miércoles, 17 de febrero de 2016

Reflexión en la bici Nº1. El comienzo.

Reflexión en la bici Nº1. El comienzo.

Hace más o menos un mes que terminé mi primer viaje largo en bicicleta. Me quedó muy latente un momento en el que recurrentemente vuelvo a pensar. No me acuerdo exactamente si fue en el trayecto Bahía Blanca – Viedma, o si fue después de La Rinconada en la Ruta 40, en una parte alta y llana. El punto es que a medida que iba andando, unos pájaros, muchísimos pájaros, salían volando y gritando al costado de la ruta. Yo empecé a gritar como ellos, pero en un acto involuntario; digamos, de pronto estaba emitiendo sonidos de ave y así me encontré, muy contento y riéndome. Y entonces seguí imitando a cada pájaro que me cruzaba y también dejé de decirles “hola” a las vacas para empezar a saludarlas con mugidos. Y recordé que cuando tenía pocos años y apenas manejaba el castellano, con los animales me comunicaba así y andábamos bárbaro. De inmediato reconocí que esta no era una particularidad mía, sino que la mayoría de los niños andan al principio comunicándose con las vacas a los mugidos, con los perros a los ladridos, con los pájaros a los gritos, y que cada pájaro tiene su grito y que los nenes se esfuerzan por imitarlos. Eso me llevó a volver a pensar en algo que recuerdo haber aprendido a los quince años porque un tipo que quiero mucho me lo dijo: “en la comunicación es importante a veces tratar de hablar como habla el otro”. Para quien esté familiarizado con la astrología, será grato saber que este tipo es de Piscis y tiene a Mercurio en el mismo signo. Entonces, cuando dejé de gritar porque la ruta se puso silenciosa de nuevo, seguí recordando y entendí que a medida que fui aprendiendo a hablar empecé a hablarles a los animales en castellano y que nunca me entendieron ni una palabra. Y se me aparecieron muchas imágenes de gente, y de mí mismo, retando al perro o al gato y diciéndole cosas cómo “¿No entendés lo que te digo?” o “¡Ya te lo dije mil veces!” y bueno demás frases por el estilo. Ya sé que estas son simples expresiones, y la comunicación aquí tiene más que nada el objetivo de la descarga y de que el perro entienda los gestos y el tono, y no las palabras. Pero esto no es menor: la comunicación tiene el objetivo final y oculto de someter el entendimiento del otro al propio. El tema es que empecé a pensar que hacíamos lo mismo en la comunicación con otras personas. Que todos estamos ciegamente y sordamente hablando nuestro idioma sin contemplar nunca el idioma que el otro habla, y que así andamos, hablando cada vez más, enroscando cada vez más los discursos y alejándonos así de la comprensión. Pensé en el hecho de escribir una palabra en la corteza de un árbol. ¿Qué es eso sino es someter a otro a nuestra forma de comunicación? Pero no sólo sucede en la charla con los demás seres vivos, sino también con nosotros mismos, hacia dentro. El nenito capaz de comunicarse con todo lo que está vivo por carecer de prejuicios ahora es un cosito todo cubierto de capas y más capas de agregados ficticios y se llama adulto. El capitalismo muestra una de sus tantas facetas de mierda al inculcarnos desde guachines que estamos incompletos y que aún no somos. Que podremos ser sólo si nos esforzamos. El éxito, concebido como la consecución de objetos materiales u objetos simbólicos, se presenta como la zanahoria capitalista. Vamos dejando de hablar el idioma de lo que está vivo para empezar a hablar y pensar un idioma mecánico y tecnocrático que tiene como objetivo la utilización de los recursos sólo para provecho personal, la dominación de lo que nos rodea, y eso incluye también a las otras personas. Medimos nuestra felicidad a partir de autos vendidos durante tal año, de la guita puesta en tal cosa, de la cantidad de amantes que hemos tenido. Nuestro sistema económico y político actual es causa y consecuencia de la idea de que teniendo cosas, títulos, honores, etcéteras, seremos merecedores de haber nacido, y que si no tenemos nada de eso, sino logramos adquirir el objeto que creemos que deseamos, o si no tenemos éxito social en nuestra actividad laboral, o si pasamos un tiempo prolongado sin coger, somos unos giles. Y de a poco nos vamos convirtiendo en imagen. Nuestro cuerpo empieza a ser una bola de imágenes. Arriba de la foto de ayer está la de hoy, y luego la de mañana, y así. Engordamos de imagen, pero esa grasa nunca nos pertenece. Y aquel pibito que fuimos termina asfixiado debajo del collage. La sensación de vacío que produce la distancia, la brecha enorme que se forma entre lo que uno es, y la capa superior de lo que creemos que somos, genera la sensación de vacío. La sensación de vacío genera ganas de llenarse, y para llenarnos, sumamos más imagen, que obviamente, nunca llena nada. Yo vengo pensando que el camino es para el otro lado. Que se trata de deshacerse de todo ese agregado, de ese pastiche de recortes de revista y engrudo. Que debajo de todo eso hay una clara muestra de lo que realmente es uno: la tierra. Nosotros, al igual que todo lo vivo, somos la tierra. Intuyo que sólo podremos conectarnos intensamente con ella cuando recordemos cómo se habla su idioma. Que la tierra tiene como único objeto el equilibrio y su auto sostenimiento y no necesita del éxito capitalista del individuo, necesita y aboga por el éxito del sistema total. Intuyo que ese éxito trae consigo la muerte del conflicto existencial que tenemos las personas. En fin, me viene pareciendo que aprender a hablar el idioma del otro, es la manera más adecuada de aprender a hablar con uno mismo, y esta no es una postura filosófica abstracta, sino una postura clara acerca de que debemos cambiar urgente nuestro sistema de valores y nuestras actitudes cotidianas respecto a la relación con todo aquello que está vivo. Eso creo.

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