viernes, 8 de abril de 2011

Un sueño

Después de caminar con un grupo de personas por las calles de un barrio con aspecto rural, como podría ser un barrio periférico de Berazategui, me desprendo e ingreso en una de las casas. Entro en un espacio grande, tipo loft. Hay muchas personas en situaciones orgiásticas, divididas en parejas o en pequeños grupos. El olor a sexo ocupa todo el aire. Mujeres y hombres desnudos pueblan la sala toda. Todos con un aspecto bastante freak. Tatuajes y aros por todo el cuerpo. El lugar es oscuro y lúgubre, mientras el sonido es bastante aturdidor. No logro saber si hay música.
Atravieso el salón hasta una puerta ubicada en el extremo opuesto al de la entrada principal. Entro por ella. En una sala un poco más pequeña, una mujer de cabello negro y largo, tes trigueña y carnosísimos labios, vestida de forma insinuante, con cueros distribuidos ente cinturones, muñequeras y botas, y con las tetas al aire, reposa sobre un sillón de consultorio odontológico. Tiene las piernas completamente abiertas y de su concha sale un monstruo extraordinario. Una especie de reptil de varias cabezas. El animal, si es plausible denominarlo de esta forma, es enorme. Larguísimo, grueso y fuerte. Está enrollado entre las piernas de la mujer y entre los fierros del sillón. Se mueve lenta y esporádicamente.
- Vení, chupame la concha. – me dice ella, después de un breve silencio contemplativo.
- No quiero, gracias. - El bicho me daba bastante asco, y la voz grave de ella, y la gente que había alrededor, también en esa habitación, me inhibía. El reptil era escamoso, con la piel brillante, como una babosa. No quería pasar mi lengua por ahí.
- ¿No me la vas a chupar? ¿Qué te pasa? ¿Sos medio puto, lindo? – me dice la desagradable mujer. Le digo que no, que me disculpe, que debo irme.
Continúo atravesando el habitáculo hasta una nueva puerta. Entro por ella, y en una habitación ya silenciosa y vacía, pero de enormes magnitudes, tanto como la principal de la casa, hay un colchón en el suelo contra la pared más alejada a mí. Al llegar hasta ahí, veo recostadas en él a las dos mujeres con las que estoy relacionado amorosamente. Se están compadeciendo, acariciando, besando entre ellas. Me miran a su vez fijamente. Están llorando las dos. Nadie dice una palabra. Me siento algo avergonzado, algo culpable. Doy media vuelta y por una puerta de la habitación retorno a caminar por las verdes calles de tierra del barrio, inmerso nuevamente en la fría noche invernal.

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