viernes, 22 de abril de 2011

El ensayo

19 de septiembre 2010

Un perro excitado y simpático me recibió en el rellano de la escalera. "¡Subí, es en el primer piso!" - me gritó Lucas, mientras hablaba por teléfono con alguien acerca de unas tetas. Subí con el perro saltándome y mordiéndome el pantalón. Un extraño ser humano pequeño y prolijamente vestido, estaba sentado rectamente en el sillón, debía ser el hombre de las máquinas. Lucas estaba en el balcón y seguía hablando de senos, de medidas y no se qué más. Saludé cordialmente al muñeco de torta y le pedí que me diera las coordenadas para llegar hasta el baño, traía las ganas de mear desde muchas cuadras atrás. "Te tengo que cortar. Hace diez minutos que llegó una persona a mi casa y todavía no la saludé" - le dijo Lucas a su celular, mientras yo observaba mi nueva cabeza calva frente al espejo del baño. Hola, ¿Cómo estás, Patricio? Bien, bien. ¿Cerveza? ¿Fernet? Me acabo de tomar una, asíque cerveza. ¿Un pancho? No, gracias, ya comí. Una casa típicamente desordenada, un televisor típicamente encendido, dos tipos típicamente solteros.
- ¿Qué hacés viendo ésto? - le preguntó Lucas al otro, que miraba un programa de entretenimientos.
- ¿No viste las secretarias que tiene este tipo? La otra vez, en la fiesta de la manzana estuvo esa, mirá, y yo fui a verla...
- ¡No podés! ¡Sos un lechoso! - dijo Lucas mientras con una mano se comía un pancho y con la otra realizaba las conexiones necesarias para poder empezar a tocar.
- ¿Pero no viste las tetas que tiene? ¡Debe tener ciento veinte!
Yo no tenía idea de quien estaban hablando. Mantenía una débil sonrisa como para parecer lo más simpático posible. El perro seguía intentando jugar conmigo a toda costa; me ladraba, se resfregaba contra mi, intentaba subírseme y demás actitudes caninas que pueden o bien generar un gran vínculo entre el animal y el ser humano, o bien derivar en el asesinato del perro en manos del hombre. ¿Como se llama el perro? Se llama Berta, es una cachorra. Muy animada, agregué. Si, no para un segundo, dijo el hombre marioneta adicto a ls senos de gran tamaño. Comenzó a hablarme.
- ¡Uh! ¡Estoy terriblemente cansado! No paré en todo el día hoy. Salí de Fernández Oro, pasé por Cipolletti, después vine para acá. No comí nada en todo el día. Me hubiese gustado venir con las máquinas, pero no puedo traerlas en la moto.
- ¿Está muy lejos Fernández Oro? - pregunté por preguntar algo.
- Como diez kilómetros serán. ¿No conocés? Es como un barrio de Cipolletti, pero los tipos creen que es un pueblo aparte. Hacen una fiesta, la "Fiesta de Fernández Oro", típico pueblo que de mierda que quiere cagar más arriba que su cabeza. Yo vivo ahí, tengo una chacra.
- ¿La moto que está abajo es tuya?
- Sí si. Esa es mi moto. ¿Viste el palo que tiene? Hace poco me chocaron en la ruta.
- No, no lo vi...
- Si, me chocaron, y seguro que sale una guita ahora con el seguro. Espero agarrar sesenta o setenta lucas, y vender la moto, en no menos de siete mil quinientos. Y ahí equiparme bien, ¿viste? Un controlador midi con más octavas, porque el mío tiene cuatro nomás, y unas cajas JF...siempre quise esas...y....y...y...
Bueno, el tipo hablaba, y yo, como de costumbre, mi limitaba a mis tres habituales verbos: escuchar, asentir y sonreir insulsamente, mientras por dentro el fuego del aburrimiento y el hastío me quemaba las tripas y todo mi costado religioso se ponía en marcha para entablar una comunicación con el primer dios disponible que pudiera obrar de alguna forma para extraerme de tan aburrida conversación. Al parecer Dioniso oyó mis clamores y pedidos de auxilio, porque el alcohol comenzó a surtir su efecto relajante antes de lo previsto y la charla dejó de molestarme. Ya simplemente, había logrado no prestar nada de atención.
Mientras tanto Lucas tocaba y cantaba algunas canciones de invención propia. Yo no podía entender por qué motivo usaba un micrófono, si éramos dos tipos escuchándolo en un departamento mínimo. Las canciones eran horribles. Melosas y rockeras a la vez, algunas intentando acercarse al funk mediante acordes con séptima y novena mal conducidos. Una combinación vomitiva. Lucas desafinaba siempre que podía y al terminar un tema le hablaba a su público, y sobre todo, a las mujeres de su público. Imaginarias féminas que lo admiraban y esperaban ansiosas a que Lucas, que lucía como un Elvis Presley moderno de poquísima monta, acabara ya de tocar y pasara a acabarles la cara a cada una de ellas. Si Lucas, te amamos. Sos un hombre fuerte, lindo, hermoso y sentimental, y sobre todo, sobre todo estás loco, Lucas. Sí, loco. Cogenos, amor, por favor, cogenos como siempre, a todas, Lucas. El show fue espectacular mi amor. ¡Tenés tanto carisma! Y sos tan dulce, divino. Loco nuestro. Somos tuyas. ¿Te gusta eso? Si, mi amor, sabemos que te gusta, loco semental, macho cabrío nuestro. Podés hacernos todo lo que quieras, sabés que somos tuyas... Queremos ese garrote gigante dentro de nosotras. Podemos tomar merca sobre tu inmenso miembro erecto. Sólo pedí lo que vos quieras...Terminó su show Lucas, y se despidió de su público. Se le disolvió el sueño y volvió a su departamento. Condujo a la perra que ahora había empezado a correr y saltar sobre mi falda sin contemplar la posibilidad de que eso me produjera un dolor en los huevos de tanto pisotón, hasta la habitación, utilizando una papita frita como carnada. Los arañazos en la puerta cerrada, los sollozos y los ladridos del animalito comenzaron a sonar inmediatamente, y se mezclaron con la voz del conductor del programa de entretenimientos dotando a la escena de un sono exasperante. Estaba firmado, no iba a disfrutar del silencio por unas cuantas horas. El silencio no estaba como opción en los paisajes sonoros de estas personas. Volvió de la habitación y me preguntó que me habían parecido los temas, "Muy buenos", dije como pude. "Si, están buenos, ¿viste?" "Si, si." El hombre de las máquinas que era en el encargado de tocar el teclado, pero no había participado del espectáculo esta vez porque aún comía sus panchos y seguía embobado con la secretaria del conductor del programa de entretenimientos halagaba los dotes compositivos de su amigo. "Tenés que pasarme los acordes de esos temas, así me los llevo a casa y les hago algunas cosas. Aunque también suenan increíbles así. A ver, ¿Podrás tocar la base esa y a la vez hacer el riff? Si eso, algo así". Y comenzó a agregar el teclado, antes, buscando alguna base de batería predefinida en el aparato que esa noche descubrí que se llamaba "caja rítmica" y que nunca debió haber sido inventado. Si hay un artefacto antimusical en este mundo, es ese pedazo de mierda digital con su tempo ilógicamente perfecto y su sonido de batería de video juego de los noventa. Artefacto de mierda. Claro, los muchachos no lograban ajustarse a la perfección metronómica de la caja rítmica, por lo que no podían hacer que los temas sonaran ajsutados. Era como presenciar el asesinato de un gato en manos del ser más sádico. En un intermedio pedí permiso para apagar el televisor. El aire se alivianó inmediatamente. Un hijo de puta menos. Sólo quedaba la insoportable caja rítmica que nunca era detenida por el hombre de las máquinas, y Berta, que insitía con ser liberada de la habitación. Enivdié la situación de la perrita, encerrada en la pieza más alejada de la casa, con acceso a una cama de dos plazas...¿de qué se quejaba?
Agarré una guitarra que estaba sobre el sillón y comencé a hacer los bajos de los temas, intentando reorientar a los muchachos en el espacio temporal, con mucha fortuna, por cierto. Un breve descanso. Tútu táta tu tutú táta ¡Apagá esa batería, imbécil! Eso debería haber dicho, pero nada dije. Lucas hizo lo propio y le pidió al hombrecito que apagara un ratito la maquinita, por favor, si sos tan amable. Nos faltan las máquinas, pasa que en la moto no puedo traerlas...ahora cuando cobre lo del accidente...y empezó una charla sobre las diferencias de las válvulas rusas y las válvulas italianas, y no se qué más. Yo me preguntaba para qué querían cosas de calidad si no eran capaces de mantener un tempo estable siquiera. ¿Qué te parecen los temas, Pato? La perra apareció en el living con unas medias en la boca. Gracias, Berta, hermosa Berta, no sabía cuánto más podía llegar a mentir. "¡No! ¡Hija! ¡Las medias de papá (¡las medias de papá, dio mio, dios, dios, dios, dónde carajo estaba metido, es un perro, idiota!) ¡Perra de mierda, y la re concha de tu hermana! Mamá se fue y me hacés la vida imposible a mi..." Uf...el caso era más serio de lo que imaginaba. Recordé algo de Kundera que explica cómo el hombre demuestra su verdadera personalidad en el trato con los animles. Podía insultarla, pegarle, degradarla, ella siempre estaría ahí. "Mamá se fue"... ¡Qué tipo!
- ¿De dónde la sacaste a la perra? - preguntó el hombrecito.
- Nos encontramos mutuamente. Ella estaba jugando a ser pateada por unos gitanitos, yo justo pasaba por ahí, y nos miramos y fue mutuo. Yo no creía que la andaba buscando, pero apenas le vi los ojos, estuve convencido de que estábamos hechos el uno para el otro. La trajimos con mi novia. Ahora mi novia me dejó hace poquito, y yo me quedé con la perra.
Pobre Lucas. Se le notaba su tristeza, y de alguna forma sentí compasión, pero ¿por qué tenía que hacer pública su situación?... Un sentimiento de lástima compasiva y otro de burla maléfica se disputaban en mi interior. Lucas volvió al micrófono.
- ¡Uy! ¡Miren esto que encontré! Ni me acuerdo cuando lo escribí, seguro que estaba re loco, escuchen, escuchen:
"Nos dicen que estamos locos, pero los mismos que nos dicen locos, son unos locos para nosotros. Entonces, si nosotros estamos locos y ellos están locos, la locura no existe y enrealidad depende de la mirada subjetiva. Si nosotros estamos locos, y ellos están locos, ¿cualquiera es capaz de cometer una locura?"
¡Ja! ¿Qué tal, eh? ¡Estaba inspirado! Esto lo escribí hace poco, poco después de que me dejara mi novia...
El hombrecito y yo permanecimos en silencio. Lucas continuó.
- Lo que quiero decir, es que la locura no existe, porque depende de quien la mire...
- Si, obviedades - dijo el hombrecito.
- Si, nos enseñan cuál es la razón, y dicen que la hemos perdido, y que eso es la locura.
- Si, pero enrealidad me pregunto si justamente aprender a dominar la razón, no es juntamente prescindir de la racionalidad - filosofó el hombrecito.
- ¡Uf! Pará, ya me perdí, a tanto no llego - dijo Lucas.
Yo me sentía a esta altura muy triste. No podía dejar de verlos como dos tipos idiotas, y lo cierto es que me caían simpáticos. Estaba haciendo tremendos esfuerzos por adoptar una mirada más positiva, pero cómo hacerlo ante esos exabruptos.
Un poco más de música. Ensayo terminado. Había pasado tres horas ahí. ¿Querés que te llevemos, que te acerquemos al centro? No, gracias, voy acá nomás y tengo ganas de caminar. Gracias, por todo, avisen en la semana si quieren juntarse de nuevo. Bajé la escalera y otra vez en la calle. Hermosa noche. Fuí rumbo al monumento San Martín para encontrarme con Esteban, habíamos quedado en eso. En el camino vi un amontonamiento de personas en una vereda. Yo iba como zombie, sumido en un desconcierto triste. "Chicas ¿podemos sacarnos una foto con ustedes?" dicen unas mujeres del montón, "vayamos a pedirles autógrafos", dijeron otros... eso ya era demasiado. Iba a ser imposible modificar mi perspectiva, expulsar mi veneno si no encontraba en toda la noche algo que no fuera estupidez elevada a la décima potencia. Me senté en el monumento a repasar lo ocurrido. Tenía un cuaderno y una lapicera guardados en el bolsillo de la campera. Me puse a escribir torrencialmente esperando a que llegara mi amigo. Estaba desahogándome realmente. No podía llorar, y escribir de esa forma era lo más parecido. Echaría mi veneno en las hojas y después volvería a sentirme alivianado. Pensé en la distancia que creía haber tomado con respecto a la música, y me alegré al sentirme más cerca que nunca de ella. Había visto lo que no quería ser. No quería ser un despechado treintañero, maestro de música con perro. No me importaba ser un fracaso humano, al fin de cuentas era una condición dificil de evitar para cualquiera. No quería que la música fuera lo mismo que una escupida en el asfalto. No quería nada relativo a la fama. No hay mayor fracasado que el que no se da cuenta de que lo es. Cuando Esteban llegó, estaba ya todo yo mucho más calmo y nos saludamos bailando. Empezaba la noche verdadera. No pude responder casi nada ante la pregunta "¿Y, cómo te fue en el ensayo?", sólo: "Creo que tengo una mirada demasiado negativa". Fuimos a encontrarnos con Nahué.

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