jueves, 10 de marzo de 2016

Reflexión en la bici Nº3. El engaño.

Reflexión en la bici Nº3. El engaño.

El engaño cobró mayor notoriedad a partir de los doce, o capaz que desde un poco antes. La reacción se empezó a manifestar como un grito interno que iba subiendo por adentro como una calentura y casi me hacía llorar. Esa sensación nunca desapareció y recién mientras la recordaba la sentí y la puedo sentir cada vez que quiera. Parece que ahí se establece la diferencia entre esos recuerdos que son reales y esos que son un invento, inocente, humano invento, para justificar la identidad actual. Parece que lo real no puede desaparecer, que está ligado a la parte de uno mismo que nunca se modifica y que está tan resguardada e inaccesible, y que por lo tanto bien le cabría la categoría de vivencia y no la de recuerdo. Tal vez el recuerdo, por su propia condición de no estar en el presente, pierda también toda capacidad de ser real y lo único en lo que vale poner atención es en la vivencia. Eso te pone en un estado animal o hasta vegetal. Me gusta cómo demandan las plantas: se empiezan a morir. Así piden agua. Sus estados físico y emocional son un mismo estado. Su pasado se ve ahora, no es una construcción. Por eso cuidar una planta no es tan fácil. Porque los humanos no les podemos mentir como nos mentimos entre nosotros. No le podés hacer creer que la regaste y que es una tontería que se esté muriendo así. Con las plantas y los animales sólo existe el amor-acción, no el amor-chamuyo. En cambio entre las personas nos vamos haciendo creer que nuestro estado actual es equivocado ya que en el pasado tal cosa. Vamos quedando absolutamente presos de lo que creemos que fuimos, ignorando que la única opción del ser es la actual. Esta actitud queda muy clara en el campo de la belleza y la estética corporal y la juventud y toda esa porquería que como sociedad tontita que somos, valoramos mucho. Ahí se ve claramente, pero no deja de ser una representación bruta de un estado muy delicado del cuerpo emocional en el que el valor de la imagen amenaza la integridad de la esencia a niveles más íntimos. La mentira del decir ser. Vamos muriendo haciéndonos creer que nos regamos. Creo que este es el descubrimiento que se da en la pubertad y que te hace darte cuenta de que la vida también es un poco una mierda. Es verdad que las ganas de coger y de no saber cómo ni cuándo ni dónde ni mucho menos con quién, te van desorientando mucho, pero me parece que esto está sobrestimado por tantos años de freudfilia. Me parece que lo que un guacho o una guacha de trece, o doce, u once, no importa, empieza a notar y a sentir, es esa exigencia tan dañina de la sociedad: la consecuencia. Salir de la niñez es un poco eso, y en este mundo hiperpsicoanalizado y categorizado y valorado y organizado a partir de la consecución de objetivos, salir de la niñez es como perder la humanidad. Entonces pensaba hoy que toda la locura de la pubertad que explota en la adolescencia, está falsamente atribuida al llamado despertar sexual, que por cierto, es una estupidez también, ya que no hay un despertar sexual sino que el coger está presente en cualquier niño más incluso que en algunos adultos. Personalmente, recuerdo mis primeras excitaciones a los cuatro años. Lo que no recuerdo de los cuatro años es la sensación de deber ser, que sí recuerdo de los doce. Y también recuerdo que los adultos atribuyeran mi melancolía muchas veces manifestada como violencia, a razones sexuales, hormonales, etcétera y que eso me hiciera enojar más. Porque no hay que estudiar un carajo para entender que un pibe empieza a sufrir el día en que le dijeron que ya no puede jugar más y que ahora debe tomar determinaciones considerando las repercusiones futuras que sus acciones actuales van a condicionar. Nuestra sociedad le empieza a exigir esa noción que es tan corta, tan poco inclusiva y comprensiva de todo el complejo de nuestro ser, más o menos a los humanitos de doce. Me acuerdo fijo que tuve que tomar la decisión de dejar de ver dibujitos y de dejar de jugar con los playmobil. No era que ya no me divirtieran, era que ya no estaba en edad. Y nadie me dijo que no estaba en edad, es que son requerimientos del colectivo. Es un tejido complejo que se va desarrollando en todos los ámbitos a la vez. Vas dejando de tener edad para ciertas cosas, casualmente muy divertidas, y vas teniendo edad para otras, casualmente mucho más aburridas y funcionales a los intereses de ciertos sectores de la sociedad. Hoy tengo veintiocho y hay decisiones o elecciones que me cuesta contemplar por no estar en edad. Siento la misma tristeza, el mismo encierro que a los doce. Las mismas ganas de jugar y de dedicarme a actividades puramente de fantasía. Quiero decir, no se trata de ser un inservible, no es esto una apología del me chupa todo un huevo, sino todo lo contrario. Alguien puede elegir convertirse en ingeniero o laburar en una fábrica desde la concepción del juego, el problema es que decidimos fundamentalmente desde dos plataformas: el dinero por un lado, y el cómo nos vemos, por otro. Tenemos un mundo lleno de gente haciendo cosas que no les gustan por guita. Y tenemos un mundo lleno de gente haciendo cosas que no disfrutan para verse copados. Y tenemos un discurso que es naturalmente aceptado, y que los que quedaron como buenos de la película utilizan constantemente aparentemente sin pensar: tenemos que defender los derechos de los trabajadores. Y así el mundo parece dividirse entre los explotadores y los que defienden los derechos de los trabajadores. Yo creo que el principal derecho de un trabajador debería ser elegir si quiere trabajar de eso o no. Vengo pensando que “defender los derechos de los trabajadores” es una de las hipocresías más forras de nuestra historia capitalista. ¿A qué trabajadores apuntan los defensores de los derechos de los trabajadores? Defender los derechos de los trabajadores que trabajan para mí, que pude elegir trabajar de lo que quise, leo en la consigna. Yo por mi parte abogo por poner una bomba en el sistema laboral actual. No puedo entender por qué regalamos nuestra vida produciendo objetos que nunca podremos tener y que encima, en caso de conseguirlos, no nos servirían para un carajo, ya que muy bien vivimos sin ellos. O por qué regalamos nuestra vida produciendo una educación inicial, primaria y secundaria tan en función de los intereses del capitalismo. Sé que esto lo sabemos todos, y no entiendo por qué así y todo esto no se pone en discusión con más normalidad y sin embargo, “defender los derechos de los trabajadores” y trabajar de algo que no me gusta trabajar o ir a la escuela, portan la bandera de la honorabilidad. Y entonces recuerdo a Simón Radowitsky o a Severino Di Giovanni y me reconfortan y me dejan respirar y entiendo todo. Y vuelvo de un soplo a los diez, edad en la que le preguntaba a mi vieja o a otros adultos por qué trabajaban de algo que les hacía putear tanto, ser tan poco felices, y me decían que lo iba a entender cuando fuera grande, que a veces había que hacer determinadas cosas aunque no te gustaran. Y ahora soy grande y sigo sin entender, es más, entiendo menos. Lo único que entiendo es que una fuerza colectiva nos está re cagando y haciendo confundir. Nos siento presos de nuestras falsas necesidades materiales y psicológicas nadando en el lago caliente de la paja mental. Y me da bronca que me hayan mentido y me hayan hecho creer que la angustia que sentía a los doce se debía a una sexualidad que estaba empezando a expresarse sin cauce, y que me hicieran ver “¿Qué me está pasando?” cuando el problema era otro: me estoy dando cuenta de que me están cagando, me estoy dando cuenta de que me quieren sacar mi vida y ponerla al servicio de la sociedad de consumo, ¡déjenme seguir viendo dibujitos, manga de mierdas! ¡Déjenme seguir escribiendo cuentos y haciendo dibujos y déjenme en verdadera paz! Ese grito interno me sigue quemando, y juro que me dedico cien por ciento a encontrarle una solución a esto. Porque también recuerdo que no fue algo personal, individual, sino que nos pasó a todos los niños más o menos a la misma edad, y porque nos sigue pasando de grandes, y porque me mata cada vez que alguien manifiesta a los cincuenta años su arrepentimiento por haber regalado su vida. Me vuelve loco que sea normal la añoranza imposible de volver a nacer. 

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