sábado, 18 de enero de 2014

21 de mayo de 2012

21 de mayo

Sin espíritu guerrero no se llega a ningún lado. No hablo de llegar a un punto inventado, como puede ser la felicidad o la tranquilidad o todos esos desastres utópicos que nos inculcan desde chiquitos, en especial nuestros padres, diciéndonos: sólo quiero que seas feliz. Mierda, como si la felicidad fuera algo que existe en vez de una simple quimera que hasta de definición parece medio cínica. Un mundo rosa en donde todo lo que ocurre es una caricia suave. Chúpenla y rechúpenla. Esta es la guerra. En la armada te mandan a matar y ser matado, en esta, cotidiana y tal vez por eso más abominable aún, te mandan a morir día a día. ¿Quiénes? Todos a todos, y eso es lo peor. Todos nos mandamos matar entre todos. Nos relacionamos en base a la falta, siempre detestándonos, a menos que nos sirvamos para algo los unos a los otros. Pero no nos servimos los unos a los otros, sinó que le servimos a la configuración que defendemos estúpidamente. Le servimos al trabajo innecesario. Yo vendo música en el subte. Dos temas por vagón. Pasada de gorra. Y así durante tres horas, diciendo el mismo discurso, tocando un repertorio acotado. Es divertido, claro, muchas cosas lo son, pero hay momentos, casi siempre un momento al menos en cada vagón, en que el sinsentido de estar haciendo algo tan pero tan repetido y absurdo, me deshace. Los nervios, la pasión, las ganas, la coherencia. Todo eso me deshace. Y en esos momentos, tal vez es cuando toco mejor que nunca. Cuando no es odio o ventajismo lo que me hace pelear, sinó simplemente las ganas de sobrevivir, cueste lo que cueste, y sobrevivir tanto así ahora, para apenas me libere de Buenos Aires, consiga la liberación también del subte. ¿Para qué? Para entrar en otra cárcel, una nueva, en la que encuentre diversión por la mayor cantidad de tiempo posible.
Esta es mi guerra. Trabajar para no morir, por ahora, para morir al fin. Ya no quiero esperar nunca más una salvación berreta simientada en nimiedades. Al fin y al cabo, todo lo que ha aparecido a lo largo de la historia, y fue usado para sanar, cuerpos o almas o mentes o lo que en cada uno desee creer, ha fallado, eternamente. Desde artefactos hasta filosofías. El puro vacío. De la muerte no se escapa. Las caricias hacen bien. Los besos. Como mamíferos cerebro de barro que somos, eso nos hace bien. Ese confort es inigualable. Para nosotros mismos, tenemos el dote del verbo. De los otros buscamos lo intangible. Lo llamamos en general, amor. Pero en la guerra esta, es fácil tropesarse con su inexistencia. En algo nos equivocamos, siempre. Somos débiles, no podemos aceptar que morimos todo el tiempo, a cada segundo, y que para nacer de nuevo hay que ser un volcán. Estamos cagados por nuestro propio miedo. El miedo a perder lo que tenemos, que es en general tan insignificante, que nos vuelve insignifacantes a nosotros mismos. Y para colmo, somos una máquina de mentir. A los demás y a nosotros. No es una simple deformación de la realidad, es una mentira profunda. Nos creemos libres, pero no somos capaces de dar nada. No tenemos don para la libertad. Tacaños como ninguna especie en el mundo. Hasta las piedras se entregan. Nosotros nos encerramos bien adentro. Nos masturbamos todo el tiempo pero no le damos placer a nadie ni lo recibimos. Así, nos hacemos adictos a la pornografía, sexual y de cualquier tipo. Estamos cagados. Pero bueno, tenemos internet para pasar el rato.

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