viernes, 8 de abril de 2011

Cuarto sueño

Es de noche. Estoy sentado ante la mesita mínima que hay en mi cuarto de pensión, comiendo no se qué cosa, con la vista fijada en el televisor. La conciencia de saber que no tengo televisor me sorprende en un primer momento, y luego pienso: “Ricky, ha de haberme dejado el que tenía de sobra cuando salí esta tarde”. Ricky había prometido hace unos días dejarme su televisor, hasta que lo vendiera. El descubrimiento me pone contento, ya que mi relación con el vecino está en un momento de bastante tensión, y esto parece ser una muestra de respeto, un intento de conciliación. De un momento a otro miro hacia mi derecha, en donde está mi cama, y descubro la presencia de otro televisor, con la señal perdida, sumido en el ruido blanco. Antes de asombrarme del todo por la presencia del nuevo artefacto, giro la cabeza hacia la izquierda, encontrando sobre la mesada otro televisor más. Doy vuelta sobre mí mismo, y encuentro otro más sobre la mesa de luz justo detrás de mí. Pienso que Ricky ha querido hacerme una broma, rodeándome de televisores sin señal. Me dispongo a salir al patio común para ir a su habitación y preguntarle de dónde había sacado tantos aparatos y cómo había logrado meterse en mi habitación durante mi ausencia. Me levanto de la silla bruscamente, y a mi derecha la pared se dobla hacia adentro, se ahueca y alcanzo a ver como progresivamente va formándose un extenso y angosto pasillo, con puertas distribuidas en él. Caigo en la cuenta de que estoy soñando. Recuerdo la reacción que tuve en mi primer sueño lúcido y trato de evitar actuar impulsivamente esta vez. Avanzo lentamente por el pasillo tratando de decidir qué es lo que voy a hacer para aprovechar mi condición de soñador. Al llegar al final de la galería, me topo con una puerta ventana que da a un patio interno, y en vez de abrirla, decido poner en práctica mi poder, cierro fuertemente los ojos y la atravieso bruscamente como si fuese una cortina de agua. La comprobación determinante de que estoy soñando, de que puedo hacer cualquier cosa que desee, incluso atravesar la materia sólida, me llena de excitación. Ya en el patio, con el corazón a diez mil revoluciones, veo a Braian acurrucado como un perro en el piso del patio, echado contra la ventana y profundamente dormido. Me agacho y empiezo a zamarrearlo violentamente, tomándolo del cuello de su camisa. Braian no reacciona y caigo en la cuenta de que no es real, de que es una especie de muñeco sin vida. Su cara está completamente quieta, sus ojos están abiertos y la mirada fija en algún punto inexistente. Otra vez se presenta ante mí la necesidad de decidir qué hacer, pero no logro encausar mis ganas y comienzo a sacudirlo cada vez con más ferocidad, a rasguñarle la cara, hasta que termino por atravesarlo desde el pecho hasta la espalda con mi mano y todo mi brazo derecho. Él no se inmuta, mantiene la misma cara inerte del primer momento. El corredor colapsa repentinamente y me despierto con las manos contra la pared. Sin animarme a abrir los ojos por largo rato.

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