domingo, 21 de julio de 2013

Un recuerdo

No se por qué me acordé de una de las veces en particular que fuimos a la terraza para tirarnos a tomar sol como lagartos que somos. Se me vino en sueños esa tarde. Una imagen concreta: dormirme suavemente sobre tu hombro desnudo. Un perfume, cálido, mezcla de tu piel con el olor de los rayos del sol. El sonido de los autos, el sonido del movimiento de la tierra. Ambos me mecieron como a un bebé. Y más: me sentí a cada momento, menos nacido, menos corpóreo. Fuimos el sonido y la luz del sol y el perfume de la piel que había sido tuya. Lentamente comencé a darme cuenta, alguien, algo comenzó
a darse cuenta, de que esa piel era la piel del Universo entero. Nunca me sentí más enamorado, más agradecido, más real. Llevabas la piel del mundo como tu piel. Cada caricia que te di, se la di a todo lo vivo, y también a mi mismo. Entiendo, que nada hay más hermoso que algo que muestra en sí mismo, con total transparencia, todo el Universo, aunque sea de a chispazos, de a destellos iridiscentes. Cuando los girasoles cubren los campos, también cubren tu piel. Cuando acaricio las flores, disfruto acariciándote. Después me despierto en la terraza, o en mi cama o en una cama cualquiera. No hay nada más. Camino, me lavo los dientes, hablo, pienso. Me doy cuenta: acabo de quedarme dormido. Los sonámbulos sufrimos.

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