Reflexión en la bici Nº1. El comienzo.
Hace más o menos un mes que terminé mi primer viaje largo en bicicleta. Me
quedó muy latente un momento en el que recurrentemente vuelvo a pensar. No me
acuerdo exactamente si fue en el trayecto Bahía Blanca – Viedma, o si fue
después de La Rinconada en la Ruta 40, en una parte alta y llana. El punto es
que a medida que iba andando, unos pájaros, muchísimos pájaros, salían volando
y gritando al costado de la ruta. Yo empecé a gritar como ellos, pero en un
acto involuntario; digamos, de pronto estaba emitiendo sonidos de ave y así me
encontré, muy contento y riéndome. Y entonces seguí imitando a cada pájaro que
me cruzaba y también dejé de decirles “hola” a las vacas para empezar a
saludarlas con mugidos. Y recordé que cuando tenía pocos años y apenas manejaba
el castellano, con los animales me comunicaba así y andábamos bárbaro. De
inmediato reconocí que esta no era una particularidad mía, sino que la mayoría
de los niños andan al principio comunicándose con las vacas a los mugidos, con
los perros a los ladridos, con los pájaros a los gritos, y que cada pájaro
tiene su grito y que los nenes se esfuerzan por imitarlos. Eso me llevó a
volver a pensar en algo que recuerdo haber aprendido a los quince años porque
un tipo que quiero mucho me lo dijo: “en la comunicación es importante a veces
tratar de hablar como habla el otro”. Para quien esté familiarizado con la
astrología, será grato saber que este tipo es de Piscis y tiene a Mercurio en
el mismo signo. Entonces, cuando dejé de gritar porque la ruta se puso silenciosa
de nuevo, seguí recordando y entendí que a medida que fui aprendiendo a hablar
empecé a hablarles a los animales en castellano y que nunca me entendieron ni
una palabra. Y se me aparecieron muchas imágenes de gente, y de mí mismo,
retando al perro o al gato y diciéndole cosas cómo “¿No entendés lo que te
digo?” o “¡Ya te lo dije mil veces!” y bueno demás frases por el estilo. Ya sé
que estas son simples expresiones, y la comunicación aquí tiene más que nada el
objetivo de la descarga y de que el perro entienda los gestos y el tono, y no
las palabras. Pero esto no es menor: la comunicación tiene el objetivo final y
oculto de someter el entendimiento del otro al propio. El tema es que empecé a
pensar que hacíamos lo mismo en la comunicación con otras personas. Que todos
estamos ciegamente y sordamente hablando nuestro idioma sin contemplar nunca el
idioma que el otro habla, y que así andamos, hablando cada vez más, enroscando
cada vez más los discursos y alejándonos así de la comprensión. Pensé en el hecho
de escribir una palabra en la corteza de un árbol. ¿Qué es eso sino es someter
a otro a nuestra forma de comunicación? Pero no sólo sucede en la charla con
los demás seres vivos, sino también con nosotros mismos, hacia dentro. El
nenito capaz de comunicarse con todo lo que está vivo por carecer de prejuicios
ahora es un cosito todo cubierto de capas y más capas de agregados ficticios y
se llama adulto. El capitalismo muestra una de sus tantas facetas de mierda al
inculcarnos desde guachines que estamos incompletos y que aún no somos. Que
podremos ser sólo si nos esforzamos. El éxito, concebido como la consecución de
objetos materiales u objetos simbólicos, se presenta como la zanahoria
capitalista. Vamos dejando de hablar el idioma de lo que está vivo para empezar
a hablar y pensar un idioma mecánico y tecnocrático que tiene como objetivo la
utilización de los recursos sólo para provecho personal, la dominación de lo
que nos rodea, y eso incluye también a las otras personas. Medimos nuestra
felicidad a partir de autos vendidos durante tal año, de la guita puesta en tal
cosa, de la cantidad de amantes que hemos tenido. Nuestro sistema económico y
político actual es causa y consecuencia de la idea de que teniendo cosas,
títulos, honores, etcéteras, seremos merecedores de haber nacido, y que si no
tenemos nada de eso, sino logramos adquirir el objeto que creemos que deseamos,
o si no tenemos éxito social en nuestra actividad laboral, o si pasamos un
tiempo prolongado sin coger, somos unos giles. Y de a poco nos vamos
convirtiendo en imagen. Nuestro cuerpo empieza a ser una bola de imágenes.
Arriba de la foto de ayer está la de hoy, y luego la de mañana, y así.
Engordamos de imagen, pero esa grasa nunca nos pertenece. Y aquel pibito que
fuimos termina asfixiado debajo del collage. La sensación de vacío que produce
la distancia, la brecha enorme que se forma entre lo que uno es, y la capa
superior de lo que creemos que somos, genera la sensación de vacío. La
sensación de vacío genera ganas de llenarse, y para llenarnos, sumamos más
imagen, que obviamente, nunca llena nada. Yo vengo pensando que el camino es
para el otro lado. Que se trata de deshacerse de todo ese agregado, de ese
pastiche de recortes de revista y engrudo. Que debajo de todo eso hay una clara
muestra de lo que realmente es uno: la tierra. Nosotros, al igual que todo lo
vivo, somos la tierra. Intuyo que sólo podremos conectarnos intensamente con
ella cuando recordemos cómo se habla su idioma. Que la tierra tiene como único
objeto el equilibrio y su auto sostenimiento y no necesita del éxito
capitalista del individuo, necesita y aboga por el éxito del sistema total.
Intuyo que ese éxito trae consigo la muerte del conflicto existencial que
tenemos las personas. En fin, me viene pareciendo que aprender a hablar el
idioma del otro, es la manera más adecuada de aprender a hablar con uno mismo,
y esta no es una postura filosófica abstracta, sino una postura clara acerca de
que debemos cambiar urgente nuestro sistema de valores y nuestras actitudes
cotidianas respecto a la relación con todo aquello que está vivo. Eso creo.
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