viernes, 19 de julio de 2013

Una paloma te caga la pelada y vas corriendo a la hechicera para que te reponda el porqué. (2011)

Hace años vengo desarrollando una vida entregada a la espiritualidad, término con el cual tuve siempre desaveniencias; que ya no me importan porque debo decir que he llegado a varios sitios interesantes metiéndome en lo más profundo de lo que me creo capaz en este tipo de temas, y así se han relajado mis problemas con el lenguaje, y el significado de las palabras, y lo que realmente quiero decir. Yo no quiero decir nada más que lo que digo. La espiritualidad entonces, no quiere decir mucho más que su significado trivial, o profundo, o nimio, o falto de imaginación, o excelso. Que la valoración la decida el lector. Entonces entiendo por qué entiendo cada vez menos: noto una detención, un letargo permanente en el estado cerebral, y lo que es peor, un orgullo ante esto por quienes, de acuerdo a mi sistema de valoraciones, lo padecen. Sea por la casualidad o la simple fortuita comunión con mi ser innatamente receptivo, adjetivo que recibió hoy mi irrelevante existencia y con el cual no acuerdo en lo más mínimo, (pero démosle lugar), el trabajo espiritual me trae continuamente frutos materiales y concretos. Aquí también, dando por sentado que por términos más bien generales, lo espiritual y lo concreto no conviven. Tampoco concuerdo con esto. Cualquier relación, toda relación, se delimita a la expresión más verdadera de los siglos de los siglos y por lo tanto tan merecidamente trillada: "¿El huevo o la gallina?". La respuesta que yo tengo para eso es: me importa un carajo. Están los huevos, está la gallina, ¿qué importa qué apareció primero? ¿Es la sed de curiosidad y búsqueda de la verdad lo que nos incentiva a tanto desperdicio vital? Nos respondo: chúpenmenoslemosla; yo quiero vivir con la mujer que amo, tocar el bajo, componer música, hacer dinero, pintar cuadros y escribir cosas relajadamente. Sólo por ese último sueño, escribo esto y no estoy haciendo ninguna de las cosas anteriores. Y que quede bien claro; a cada una de estas cosas les entrego día a día lo siguiente: una euforia desenfrenada, la frialdad necesaria y tan característica en mi, el mayor esfuerzo que puede desprender antes de rozar el dolor, toda mi fuente de amor, mis sensaciones de seguridad, de inseguridad, mis miedos, mis condenas astrológicas, mis fallos, mis ilusiones, bla bla bla. Tantas cosas, que no hay ni un centíemtetro disponible para la pereza. Por eso no me acompleja ni me trae cargo de conciencia dormir la siesta, o irme de viaje, o lo que sea. Sentir culpa por dormir la siesta es como creer que Dios lo va a castigar a uno por suicidarse, cuando lo único que quiere ese pobre dios, es tirarse a hacer cucharita con nosotros...pero qué le vamos a hacer, ni él zafa de la graciosa obligación de mantener el orden.

No hay comentarios: