sábado, 13 de octubre de 2012

Una distracción en el camino

No se me entremezclan los sentidos ni siento perder una mínima porción de esto, que debiera ser nada más y nada menos que el mismísimo yo mismo yo. No desaparece el potrero pijotero, irregular y pedregozo de los once años. Veo luminosos, peliculosos, como si existiesen y no existiesen al mismo tiempo, los arcos chuecos hechos con palos y clavos doblados y oxidados que armamos entre todos, después de la escuela. Y algunos puestos ayer. La pelota yendo de uno a otro. Quieta en la mitad de la cancha. Se fue, no se fue, etcétera. Y los pibes agarrándose a las piñas. Y yo no puedo. Nadie desea pelear conmigo. Falta de capacidad boxística. El temor eterno de la virginidad. No podía pelear. Me hace pensar ahora en que yo no existía. Mi cuerpo se ezfumaba en ese plano y terminaba siendo uno de los hilos de las rastas de lana del lampaso del portero de la escuela, apoyado contra la pared. No pierdo noción de mi nariz aguileña. De las botamangas dobladas hacia afuera. No me hace cosquillas la panza por dentro, ningún bicho aletea y estamos en marzo. No se si es otoño o invierno, pero da igual. Todo se transforma en hielo seco y duerme plácidamente. No reboto contra los techos salientes de los locales y las casas, ni me derrito lento para terminar esparcido sobre el río. Nada me desespera. Deduzco: no estoy, como dirían, embarbascao ni enmariposado. Sólo una cosa me muele el cerebro y los huesos del cráneo transformándome en una gelatina inerte: ese culo. Ese culo digno de fuegos artificiales y de carnavales y guirnaladas fuccia y pitos y bustos de plástico y amontonamiento y polleras suaves desconocidas. Yo desearía darle otra palmada, otra palmadita, aunque sea chiquitita. Pero no puedo tampoco engañar a nadie: no es sólo ese culo, o esa piel que se pone como la de un pollo, ni tampoco esos ojos de pestañas enormes o esa mirada, tan, cómo explicarla...cómo explicarla si ni a ella misma la explica, más bien la esconde cada vez más atrás de lo que ella representa para todos nosotros. O tal vez si. Tal vez toda-esa-cosa, ese runfunfún que dejan salir tus párpados para este lado, para el de afuera, que a veces le hacen a uno transformarse en Superman y otras veces en un sapo muerto, es la total y clara muestra de que sos lo que no sos. Hace rato que estoy seco y verde sorete, como podrido, como parte del riachuelo ese tan asqueroso que pasa por Ringuelet, al que te habría llevado a vivir para que tengamos ocho hijos y unas buenas fiestas y para que cuando cayera la noche, porque ahí como en todos lados cae la noche y uno entonces puede esperar ponerse un poco más cariñoso y no sorprenderse por tanta papurrachada tan típica (y eso que yo te he regalado tanto de mi, casi todo yo, casi que ya no soy), pudiera pasarte mis brazos por detrás y por delante de toda vos, y entonces mirarte con tanto júbilo que la nuca se me pondría como fría y dura y los ojos bien llorosos. Y ahí te diría te amo. A la mañana y a la noche. Maldita chota nostalgia del futuro. Llorar por lo que será. O lo que es peor: llorar por lo que será que nunca será. La nostalgia del futuro inexistente. Y en cambio este presente tan mediocre. Caminando tan rápido hasta tu casa, con la más estúpida de las excusas, como si no supiera yo que vos sabés que todo lo que haga en torno a vos no es más que una excusa para verte. A vos y todo lo que te hace ser vos. "No estoy embarbascao ni enmariposado", coreaban interminablemente tres o cuatro voces dentro de la cabeza de Jerónimo. La frase le retumbaba odiosamente en el coco de un lado a otro, de arriba para abajo, de atrás para adelante, todo el tiempo sin parar, terminaba y empezaba el coro a cantar, una y otra vez, canon, nota contra nota y fugas. Y como ocurre cuando eso ocurre, cuando se rasca la obsesión con las uñas hasta rasgar la propia carne, las palabras comenzaron a carecer de sentido, hasta que lo perdieron definitivamente. No-estoy-embarbascao-ni-enmariposado. No había ningún sentido. Una de las voces, un Jerónimo acaso, intentó contemplar el alrededor, como para verificar que el camino elegido fuera el correcto. Todo parecía indicar que si, aunque el movimiento de las piernas fuera casi automático, involuntario. Como cuando las manos aprenden a hacer algo que el cerebro no tiene idea de como se hace, las piernas llevaban ese desastroso cuerpo jóven en constante envejecimiento hasta un objetivo poco claro. Todo el mundo, por decirlo así, sabía que Julia, la deudora enterna, no tenía guita. Nada de dinero. Lo poco que conseguía, además de lo enviado mensual y religiosamente por su padre, lo sacaba quién sabe de dónde. Algunos papeles mínimos en cortometrajes demasiado unders, o alguna colaboración en la producción artística de obras de teatro y actividades por el estilo le aseguraban el arroz y el alcohol necesarios a los veintidós años. Y tal vez alguna cosa más, con dilatada frecuencia, dependiendo de la necesidad del momento. Pero en ella pensó primero que en nadie, a la hora de tratar de conseguir cuatrocientos pesos para darle a Coca a cambio de la habitación. Aunque estaba claro para él y para todos: sabía que de Julia no conseguiría un peso. Se trataba tan sólo de una excusa vaga, una excusa poco elaborada que seguramente le traería resultados tan vagos como la excusa merecía. Se trataba de una excusa para verla, y para informarle, sutílmente, sutílmente para alguien que tiene el cerebro duro como una piedra, que ahora tenía una habitación con cocina para él solo, que había crecido y se había vuelto repentinamente un hombre, y que en su pieza habría una cama en donde ella también podría dormir, con él, claro, cada vez que lo quisiera. Y también para mostrarle que aún era dueño de su propia boca y de su propio cuerpo, y que éstos dos podrían ser objeto de la lengua de ella y de las manos de ella, manos hermosas de largos dedos, cada vez que lo quisiera. Pero esto que tan claro se ve desde aquí, esta estrategema tan obvia, tanto más oscura e invisible se presentaba para Jerónimo, que en su cabeza no tenía nada más que su propia voz diciendo siempre las mismas palabras y que marchaba como un zombie por la Avenida 1. Sus piernas denotaron la inseguridad que su conciencia parecía intentar evitar y luego de caminar tres larguísimas cuadras se metió en un cyber. Observó en un espejo tras el mostrador que su cara, su no-cara, parecía la de un muerto, y subió al primer piso del local para sentarse en la computadora que lo llevaría un poco por donde necesitaba ir. Un lugar en el que ni sus piernas ni casi todo el resto de su cuerpo tuvieran que hacer algo, aunque al sentarse frente al monitor de una máquina bastante anticuada para la época, comenzó a sentir como le temblaban los los dos miembros inferiores con ritmo salvaje. Acaso esas piernas parecían ser lo único vivo. Tal vez quisieran seguir llevándolo al destino previamente planeado. Tal vez, deseaban más que nadie en el mundo, entrelazarse de nuevo, aunque sea por diez segundos, con las piernas de Julia. Quizás ellas no entendían la orden que un ente en apariencia superior les estaba dando, e intentaban huir de ese sucucho infectado de computadoras y sémenes de todo el barrio. Pero la necesidad de avisarle a Julia que pasaría por su casa; que pasaría con intenciones pacíficas y amistosas, no para verla y desearla con hambre sexual, no para hostigarla con piropos y demandas, no para celarla o averiguar sobre su estado actual, y menos aún, sobre el estado del culo que amaba, se le volvió incontrolable, aún sabiendo que quería encontrarla por todos estos motivos, y que los cuatrocientos pesos no existían. Resulta curioso como es posible no sólo engañar al propio cuerpo, y llevarlo a lugares innecesarios, si no también a la propia mente. Como si hubiese una mente jerárquicamente más importante que toma las desiciones que se le antoja y se rie a costas de nuestra propia falta de voluntad real. La rastreó por Messenger y por Facebook, y en ninguno de estos sitios el personaje virtual de Julia apareció. Personaje con el que ya había tenido serios inconvenientes. La velocidad de la comunicación no es buena compañera de la ansiedad. Por revisar nomás, abrío su correo eléctrónico, sabiendo que no tendría ningún mail importante, y mientras eliminaba cada una de las publicidades, oyó un quiquliqueo acompasado que no provenía de un mouse, y unos gemidos actuados, farsantes, a un volumen bastante bajo. Giró su cabeza lentamente, con cuidado y temor, como si fuera a encontrarse un muerto a sus espaldas, y ante sus ojos apareció un hombre viejo de pequeña estatura, terraza calva y unos cabellos largos dignos de Rapunsel que le nacían en la nuca, entrenido con un video a simple vista nada sensual, en el cual dos bellas jovencitas, una de rasgos asiáticos, realizaban distintas destrezas sexuales en las que participaban como invitados de gala para nada despreciables, nada más y nada menos que imponentes muestras de materia fecal y orinas de sorprendente caudal. Jerónimo contempló absorto el espectáculo que estaba presenciando a mitad de la, a esa altura, soleada y nublada y húmeda tarde platense. Cuando tuvo que elegir qué era lo que le producía mayor extrañeza; si las muchachas finas y grostescas a la vez, pero sin duda definitivamente escatológicas que podía ver a través de la pantalla, o si el energúmeno que se masturbaba con fruición en vivo y en directo, se encontró en un dilema bastante diferente a los dilemas en los que se había encontrado alguna vez. - ¡Ay! - exclamó con acento caribeño una hermosa chica de piel azabache y pequeñas trencitas que estaba sentada en la computadora de al lado del hombre. - ¡¿Qué está haciendo?! - agregó sobresaltada y desconcertada. - Mmmmmm....¿Te gusta, negrita? - contestó el hombre con un tono bastante salivoso - ¡Estaba esperándote a vos también! - ¡Ayyy! ¡Qué asco! salga de aquí! ¡Asqueroso hijo e' puta! ¡Este no es lugar para hacer esas chanchadas! - ¡Mmm! ¡Siii! ¡Enojate que me encanta! - respondió con tono obseno el hombre que la miraba replegado como un golum sobre su bragueta, sin intenciones aparentes de acercársele. La chica miró a Jerónimo suplicándole complicidad, mientras una voz salía de los parlantes de la computadora de ella y esbozaba las palabras: "¡Hola hijita!" - ¡Hola mamá! - le contestó la muchacha morena rápidamente a la mujer que aparecía proyectada desde una cámara web. - ¿Por qué tienes esa carita se susto? ¿Estás bien? - dijo la mamá. - ¡Si, si! Espera un momentico que tengo un problemita por aquí. - ¿Un problem...? - atinó a decir la madre que fue interrumpida antes de terminar la frase. - Señor - dijo Jerónimo tranquilamente pero con un dejo de enfado solemne que sonaba un poco falso - La chica tiene razón, ese video es realmente asqueroso. ¿Cómo puede excitarle eso? - La jóven abrió sus ojos sorprendida y se quedó muda. Evidentemente esperaba otro tipo de intervención. - ¡Es la caca nene! ¡Es la caca! ¡De eso estamos hechos todos, nene! - grtió el hombre apasionadamente, ya desentendido del video, que igualmente, seguía su curso normal. La pequeña asiática, que aparentaba dieciséis años a lo sumo, estaba masticando un pedazo de materia fecal sobre los pechos de su rubia compañera de juegos. El viejo se levantó de su silla y saludó a la madre de la chica por la camarita. - ¡Hola señora! ¡Es la caca, señora! ¡Usted tiene una hija hermosa! ¡Toda hechita de caca, como yo y como usted! - Hija, ¿Qué está ocurriendo? ¿Quién ese hombre? ¿De qué caca habla? - dijo confundida y algo asustada la madre. - De la caca del mundo señora. De eso de lo que estamos hecho todos, ¿comprende?. - Se apresuró el viejo a contestar - Usted, yo, su hija, este afable muchacho que nos acompaña. Todos hechos de excremento. Dígame si no hay mayor belleza que la materia que nos unifica. Dígame si no hay mayor señal de igualdad y amor que la dulce mierda que une las almas y los cuerpos de todos los seres vivos, incluyendo los animales. ¿Y la caca de los árboles y de las plantas? ¡Oh! ¡Bella caca que nos da oxígeno! - dijo el viejo demostrando su cultura general en ciencias biológicas. - Madre, no te asustes - le dijo la hija que no quería preocupar a su madre (¡A tanta distancia!) al ver los ojos medio desorbitados de su progenitora - es simplemente una actuación. Unos jóvenes están filmando un cortometraje, al parecer son estudiantes de cine. Aquí en La Plata hay muchos. - ¡Oh! ¡Qué bello! Por un momento me asusté, mi niña. El texto es al parecer bastante extraño. Pero bueno, yo estoy bastante al tanto de las vanguardias, tu sabes, siempre me he interesado mucho por el arte. - Contestó la señora ya evidentemente descontracturada. - ¡ Qué bueno señora! ¡Me alegra oir esas palabras de un latinoamericano! Tiene razón, es un texto bastante raro. Sí, sí. Es una época extraña por donde se la mire - le dijo Jerónimo a la señora, y agregó: - ¿Desde donde nos está hablando? - ¡Hola! ¡Desde Colombia! Dime, ¿tu también estás en ese cortometraje? - Si - mintió Jerónimo - yo escribí el guión - reforzó la mentira sin siquiera preguntarse porqué. - ¡Mmmm! ¡Caquita! ¡Caquita rica! - gritaba el hombre que bailaba con los pantalones medio bajos alrededor de las computadoras vacías. De a ratos la madre colombiana podía ver al simpático hombrecito aparecer delante de sus ojos. - ¡Oh, qué personaje más simpático! Aunque el texto...bueno...ustedes sabrán. Los temas escatológicos siempre suelen ser un poco difíciles de comprender... - Oh, si, tienes razón madre, pero ahora debo cortar aquí la comunicación porque deben cambiar la escena. En un rato me conectaré de nuevo. - ¡No! ¡No, aún no he terminado! ¡Señora, hechese una caca para mi delante de la cámara, por favor! - dijo el viejo suplicantemente. - ¿Qué? - ¡Cómo se atreve! - dijo la jóven. - Oh, si. Si usted se animara, sería de gran ayuda para nuestra historia - dijo Jerónimo. No publicaremos su cara, ni tampoco su nombre, obviamente. - No lo creo, es una idea muy atrevida, además, dudo que pueda ser adaptada al guión. - Si, lo sé señora. Es casi un pedido impúdico. Sólo puedo decirle que se lo agradeceríamos infinitamente, y después el universo se encargaría de retribuírselo, al menos yo creo en eso. El Universo tiene incontables regalos para todos nosotros. Y con respecto al guión, no habría ningún problema. Estamos practicando una forma bastante libre de escritura y realización. Incluso se nos exige eso en la facultad. Vio cómo es el arte en el siglo veintiuno. - Bueno, no puedo negar que un poco me avergüenza, pero colaborar con el arte siempre es prioridad para mi. Siempre he sido aficionada a la pintura. Soy, además, una gran admiradora de Jackson Pollock y de Picasso y pues claro, de Salvador Dalí. - ¡Mamá! ¡No! ¿Estás demente? - gritó la chica avergonzada, pero ya casi sin fuerzas. - ¡Si! ¡Si! ¡Si! - arengó el viejo in crescendo. - Sería de gran colaboración, señora. Además, ya que menciona a Dalí, bien conocerá usted la afición del gran genio español por la materia fecal, material fundamental de su obra. - dijo Jerónimo completamente sorprendido de si mismo. Otra vez, una mente superior estaba hablando. Sus piernas habían dejado de temblar. - Oh, si, cómo no saberlo. Las inquietudes de Dalí siempre han sido un poco las mías también. ¿Sabes?, siempre he pensado, un poco metafísicamente que Dalí y yo somos ramas de un mismo árbol, como almas gemelas. - Madre...- dijo la jóven ya resignada. - Bien, sería entonces una doble colaboración: con el arte en si mismo, y con su gran ídolo, bueno, y además con nuestro grupo de trabajo. - ¡Y con mi alma y el alma de todos los hombres! - dijo el viejo. - Muy bien....¡Ahí les va entonces! - sentenció la señora desde Colombia que había sido seducida por la mirada dulce de Jerónimo y parecía no tomar en consideración las súplicas cada vez más débiles de su hija. Algunos padres tienen esa costumbre. Comenzó a bajarse los pantalones y la bombacha y pronto estaba su culón colocado frente a la cámara. La hija se había puesto tan blanca, que parecía haber cambiado genéticamente, y sólo atinó a taparse los ojos y quedarse inmóvil. Un largo silencio llenó todo el lugar. Algo tremendo estaba por pasar. Como el último penal que define al campeón en la final del mundial de fútbol. El viejo, que estaba experimentando el mejor momento de su vida, o al menos de su memoria, se puso frente a la computadora expectante y observó absorto. Lentamente, un pequeño soretito comenzó a salir como pidiendo permiso desde las entrañas de la señora y al asomarse por su ano, hizo que Don Escatofilia explotara, y casi literalmente explotara, de placer. - ¡Caaaacaaaaaaaaaa! ¡Cacaaaaaaaaaaaaaaaaa! - gritó el hombre con los ojos llenos de lágrimas, e intentó darle un abrazo fraternal a Jerónimo, pero éste pudo esquivarlo a tiempo, lo que hizo que el viejo terminara abrazándose a mí mismo, trastabilllando y cayendo contra una computadora aparentemente en desuso. Detrás se escucharon los gritos orgásmicos pero exagerados que venían de la asíatica y de la rubia, que estaban bebiendo sus orinas mutuamente en la posición del sesenta y nueve. - ¿Ha salido bien? - preguntó la señora. - Magnífico. Magnífica toma, señora, la felicito. No habrá necesidad de repetirla, afortunadamente - dijo Jerónimo, y al bajar las escaleras del cyber notó la mancha reciente y húmeda esparciéndose por la zona pélvica de los flojos jeans del viejo, que lloraba de emoción y a llanto pelado, revolcándose de fruición por el suelo. Pagó un peso con cincuenta en el mostrador y salió a la calle, totalmente desiquilibrado mentalmente. Sentía que acaba de despertarse de un sueño muy raro, el más extravagante que había soñado jamás. Un zumbido le perforó los oídos. "Deben ser los gritos de los ángeles de la moral", se dijo a sí mismo divertido. Caminó unas pocas cuadras más y llegó a la puerta del edificio de Julia, un poco más descontracturado y con una buena historia para contar. Tocó el timbre después de dudarlo unos momentos y espero a que su antigua princesa bajara a recibirlo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

genial. hay un error en el 3er renglón: la palabra irregular. saludos

Patricio dijo...

Gracias, què atento/a. Quièn sos, che? saludos.