesa la cabeza. Siento que está unida al cuello con un tenedor. No puedo ni moverla para los costados ni para ningún lado. Y adentro de la cabeza, encima, hoy parece no haber nada. Algo detuvo la máquina. Es una detención breve, lo siento así. Tal vez fue un exceso de sanguches de atún. Un exceso de sanguches de atún sin nada de hambre y comidos a demasiada velocidad. Comé más lento, me decía, pero no pude. El cuerpo se me movía sólo. El cuerpo aún estaba maquinizado, pero tenía el cerebro en blanco. Lo mismo que ahora: se me mueven los dedos y pestañeo. Creo que no se me mueve nada más.
Laura me hizo un test, la idea era saber si yo era Vata, Pitta o Kapha, o las tres o dos. Me salió que era Pitta-Kapha. Algo así como un fuego sobre la tierra. Algo así como un volcán. Hoy ha sido la erupción que no, que no, que no. Como si la tierra se hubiera comido al fuego, se lo estuviera comiendo, lo estuviera ahogando. Debo aprender a hacer funcionar la máquina a base de tierra y agua.
No encuentro adentro fuerzas para nada más por hoy. Veo mi colchón por sobre el hombro y me dan ganas de entregármele. Laura terminó dejándome hoy una sensación muy extraña. Ahora mismo. Está en el aire. No tengo idea de qué es.
Lo mejor va a ser que tome un poco de agua, riegue las plantas y me acueste a dormir.