miércoles, 29 de mayo de 2013

5 de mayo 2013

Según uno de los tantos libros que vengo leyendo ultimamente, es necesaria la fricción para que se genere el fuego. ¿Qué es lo que esto quiere decir? No tengo la menor idea, al menos desde una perspectiva puramente mental. De más está decir que no se refiere al fuego literal, o tal vez si, tal vez se trate de algo aparentemente tan simple y tangible como eso y la falta de entedimiento radique en una búsqueda de sentido mayor. ¿Es el fuego algo más que el fuego?
Debo reconocer que ante la falta de información concreta con que tengo que lidiar día a día, por no decir tenemos, y es que prefiero manterme al margen más por respeto que por ánimo de relevancia o particularidad, me ha llevado a buscar algo en el lenguaje simbólico. Es así que en estos últimos tiempos me empapé de sistemas muy sabrosos tales como la astrología helenística, sus semejantes maya y china, el precioso, preciosísimo I Ching, la psicomagia y el tarot jorodwskianos, la meditación trascendental del creador de Twin Peaks y Lost Highway, entre otras tantas maravillas creativas, la psicología analítica de C. G. Jung, dotada de sus bellos arquetipos y su majestuoso incosciente colectivo que me llevó a entender, o imaginar, aunque sea un poquito, nada más y nada menos la antigüedad de nuestro cerebro profundo, con sus cuevas tan oscuras y practicamente infranqueables, pero mucho menos peligrosas que las de Freud, la terapia bioenergética, cuyo tratamiento altamente efectivo en mi caso, no me alcanzó y me fue obligando poco a poco a tener que leer a su creador, Alexander Lowen. Vengo teniendo que soportar sobre mi el peso de lo New Age, obligándome a destruir mis propios prejuicios y mi escepticismo innato. Si. Pero hay más. No habiendo conseguido nada tremebundo con tanta cosa enroscada, me orienté por un humilde estudio del cerebro a partir de textos simples de divulgación científica especializados en neurociencia. Muy hermosos y gratificantes. Los correlatos claros entre la visión puramente científica del cerebro y las lecturas del I ching o de la meditación trascendental me resultaron bastante claras y sorprendentes. De algún modo, todo va hacia un mismo río, lo que más que tranquilidad y sosiego me ha generado una desesperación casi resignada. Ni siquiera se puede pelear ya entre la mística y la mecánica. Eso es por un lado, placentero, pero por otro uno se siente un poco más aún, dejado al azar.
Mientras todo esto iba desarrollándose aprendí a nadar, y mientras que las primeras veces que fui a la pileta no nadaba más de 200 mts., hoy me encuentro nadando 1000. Creí, cuando empecé, que ese número sería alcanzado a fin de año, y que por lo tanto el incentivo claro de llegar a esos 1000 mts. generaría en mi el hábito de la pelea constante por algo concreto, para acostumbrar a la mente, al espíritu y ahora más que nunca, al cuerpo, a luchar por encontrar algo que no logro saber bien de qué se trata, pero se que está ahí, amagando, escondiéndose y burlándose como una nenita de juego de terror. Alcanzar la meta me llevó sólo un mes. La analogía es simple: si me acostumbro a pelear por alcanzar un objetivo tangible situado en un contexto acuático, siendo ésta la mayor debilidad que me ha tocado en suerte, estaré listo para comerme los palos necesarios durante la búsqueda de eso que no se qué es y que me perturba, lo juro, desde que soy muy chico.
El estudio, reitero, extremadamente humilde de la neurociencia, me llevó a inmiscuirme en la resolución de ejercicios matemáticos y lógicos, como para mantener no sólo el cuerpo entrenado, sinó también el cerebro.¡Ah! ¡Qué regocijo genera resolver un acertijo! Por unos momentos creí que mi vida entera podría estar dedicada a la resolución de ejercicios matemáticos. Pero caducó la emoción, al menos por ahora, y preferí leer algunos libros de Asimov sobre biología y física. Otra vez, no hay nadie que desprestigie el método científico más que los propios científicos, al menos los que leí yo. Después uno investiga y se entera de que Newton era un astrólogo férreo. Es que todos los sistemas, una vez entendidos mínimamente, se vuelven maravillosos pero también, para la mente curiosa, aburridos e insuficientes. Uno puede lidiar con el mundo que lo rodea parado desde alguno de ellos y sentirse seguro. ¿Hay alguna diferencia entre observar un árbol de acuerdo a su composición química, su gama de colores, los sonidos que produce al ser acariciado por el viento, la poesía inmediata que su simple contemplación puede disparar o la siginifación que dicho árbol tiene en nuetra mente? Diría que no. Simples sistemas. Entonces no entiendo del todo de que se trata. Si uno busca pararse en un lugar determinado, y si no lo busca, lo hace de todas formas, para darle un sentido completo al árbol, a la piedra, o a las relaciones de poder, y todos estos lugares resultan válidos, se deduce que o todos son falsos, o bien todos son verdaderos. Tampoco me cierra esa frase hermosa que Pessoa escribe con uno de sus heterónimos, creo que Reis, y dice algo así como que las cosas son el único sentido oculto de las cosas. Cuando la leí por primera vez, hace ya como cinco años, casi tuve un orgasmo, y reconozco que fue pilar de mi pensamiento durante mucho tiempo, pero algo se comió a esa frase. Es que también ese se convirtió en un delicado y aceitado sistema de pensamiento.
Pienso en que tal vez el error sea justamente eso que nos enseñan a hacer desde muy chicos y con lo que personalmente, recuerdo haber batallado como un chancho: Muchachos, deben indentificarse con algo, no importa con qué, cualquier cosa está bien mientras la entiendan al máximo y puedan no sólo explicar el mundo a través de ella, sinó ganar algunos pesos, y en el mejor de los casos, mejorar dicha cosa y ser pioneros y candidatos al Nobel. Muchachos, ya todos aprendimos que las personas no somos unidades (pero no lo andemos comentando, finjamos que no es así), que ni siquiera podemos mantener la promesa de levantarnos temprano al día siguiente, así que más vale que se pongan a laburar fuertemente para por lo menos generar unidad en la superficie. Ya que no pueden generar su esencia y su conocimiento equilibridamente, construyan su arquetipo PERSONA, lo más sólidamente posible. Ya que no logran ser nada sastifactorio de la piel hacia adentro, sean algo satisfactorio hacia afuera, que todos vean que es posible ser un hombre entero, que todos vean que todos son capaces de eso menos uno mismo. Escondan todas sus multiplicidades bien adentro y aprendan a inventar las excusas más honorables para derrotar a cualquiera de los personajes superfluos que intentan (en general con mucho éxito) salir a la superficie de uno. Es importante que nadie note que somos un quilombo y una máquina de mentirnos. ¡Qué nadie lo note, pues nadie quiere verse reflejado es un espejo tan claro! Vamos, para adelante, agarrando una bandera grande que sirva de vela mientras el viento sople. ¡A esconder los cambios! No hay nada más denigrante en esta sociedad que cambiar de parecer. Asqueroso razgo de debilidad, de falta de perseverancia, de pereza. No es difícil de lograr, se trata sólo de mantener la pantomima, darle continuidad al yo social, excusándose con elegancia y volviéndose loco por adentro.
Es eso, o aceptar el abismo de la ausencia de unidad, y decidir a partir de ahí, de acuerdo al coraje que se decida recolectar, si quedarse con la cabeza en ridículo alto manteniendo la mentira, o destrozar tan arraigado hábito a patadas, piñas y poder megadestructivo volcánico, a ver si ahí, después de tamaña hazaña, es posible encontrar algún sistema que informe algo más que el resto. Si para todo esto hace falta un incendio, bueno será generar fricción. Usar el yo de anoche con el yo de esta mañana, hacerlos garchar durante quince horas seguidas. Si se derritiesen y formaran un individuo único, quedarían cada vez menos.
Fricción para incinerar la ficción.


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