martes, 12 de marzo de 2013

13 de marzo 2013

13 de marzo 2013

Nos enseñan que el amor es sublime, que salvará al mundo, y liberará las almas. Sublime, incondicional, eterno. Nos enseñan que debe ser cultivado por sobre todas las cosas, cada día, con esmero y sin pedir nada a cambio. Todo eso está muy bien. Pero también nos quieren meter en el cráneo, o mejor dicho, por el cráneo, que el odio es negativo, destructivo, oscuro y encarcelador. Que se adueña del espíritu de quien lo siente y lo lleva derechito, a cruzar los cuatro ríos. Que el perdón es sagrado, y la aceptación: un aprendizaje superior. O sea, nos enseñan a que el hecho de que nos revuelvan el estómago por dentro con una vara ancha que entra por el culo, debe ser aceptado, tomado con calma y perdonado. Que quien maniobra el palo, no es más que un simple ser humano, como vos o yo, y que debe ser eximido de su culpa. Detestarlo y aborrecerlo, es destestarse a uno mismo, envenenarse. Nos llevan por el largo camino de la aceptación. Son cínicos. Somos cínicos. Odiar nos da miedo, porque creemos en el infierno y en diablo y en el limbo, porque creemos que la verdad y la luz van de la mano de sustantivos abstractos tan bonitos y estúpidos como los dos anteriores. A veces me parece tan obvio: no hay verdad, ni luz, ni amor, ni odio. Dejémosnos sentir lo que sentimos, no hay nada más liberador que eso. Odiar también es hermoso, luminoso, liberador, vital. Deberíamos concentrarnos en conocer el odio, aprender a odiar, disfrutarlo, y no en arrancarlo de raíz, para abrir así el hondo hueco en la tierra que nos deposita en el mundo de descerebramiento, del descorazonamiento, del sinsentido. Un corazón sano y exigente, merece odiar tranquilo, para revivir en cada mañana, lleno de paz.

1 comentario:

Formateo dijo...

Leer esto por la mañana, mate de por medio, me ha traído paz. No La paz, pero una de esas paces liberadoras.