lunes, 19 de enero de 2015

Coser

Coser

A una malla que me compré hace muy poco se le desconoció el costado izquierdo, desde la base del bolsillo hasta la costura de lo que supongo se llamará botamanga, al menos así se llama en los pantalones largos. Deambulé circularmente entre algunas ideas: voy a Wall Mart a que me la cambien, la llevo a una costurera, la tiro y consigo otra total están baratas. La solución más lógica y clara, como suele pasarme, se me presentó mucho más tarde que las insensatas, y la idea de coserla yo mismo no se me apareció en la mente hasta anoche. Acabo de terminar de ponerle un parche. De una sábana vieja que está destinada a trapo, saqué una tirita de 8 cm por 1.5 cm que cosí a mano uniendo ambos extremos de la malla. Ahora la prenda, originalmente azul marino, tiene un vigo floral muy bonito. El trabajo me llevó aproximadamente una hora y media, y si bien me gusta como quedó, la belleza se debe a las flores del parche y no a la prolijidad del remiendo. Pensé en mi abuela, cuyo oficio principal, entre varios, era el de costurera. Pensé que el cuerpo de mi madre había sido nutrido gracias a ese oficio y que por lo tanto también el de mis hermanos y el mío, aunque en menor proporción, habían sido alimentados a base de aguja e hilo. El concepto de sustancia me vino a la mente.
Una hora y media es un montón de tiempo. Pensé en las costureras esclavizadas en Floresta. Yo sé que no es un tema que suela aparecer en las charlas de sobremesa, en las de a orillas del río, en las universidades. Básicamente, es un tema que no aparece, yo no se por qué, pero hablamos de otras cosas, no de las costureras de Floresta que laburan diez mil horas por día por dos mangos. También pensé en las de China. En nuestro consumo enfermo y ciego de prendas hechas en base a la explotación y en nuestra constante preocupación por combatir dicha explotación vestidos con las prendas nombradas. Este sí es un tema conocido y super conocido. No quiero ahondar en las contradicciones.
Pero sobre todo creo que pensé en la arrogancia de los artistas y los intelectuales que se creen poseedores exclusivos del acto creativo. En aquellos que abierta o íntimamente se consideran a sí mismos, y únicamente a sí mismos, como transportadores de la materia sensible. En los que ponderan su actividad como una actividad excelsa y creen erróneamente que han sido elegidos para realizar una tarea que nos ha sido vendida desde Europa y a partir del siglo XVII como suprema. Tremendo buzón venimos comiéndonos. Claro que eso es culpa de todos nosotros, que vanagloriamos ciégamente a un guitarrista o incluso a un médico e ignoramos a una costurera con asombrosa facilidad y perezosa costumbre. Pensé en el menosprecio casi inconsciente de los artistas e intelectuales por los trabajos de los demás, aquellos trabajos que aparentemente no se relacionan con la creatividad. Aseguro que haber tenido que resolver los interminables enigmas a los que me enfrenté a la hora de tener que emparchar mi malla, me llevaron a un punto de creatividad muy alto y sobre todo, genuino. Para entender el don creativo de mi abuela, era necesario dejar de rebuscar, y ponerse a coser. La importancia de realizar actividades diversas y desconocidas volvió revelarse. No hay otra forma de ponerse en el lugar del otro. Una hora y media es mucho tiempo. Todo se mueve muy rápido y es difícil abocarse durante un período largo a una sola cosa, a menos que esa cosa sea a lo que uno típicamente se dedica. Una hora y media dedicado a hacer algo que no sabés te revive.
Pensé, y creo que ya no pensé en nada más, en la carga genérica que tiene colectivamente el hecho de coser. Es absolutamente extraño que esté ligado directamente al género femenino. ¿Qué tiene la mujer que no tenga el hombre que la haga más eficaz a la hora de dedicarse a la costura? Existen los sastres, pero estos no trabajan en las fábricas de Floresta y se dedican además al diseño, que por cierto sí está valorado creativamente, aunque mucho menos que la música o el cine. Además, los sastres o los modistas son tratados generalmente de putos, porque por algún extraño error cerebral, identificamos a la homosexualidad masculina y a la feminidad como atributos directamente relacionados. Así, la poca predisposición para revisar términos e ideas arraigadas, hace que en el mismo campo semántico entren la costura, la feminidad y la capacidad de sentir atracción sexual por un hombre. Tres cosas que intuyo nada tienen que ver la una con la otra. Yo mismo he sido tratado de maricón cuando era chico y remendaba mi ropa. Tal vez por eso en algún momento, para evitar que me tilden de puto, dejé de coser.
Algunos libros hablan del tamaño de las manos. Dicen que en los workhouse que fueron raíces de la revolución industrial en Inglaterra, mujeres y niños eran empleados por el tamaño de sus manos. Yo creo, después de haber cosido hoy, que hemos sido engañados. Estos engaños han hecho que el trabajo de coser haya quedado encasillado entonces como una tarea que sólo pueden realizar las mujeres, que es aburrida, monótona y nada creativa. De hecho se utiliza la frase "coser y cantar" para referirse a algo que no demanda ningún tipo de dificultad. Comprobé que todos estos supuestos son falsos. Que una hora y media cosiendo me ha mostrado mucho más que un año pensando en el hecho de coser, y que coser y cantar a la vez es sumamente difícil.

No hay comentarios: