sábado, 18 de enero de 2014

24 de mayo de 2012

24 de mayo

Anoche, me acosté muy cansado, muy temprano, a eso de las ocho. Desperté esta mañana cerca de las seis. Un sueño me despabiló. Otra vez los gatos y la nada interior. Estábamos Laura, alguien más, era una mujer, y yo, en un casa. Tal vez fuera ésta, la de Floresta, albergue actual de todos mis pensamientos, actuales, y seguramente albergue eterno del resto de los pensamientos de mi vida. Había un gatito entre nosotros. Ahora lo recuerdo como si fuera Megabyte, el gato que teníamos acá hasta hace poco, y que desapareció la noche del 5 de abril, cuando en una fiesta alguien dejó que saliera a la calle. No volvió, claro. Yo tampoco lo habría hecho. La cuestión del sueño, es que el gato me miraba como traspasándome los ojos, me decía, no hablándome, sinó con la mirada, o con la mente, una especie de telepatía animal, que él estaba solo. Yo le decía que estaba conmigo, que yo estaba con él, pero el insistía: estoy solo, vos estás vacío. A Laura la miraba de la misma manera. Ustedes no tienen nada dentro, parecía decirnos, y recalcaba, estoy solo. La tercera persona, la mujer que no recuerdo, entraba en la habitación, y el gato corría hacia a ella a dar y recibir caricias. Con ella estaba muy a gusto. Luego quedábamos Laura y yo con el gato de nuevo, a solas, y el animal se retraía. Nos miraba con indiferencia, pero no total, con una especie de cuidado. Yo me esforzaba por demostrarle al gato que podía confiar en mi, que tenía algo para darle, pero él se rehusaba a acercarse. Estoy sólo, y ustedes también, parecía decirnos. Solos y vacíos.

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