viernes, 8 de abril de 2011

Coca

Coca


Ríos de venas violáceas le surcaban las gordas piernas desde las rodillas hasta lo hinchados pies, apretujados dentro de unas viejas pantuflas. Dos ojos pequeños y relucientes, refugiados tras los gruesos cristales de unos desmesurados lentes, escrutaban a su jóven visitante de pies a cabeza. La mirada inteligente y avispada, llegaba a poner en duda la edad que el resto del cuerpo demostraba. Un alma lozana y un cerebro vivaz se reflejaban a través de sus pupilas. La sala de estar, oscurecida a fin de evitar el calor agobiante que la lluvia aún no había conseguido calmar, estaba repleta de fotografías antiguas. Retratos en blanco y negro adornaban las paredes amarillentas, gastadas. El olor a comida del mediodía llegaba desde la cocina, y mezclado con el hedor de la pelambre húmeda del insignificante perrito blanco que descansaba medio atemorizado a los pies de su longeva ama, cargaban el aire de información dificil de digerir para cualquier ser humano que no estuivera acostumbrado a ese hábitat. ¿Qué te pasa, Panchito? Panchito gruñia, temblaba. Panchito estaba mojado y viejo, muy cerca de la muerte, sin duda, y ciertamente, no era muy sociable. Tenía motivos para sollozar.
El teléfono sonó en medio de la recientemente amanecida conversación, y Coca llevó su vestido floreado con paso cansado y torpe hasta el viejo aparato.
- Hola. Si. Bien. Bueno, era de esperarse. No hay problema. Hasta luego.
¡Tac! Volvió hasta su sillón y su perro. Con un pañuelo secó suavemente sus párpados.
- Acaba de morir mi marido - dìjo como quien dice que lindo que está el día hoy.
- Uh...lo lamento mucho... - respondió algo confundido Jerónimo - ¿Tenía alguna enfermedad?
- Viejo, borracho, putañero. Se murió o de cirrosis o sífilis. Je je. Un gasto menos por un lado, lo mantenía yo. Mi ex-marido era enrealidad. El padre de mi hijo a fin de cuentas. Una lástima por él. Pobre Gerardo, el quería mucho a su papá. Pero la vida es así, Jerónimo... ¿Jerónimo, me dijiste, no?
- Si, Jerónimo.
- Bueno, Jerónimo, mejor ver el lado positivo, ¿no?
- Claro, señora.
- ¿Vamos a ver la habitación? Vení, Panchito. Vamos a mostrarle la habitación al muchacho.
Salieron Coca y Panchito por la puerta ventana que daba al patio, tras ellos, Jerónimo, pensando aún en el muerto. Cirrosis, sífilis. Una parra verde y frondosa protegía todo el patio de la lluvia y el sol. Una mesa de cemento, cubría de azulejos naranjas, ocres, claros y oscuros, con bancos a su alrededor, adornaban el lugar, y con ellos los canteros, repletos de flores y plantas. Al fondo, doblando a la izquierda, el patio se extendía y sobre uno de sus costados, tres puertas alineadas agujereaban una única pared alargada. La primera de ellas, estaba entornada. Para que se ventile, dijo Coca.
Jerónimo quedó atónito al entrar. La habitación, un cubo perfecto y simétrico, al menos a simple vista. A la derecha, una cocina espléndida. Horno, mesada, bacha, mueble bajo mesada, repisas. Más de lo que hubiese imaginado nunca. Un placard en la esquina, de ese lado. A la izquierda, una cómoda antigua, algo ajetreada, provista de cuatro cajones alargados. Tras ésta, la cama con colchón incluído, y hasta una almohada. Al costado de la cabecera, una modesta mesita de luz. Y en el centro de la habitación, una pequeña mesa con dos sillas a su alrededor. Cierto, todo tan amontonado que apenas se podía transitar sin cambiar las cosas de lugar, sin moverlas al paso, pero así y todo, era mucho más de lo que Jerónimo podía pretender.
Setecientos, setecientos cincuenta, ochocientos. No preguntaré el precio. Quiero que este lugar sea mi lugar, al menos por un rato. Ínfimo disfrute. Si, Coca, veo que todo está en perfectas condiciones. Las luces encienden, las puertas abren. ¿Sucio? ¡Pero por favor! ¡Si está hermoso, hermoso, hermoso! ¡Ay, Coca! Y usted, además. Usted, jóven mujer que habita en el cuerpo de una vieja asquerosa... ¡Qué me importan a mi las apariencias, Coca! Me casaré con usted, si me lo permite. ¿No hay que ver el lado positivo? Preciosa, sabia Coca. ¡Cuántos cajones! No tengo nada que ponerles dentro, ¡pero cuántos! Me rebalso de emoción. Llenaré esa mesa de luz de jarrones con flores, y todas las mañanas le llevaré una hasta su cama, y le prepararé el desayuno, si es necesario. No necesito una heladera, ni ropa de cama, aún. Cuando llegue el invierno procuraré conseguirme una buena frazada. Pero Dios, Dios... ¿Setecientos? ...Y ese patio bellísimo. Una parrilla, allá al fondo. Coca, soy muy buen asador, aunque no parezca... No hay olor a humedad, para nada, no se preocupe. ¡Qué lugar!
- ¿Cuánto sale? - preguntó Jerónimo, serio, entrecerrando los ojos, como quien está a punto de recibir un palazo en la cara, y lo sabe.
- Y... yo la tengo a cuatrocientos pesos. Porque ahora aumentó todo, ¿viste? la tenía a trescientos pero...
Comenzó a sonar el Scherzo de la 5ta Sinfonía de Mahler. Jerónimo tomó de la rolliza cintura a Coca, su Coca. Y la hizo bailar por toda la habitación, que pronto se transformó en un lujoso palacio blanco de Viena, y al salir despedidos por la puerta principal, abierta de par en par, bailaron el vals sobre los floridos jardines del extenso campo verde, y hadas y conejos y pájaros de mil colores, salieron a su encuentro, y bailaron con ellos, coronados por un arcoiris, espectros dorados sobre sus cabezas, sol radiante, acariciante, elevado, cenital, luz, fuego ecuménico, y el tres cuartos, redondo y victorioso compás, circular compás, tanto que uno cierra los ojos y..., zapatos de gala, brillantes vestidos, oh Coca, mi amor, mi dama. Montemos el caballo con alas, volemos hasta...
- Se la alquilo - dijo Jerónimo, tratando de disimular su emoción.
- Bueno, pero, ¿no querés ver el baño?
- ¿El baño? ¡Claro! ¡El baño!
- Vení, es acá, en el patio.
Salieron de nuevo hacia el patio. Casi al lado de la habitación, estaba el baño. Oscuro, oscuro. Sin niguna entrada de luz natural. La puerta de chapa, carcomido su zócalo por el agua.
- Es un baño modesto. Inodoro, pileta, ducha. Modesto.
- Si, si, muy bonito - contestó el muchacho, pensando en el caballo alado, tarareando el vals.
- Es compartido con los otros dos inquilinos. Lo limpia la misma chica que limpia en mi casa.
- ¿Cómo? ¿No lo tienen que limpiar los inquilinos?
- ¡No! ¡No! Cada uno se encarga de su habitación, los lugares comunes, baño, patio... de eso me encargo yo, bueno, la chica, quiero decir que yo le pago.
Sesenta cuadras caminadas bajo la lluvia. Horas de búsqueda bajo la sombra siempre presente, del amenazante fracaso. El diario ya completamente desecho. Papel maché, machacado, humedecido, viejo retrato del alma, ahora resplandeciente. Papel, retrato, machaque; burlados. Una recompensa invaluable.
Volvieron a la sala de estar, para ultimar algunos detalles. Jerónimo habló sobre sus actividades. Estudiante de Medicina. Me faltan algunos años, pero he vuelto a la facultad, porque la había dejado por un tiempo, con intensiones de terminarla lo antes posible, mintió Jerónimo. El chico que vivió aquí hasta la semana pasada, estudiaba medicina. Se acaba de recibir. Se ve que está predispuesta a recibir médicos la pieza. ¡Ocho años vivió acá! ¡Ocho años! Manuelito, un amor. Yo lo quiero como si fuera mi nieto. Pero se recibió y se mudó a un departamento, pudo progresar, por suerte. Se ve que pudo empezar a trabajar, a Dios gracias. Si no me equivoco debe estar en el Policlínico San Martín, acá a la vuelta. El era del interior también, pero de más cerca que vos. Tandil. ¿Conocés? Yo tampoco. Dicen que es muy lindo. ¿La piedra movediza? ¿Tandilia? ¿Ventania? Todo resuena, sin peso alguno. Oh, Mahler. Acá somos como una familia, Jerónimo. Cualquier cosa que necesitás, la pedís, y lo mismo pretendo yo, siempre que no te moleste, claro. Claro, claro, ¡Claro! ¡Maravilloso lugar!
- Cuando quieras podés ir trayendo tus cosas. Tomá la llave. Igual dejo abierto ahora para que se siga ventilando.
- Gracias, Coca.
- Y los cuatrocientos pesos.
- Claro, se los traigo mañana mismo. ¿Puede ser?
- Cómo no.
Ya la lluvia se había largado, pero nada le importaba a Jerónimo, que caminaba por la calle a paso danzante, sin saber muy bien a dónde ir. Pronto, una idea se le cruzó por la cabeza por primera vez en el día. Cuatrocientos.

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