domingo, 28 de febrero de 2016

Reflexión en la bici Nº2. El lado libriano de la cuestión.

Reflexión en la bici Nº 2. El lado libriano de la cuestión.


El lado libriano de la cuestión. La otra persona es lo más importante de todo el mundo. El viaje que fue de algo menos de 1000 km, se dividió en dos partes de igual longitud: la primera, acompañado, la segunda solo. Los trayectos Bahía Blanca – Viedma y Bariloche – San Martín de los Andes, y sus respectivos trenes intermedios, los hicimos con la chica que me gusta. Una belleza. Ella es quien me enseñó a andar en bici porque si bien yo había fantaseado mucho tiempo con hacer un viaje nunca lo había logrado materializar ya que continuamente iba presentándome a mí mismo distintas excusas que me permitieran justificar de alguna forma menos vergonzosa lo que realmente me ocurría: estaba cagado, asustado. Pero si bien íntimamente sabía que esa era la razón por la cual no me decidía a arrancar, prefería decir, por ejemplo, que iba aprovechar el verano para estar cerca de mi familia. Los días con la familia, como en general sucede, no pasaban de dos o tres lindos y frescos e inmediatamente se convertía todo en un muerto que andar cargando y se ponía todo aburrido y asfixiante. También recuerdo haber utilizado la excusa de que prefería utilizar el verano para laburar y juntar mucha plata. Nunca pude llevar adelante esa idea. Es interesante ver como el camino de la excusa se construye a sí mismo excusa tras excusa, porque, para justificar la no realización de una actividad, se utiliza una excusa que a la vez tampoco podrá ser llevada a cabo, razón por la cual, se utilizará otra excusa que continuará la cadena hacia el infinito. Toda esa baba espesa genera una pegajosidad que no te permite moverte. Quieto e inmóvil en medio de una estructura enredada de excusas y fantasías podés ver como desde no tan lejos viene allegándose un monstruo asqueroso y con ganas de comerte, que inventaste vos pero que pensás que es la angustia. Todo es auto boicot, que viene del exceso de querer ser y de la incomodidad con la propia vida que en realidad no es la vida, sino una proyección mental de ésta. Porque el cuadro termina dando un tipo sentado planificando una serie de proyectos que aparentemente nunca se pondrán en marcha y sólo sirven para justificar la no realización de proyectos anteriores que sirven para poder seguir sentado en esa silla a la que lentamente se le va saliendo el tapizado, mes a mes, pero así y todo es el lugar más seguro del mundo. Entonces, lo primero que me interesa destacar, es que aquí la otra persona es la que funciona como fusible en el sistema y hace reventar todo. Obviamente a nuestro cerebro súper egocéntrico que es incapaz de reconocerse como parte integral de un sistema mayor, le cuesta muchísimo reconocer que los que creemos que son nuestros propios logros son en realidad logros de otra persona. Cuando volví a Neuquén después del viaje y alguna gente me felicitaba por la proeza de la bicicleteada yo pensaba dos cosas en simultáneo: primero, no es nada del otro mundo, es andar en bici nomás; segundo el mérito de la determinación de hacerlo, no fue mío, no es mi logro, alguien me desenchufó. Entonces pensaba que así como hay una cadena interminable de excusas, hay una cadena interminable de falsas creencias acerca de los logros. Hay una admiración desmedida hacia algunas personas que representan muy bien los arquetipos de aquel que consigue cosas. El chupaculismo que va determinando que hay mejores y peores, ejemplos a seguir y gente que no vale. Por qué es tan difícil hacer carne que no existe ningún movimiento particular que no sea propiedad del colectivo, expresión de éste. Según unas cosas que leí hace poco, en su génesis en Grecia, el símbolo era un elemento que servía para ilustrar que una parte era un fragmento ciego de la totalidad, y que era posible reunirse con la otra parte para reconstruir dicha totalidad. La modernidad dinamitó estos conceptos e inventó al sujeto centro del mundo, y determinó que el sujeto era la totalidad, y lo que lo rodeaba, accesorios de los que podía apropiarse si era lo suficientemente astuto. Después vinieron los posmodernos y dijeron que todo estaba cagado y que ni siquiera valía la pena preguntarse por estas cosas y agregaron que el sujeto y su identidad habían muerto, ignorando que en realidad, nunca habían nacido, sino que eran un invento reciente y puramente burgués. Yo veo acá dos extremos: la persona como centro del universo, omnipotente y egoísta; la persona como ameba del universo, que como no existe y no tiene peso directamente se entrega al devenir convirtiéndose en un parásito; impotente y egoísta. Son dos extremos bastante parecidos. De esta vorágine se desprende otro de los paradigmas de estos últimos tiempos: el otro como un ser prescindible, intercambiable, desechable; que aparece como una lucecita superficial de la más superficial de las concepciones del amor. El otro como alguien que lejos de ayudarme a encontrarme conmigo mismo, es un otro que me viene a romper las pelotas o los ovarios y a quien es mejor marcarle cierta distancia. Pero yo creo que pasamos por alto el hecho de que cómo concebimos a ese otro tiene mucho que ver con cómo nos concebimos a nosotros mismos, porque bueno, nosotros somos el otro de algún alguien. De ahí la belleza y la certeza de frases como “lo que das te lo das, lo que no das te lo sacás”, “la patria es el otro” “ama al prójimo más que ti mismo” o la canción de Drexler acerca de que nada se pierde y todo se transforma. Siento que hay mucha sabiduría en esa concepción del mundo. Ese otro se manifiesta de varias maneras, pero principalmente dos: el otro colectivo, y el otro individuo. El otro colectivo está ligado a la noción de sistema cómo versión de la totalidad, mientras que el otro individuo está ligado a la noción de dúo, pero también como versión de la totalidad. El resultado es que concebirnos como individuos únicos y solitarios es otra distorsión. La soledad no existe como tal, profundamente, sino que es una expresión superficial de la acción, o sea, una manera de pasar el tiempo. En la primera parte del viaje me imaginaba por momentos cómo iba a ser la segunda. Pensaba que iba a poder pedalear diez horas por día a mucha velocidad porque iba a quedar solo e iba a poder poner en práctica toda mi resistencia física sin tener que tener en cuenta la resistencia física del otro. Cada vez que parábamos, cada una hora aproximadamente, hablábamos acerca de cómo nos sentíamos, si había algún dolor, algún cansancio excesivo. Comíamos alguna fruta, alguna nuez, hacíamos chistes, tomábamos agua, medíamos cuánto nos faltaba. Con viento en contra nos ayudábamos alternándonos como los pájaros. Una vez paramos a tomar mate porque no se podía avanzar nada. Cada parada es una muestra clara de que parece que vas sólo, pero en realidad estás yendo con alguien que está haciendo lo mismo que vos, y los encuentros funcionan como un abrazo y además como un termómetro. Es el otro quién te determina, quien te muestra tus límites actuales y tus posibilidades potenciales. En la segunda parte me aburrí bastante, ya que el sentido se redujo sólo a la resistencia física y mental, y salió del plano la posibilidad de intercambiar la experiencia vivida en común. Dejé de disfrutar tanto del camino para obligarme a llegar lo antes posible a destino. El cuerpo se la bancó bárbaro porque se banca cualquier cosa, pero se me apareció claramente que el verdadero sentido de este viaje tenía que ver con aprender a concebir a la otra persona, con aprender a disolverme y a compartir. Que el logro no tenía que ver con hacer muchos kilómetros en bici, sino que tenía que ver con entregarme por completo. Vengo pensando seriamente en que todo el viaje fue una muestra concentrada acerca de las cosas más interesantes y relevantes de la vida, un baño de lucidez. Me tiene harto la cultura de la individualización en todas sus facetas, disfrazada de progresismo y auto sostenimiento. No me banco más el discurso simplista y adolescente de nacimos solos y morimos solos. Ese paradigma nada inocente que se esfuerza en hacernos pensar que siempre andaremos solos, aunque estemos acompañados y que somos completos teniéndonos a nosotros mismos. Es justamente todo lo contrario: siempre estaremos acompañados aunque nos creamos solos y nunca estaremos completos sino incluimos al otro en nuestro mundito. El estado natural de lo vivo es la comunidad. Podemos luchar, cantar y escribir contra ese estado. Toda esa lucha aniñada se jugará en el plano mental, que es una porción muy chiquita de la realidad. Me parece que el verdadero esfuerzo está en construir incluyendo conscientemente al otro, y dejar de negarlo por ese miedo tarado a amar que nos ha dejado la adolescencia colectiva. 

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