sábado, 18 de enero de 2014

31 de marzo de 2012

31 de marzo de 2012

Agarré un libro de Artud que le saqué a Laura de la biblioteca el otro día, mientras intentaba ayudarla a hacer la mudanza. Lo empecé a leer recièn y, como me pasó cada vez que me esforcé por leer a Artaud, me sentí más lejos de enteder lo que intenta decir, y mucho más cerca de sentirme desesperado. En dos páginas me hizo pensar que soy, y estoy siendo generoso al no decir somos, un idiota. Me refiero a los que nos ponemos escribir sobre las cosas que pensamos. Y tambièn aquí, siendo generoso, salvando a los que se ponen a pensar en las cosas que piensan. Con ese eterno ánimo refinado de andar explicando el propio dolor, como si lo que la especie necesitara fuera más explicación de propios e individuales dolores. Los que han osado explicar los dolores del mundo, no han hecho más que explicarlo desde su propio dolor, con el vocabulario más pomposo del que son capaces de hacerse, pomposidad que sirve para conquistar mentes ávidas, y subordinar de inmediato mentes perezosas. Vocabulario y citas en post del dominio total de la explicación del dolor de todas las personas. Tremendo poder. Un poder extraño. Hay tipos, que en general representan una generación a punto de desaparecer en manos de la senilidad, que ostentan la siguiente verdad: "todo lo que el hombre hace, lo hace por dinero y/o mujeres". Son pocas las cosas, creo, tal vez sean incontables, que me parecen rotundamente mentira. Una de esas cosas, es ésta tan vacua explicación de la voluntad de mi especie. Me parece que los que desean (¿será correcto decir deseamos? si así es: me lamento con toda la sinceridad que tengo adentro de la mente y de todo lo que me rodea y me forma) transformarse en profesores del dolor, no buscan nada más que poder. Y ese poder para qué; pues para usar la materia prima de la vida como divertimento fundamental. Para enamorar a quién; a si mismos. Para ganar plata con qué; con la lástima ajena.
Me agarró cansancio de explicaciones del dolor. Tal vez sea porque hoy estoy tan dolorido, que la anestesia que mi cerebro decidió suministrarse a si mismo es tan fuerte que hasta eliminó la sensación simple y llana de ser. Y ese cansancio estalló en esta especie de bronca sutil. No hay nadie más que uno para expilcar el propio dolor. De la misma forma que nadie puede explicar lo que se siente al morir, nadie puede explicar lo que siente cuando su propio cuerpo alberga infecciones más propias de la mente que de la carne o las células. Infecciones llamadas tan vaga, vulgar e irrespetuosamente, emociones, y llamadas tan vaga, vulgar e irrespetuosamente, infecciones por mi. Bien, ni tanto problema, de todas formas sigue tratándose del dolor, de la desesperacón, de la ansiedad, o lo que es igual de molesto para uno, la ausencia de alguno de esos sustantivos abstractos.
Hablo de mi dolor. No sería correcto igualarlo con la muerte. Pero sí me parece sensato denominarlo agonía. ¿Y el dolor de hoy? El típico de siempre. Sí es igualable con la muerte su causa. El fin de las cosas. El final del pragmatismo que le da forma a eso que los ingenuos y apurados por denominar llamamos alma. Una muerte que hemos aprendido como recurrente. La, por dar un ejemplo, justificación fantasiosa de la fantástica existencia de la reencarnación.
No estoy listo para superar las muertes de las cosas que me dan forma.

No hay comentarios: