lunes, 18 de marzo de 2013

18 de marzo 2013

18 de marzo 2013

Vengo pensando que la soledad se vive como nunca cuando uno es guachín. Me animo a creer que le pasa a todo el mundo, y que lo olvidamos fácilmente. Pero por un momento sentí hoy un algo tan familiar, que me depositó en un toque, en un segundo, como un rayo y durante algún tiempo corto, indefinido, pero cómo decirlo; como dejando una estela detrás, en algún momento de mi infancia. Alguna tarde de soledad, estando mi vieja trabajando o haciendo trámites o haciendo quién sabe qué para llevar el mundo adelante, como la mayoría de las tardes, y yo, encontrándome por primeras veces, con la conciencia de la conciencia. La sensación de flotar por sobre mi mismo, de verme de afuera. No como metáfora, sinó como sensación real. Todo eso mientras jugaba con unos muñecos a que eran jugadores de fútbol, y unas casas tipos bares de cowboys de playmobil eran los arcos, y una bolita, de la caja de 200 que me regaló una vez mi abuela, desconociendo que yo aprendí lo es que un opi a los venticuatro años, más o menos, era la bocha. Volví a sentir la adrenalina de elevarme cada vez más, de perderme por el aire y tratar de volver con todo al propio cuerpo, de ver a través de mis ojos de carne. Sentí, otra vez, el nacimiento de esa supercosa. Un acercamiento a la noción de Dios. Del Dios de los ateos, o sea, en general, uno mismo.
Ahora pienso, pienso recordando, que esa sensación fue mermando, y fue apareciendo cada vez con menos frecuencia, tanto, que hoy la relacioné inmediatamente con un pasado lejanísimo. En el medio aprendí a esquivar la soledad. A darle forma a la supercosa, a agrandarla, y a tratar de lograr que se comiera al guachito asustado, que no toleraba la adrenalina de volar, insisto, no metafóricamente, sin estructura, sinó realmente. En el medio aprendí a darle forma a la supercosa, para gastar todo el tiempo disponible de estos últimos meses, o un poco más tal vez, en destruirla. Aprender a vaciarse, cada uno de los días. Lidiar con la euforia que otorga el estúpido y adictivo, por más nimio que sea, éxito social, y con la desazón que comúnmente produce la sensación de vacío y de no ser recordado ni por los hermanos. Entender que ésto es aleatorio. Aprender a vaciarse, cada uno de los días.
El doble trabajo de destruir preceptos y prejuicios, y a la vez, construir desde la altura, desde el aire. Darle forma a la cosa. Darse forma.
Parece un objetivo sólo realizable desde la soledad plena y verdadera, la que permite recordar cómo carajo era ascender, y que proporciona el campo propicio para hacerlo, el clima y paisaje ideales. El miedo sigue siendo el mismo, pero ahora entiendo que es inevitable, y que haciendo algún esfuerzo, puede terminar gustándole a uno. Después de todo, es agradable encontrar la columna que te hace reconocerte, después de tanto blablerío y pelotuderío que anda uno desparramando por ahí. La otra vez me preguntaba por qué estaba teniéndole cada vez más miedo a las alturas, que ultimamente no puedo ni subirme a un techo. Será el vértigo de la lucidez, capaz.

No hay comentarios: