lunes, 6 de junio de 2011

Julia, Julia.

Julia, Julia.

Miró fijamente, y vió a una mujer bella, exacerbantemente bella, mirándola a los ojos. Quizá la más hermosa que ví en mi vida, se dijo. Y calculó, y comprobó, cuánto más bella era moviendo los ojos hacia un lado, y hacia el otro, y hacia arriba y abajo, y cerrándolos. Abriéndolos lentamente, despertando de un bello sueño en el cual el sol emerge respaldado por sutiles melodías albinoniescas. Se encontró nuevamente, como casi todas las mañanas, con el ser humano más hermoso que hubiese visto alguna vez. Sin duda.
Guiñó un ojo, y se sonrió al no poder contenerse ante el peso sonrojante del narcisismo. Besó el espejo, y se alejó tímida, y con la mano hizo un gesto de desdén ante sus propios ojos, y pestañeó larga, lenta y suculentamente, y sus pestañas kilométricas rozaron el reluciente cristal. Actitud de pañuelo propio, caído delante de la nariz, y de las rodillas al doblarse; enderezarse de inmediato.Y el caballero quita su sombrero con elegancia, se lo calza nuevamente, y entrega el pañuelo en mano. Media sonrisa. Mirada misteriosa. Las mejillas se sonrojan, y un sonido agudo se desprende de detrás de los labios apretados. Bellos labios.
Ay, sos tan lindo...es, discúlpeme...es usted tan caballero, tan buen mozo. No era necesario...¿Qué? ¡Ay! ¡No diga eso! ¿Le parezco hermosa? ¿Si? ¿Yo? Oh...bueno, se lo agradezco, y lo del pañuelo también, claro...Julia, si, Julia es mi nombre. Bueno, yo vivo aquí ¿vió? En el "B", tercero "B", si. Pase usted cuando quiera...Un lento y gracil ademán ejecutado con la mano derecha, movió una porción del aire que parecía el aire todo. Con un suspiro tenue, movió cualquier resto de quietud que puediera llegar a quedar.
Segundos más tarde, y como si nada hubiera ocurrido, su fino dedo índice gravitó dentro de su boca. Gesto de vómito y arcada, al ver a su hombre darse vuelta y alejarse tranquilo hasta desaparecer en el reflejo de la ventana. Giró Julia sobre su propio eje y examinó sus glúteos. Gran área de tierra firma, piel tersa. Se miró con el peso de su cuerpo sobre una pierna y luego sobre la otra. Contrajo su esfinter anal, se puso cóncava y convexa. No hay caso. Sos bella, Julia, y ni la carne que a paso tranquilo va acercándose cada vez más a la tierra, tu carne; ese gran pedazo de carne que le da forma a tan universal y atemporal bello culo, remueve la seguridad de la belleza adquirida y mantenida desde el momento en que la partera te arrancó, para suerte tuya y del resto del mundo y para suerte de la historia del homo sapiens-sapiens; y para mala suerte de tu progenitor, que pasó años bañándote para luego mirarte por el ojo de la cerradura bañarte en soledad y con suma autosuficiencia, y pronto llevarte a la escuela y mirar el bamborondeo simpático y excitante de tus nalgas camino del auto a la puerta de la escuela, y pronto adquirir la fuerza necesaria para estar al corriente de la época, y durante una de las noches que le daban forma a tus diesciseis años, oir desde la habitación contigua los gemidos que de tu cuerpo jóven salían expulsados, regalados a la música universal del sexo.
Y el viejo lloró, porque se sintió viejo y lejano. Te odió y odió ser tu padre, y odió a ese impostor de metro ochenta que estaba penetrando a su amada criatura, lo odió por quitarle el lugar que él siempre había deseado, y detestó a su especie y a su género, y a sus convicciones y a sus mandatos divinamente humanos, y súbitamente, juntando todo el poder de su vergüenza y buen juicio, logró asesinar a esa parte de él que durante tantos años lo había perturbado, y logró eliminar su erección, quizás la máxima que había tenido jamás en su vida, ahora y para siempre. Giró sobre su propio eje y abrazó a tu madre, y nunca más volvió a dormir con profundidad, ni a disfrutar del aire suave de los atardeceres del mar que amaba, porque, simplemente, no volvió a sentir amor por ninguna cosa.
Una breve descarga eléctrica, casi imperceptible, hizo temblar uno de los ojos de Julia, mientras el esbelto jóven de metro ochenta, ya dejado en el olvido, eyaculaba en soledad sobre una foto que celosamente conservaba desde hacía tiempo, en la que él y su bello, bello, bello, si, ya recalcado, pero cómo no caer en la repetición, su bellísimo amor, copulaban bajo el perfecto estado de la lujuria y la ternura, distribuídas en dosis sexualmente aúreas, y se desplomaba con algo más de tranquilidad física sobre la cama de su habitación, para descansar mirando al techo, entre los lamparones de semen propio y de flujo de mil mujeres, cada una igual a la anterior y a la siguiente; y llorar un poco, como de costumbre. El ojo de Julia volvió a temblar, esta vez con un poco más de fuerza, ahora ineludiblemente. Esto la despabiló y la depositó en el terreno de lo corpóreo, parójicamente, expulsándola de sus cavilaciones relativas a su ya remarcada, pero cómo no recaer en la repetición, perfección corporal.
Aquél, no era un día cualquiera para nuestra heroína, y debía mantenerse epecialmente lúcida. Comenzó con algo de apuro, aunque conservando como de costumbre su inalterable sagacidad, a adornarse para la ocasión. Se vistió más hermosa de lo que jamás se había vestido, manteniendo el cuidado de hasta la prenda más íntima y el accesorio, en apariencia, más irrelevante. Y con la sutileza de un Vermeer de Delft sintetizado en cada nervio de su cuerpo, controló el tacto y el pulso para maquillarse con tanta exquisités que la pintura parecía haberle sido concedida innata e inherentemente. Repasó sus palabras, cada una de sus ideas, cada uno de sus gestos, hasta pulirlos al punto de volverlos completamente naturales, y tal como había planeado la noche anterior, no sin un dejo de pudor, descascaró una banana aún verde y comenzó a simular una cándida felación. La recorrió con su lengua desde la punta hasta la base. La introdujo en su cavidad bucal hasta la garganta, y la hizo ir y venir, resbalando suavemente por sobre las paredes húmedas de la mucosa de su boca. Cuidadosamente evitó el contacto brusco con sus dientes. Se mantuvo así durante una cantidad de tiempo imposible de medir para mi, pues no paró hasta que la fruta se volvió casi una papilla, un jugo muy líquido que casi no podía diferenciarse de la saliva de su amante.
Descansó un momento recostada sobre el futón de su living, exausta y con la mandíbula y el cuello algo doloridos. Pronto se irguió y una milésima de segundo más tarde estaba frente al espejo del baño, nuevamente. Se lavó los dientes con presteza y pintó sus labios mejor aún de lo que había pintado sus ojos y sus pómulos. Comprobó nuevamente el estado de su belleza, y al notarse todavía más hermosa, sonrió calma y orgullosa, y con paso sereno pero seguro, dió media vuelta y desapareció en el reflejo de la ventana.

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