Navidad,
odio la navidad.
Pero hoy dije:
comida y bebida
gratis,
voy aunque sea por
eso.
En la casa de mi
hermana:
La comida estaba
exquisita.
La bebida reinó,
como siempre.
Y ahí estaban todos.
Todos odiando la
navidad,
y a todos los odié
y dos minutos más
tarde
no hacía más que reírme con ellos,
y ellos conmigo.
Odio a Papá Noel,
su estúpido papel.
Y dos minutos más
tarde,
no hacía más que
hacerme pasar por él.
Odio los regalos y su
farsa.
Y cuando unos nenitos
abrieron sus paquetes,
no hacían más que
gritar y reírse de felicidad.
Yo recibí un libro.
Y grité y reí
también.
Mientras,
degustábamos la
comida,
y bebíamos champagne,
y comíamos helado,
y fumábamos flores,
y hablábamos
o callábamos,
y era lo mismo.
Odio los fuegos
artificiales.
Me asomé por la
ventana,
la Luna despegaba
tras una corta hilera de álamos,
movidos suavemente
por el viento.
El cielo se llenó de
luces.
Sonaron los ritmos
más extraños.
Una obra de arte
masiva,
una pintura
espontánea.
- ¡Se gastan hasta
doscientos pesos en esas cosas! -
dijo mi madre,
mientras se limpiaba
una mancha del vestido.
- Son unos boludos -
agregó.
Y yo no lograba ver
otra cosa que esplendor,
era mejor que ver dos
billetes de cien pesos...
mierda que era mejor,
un espectáculo
espléndido...
Y me sentí culpable
por no colaborar con la luz y el sonido,
y orgulloso de mi
especie,
por fabricar tal
arte.
Odio la navidad,
porque sucede muy de
vez en cuando.
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