María Inés
sube por el ascensor
va buscando el cielo
que una vez se le escondió.
Oye a los pajaritos cantar
mira a la policía pasar
María Inés va para el cielo
no regresará.
Y si se larga a llover
es María Inés.
Y si se cae un avión
es María Inés.
domingo, 26 de julio de 2015
martes, 14 de julio de 2015
Confusión
Me puse a tocar y cantar Luz del
aire, o Una canastita. El nombre no está claro. En algunos lugares lo llaman de
una manera, en otros de otra. Me la puse a tocar porque la escuché y casi me
largo a llorar y no entendí por qué. Entonces revisé. Me di cuenta primero de esto,
de que no está claro el nombre. Después empecé a revisar la letra. Todo
mientras me bañaba, que descubrí que es el único momento del día en el cual
pienso. Eso también lo descubrí bañándome, en un baño anterior por cierto, pero
cada determinada cantidad de baños lo reconfirmo y un recuerdo muy lejano
aparece diciendo: esto ya fue pensado, allá, en un baño lejano. Entonces
repasando la letra me di cuenta del desorden que hasta ese momento no había
notado. Dice así: Yo soy como la
chicharra/y una canastita llenita de flores/corta vida y larga fama/conservala
siempre vidita que son mis amores/A las orilla de un hombre/y una canastita
llenita de flores/estaba sentado un río/conservala siempre vidita que son mis
amores/afilaba su caballo/y una canastita llenita de flores/y daba agua a su
cuchillo/conservala siempre vidita que son mis amores. Una tremenda
belleza. Una belleza toda mezclada. Pura confusión. Confusión de título,
confusión del orden de las cosas. Confusión del caballo y del hombre y del río
y del cuchillo. O confundido yo todo el tiempo menos ahora que puedo cantar la
canción entendiéndola como es: múltiple. Y repasé, también en el baño en
cuestión, que todo esto empezó una semana atrás con Higuaín errando el penal
contra Chile. Algo raro pasó. Una parte de mi lo festejó. Es como si se me
hubiera contagiado el festejo del público de la tele, porque en el estadio la
mayoría eran chilenos, ni es necesario aclararlo, entonces se escuchaban
festejar. Y después lo metió el Alexis,
y encima picándola. Y fue todo festejo pero yo sabía que estaba mal festejar.
Entonces me pareció adecuado acotar que el General San Martín estaría contento
de todas formas y que estaba bien si ganaba Chile. Pero lo que me aturde es el
por qué. Por qué hubo en mí, durante un partido de fútbol, un principio de
confusión que se extiende hasta hoy, pasando por la canasta llena de flores, y
que encima, se enfatiza. Por qué cambió el sentido de todas las cosas de golpe.
Es cierto que Messi se lleva su parte porque yo lo veo a Messi y si eso no es
el amor, no sé qué es. Pero vi tantos partidos de Messi, y siempre me conmueve,
pero esto era distinto. Pura confusión. Entonces me di cuenta de que podían
pasar dos cosas: o me acababa de enamorar, o acababa de abrirse un espacio adentro
para eso, que es lo mismo. Porque era, es, no sé, esa confusión, la que hace
aparecer la belleza de las cosas, que es lo mismo que hace el enamoramiento, de
lo que sea. No hay otra forma de que emerja la belleza. Y con tanta confusión
va pasando eso: el hombre tiene orillas, el cuchillo bebe agua, el río se
sienta y al caballo se lo afila. Todo se pone mucho más hermoso. Confuso, pero
no menos real. ¿No? Un río sentado. El río está tan sentado. A veces descansa,
a veces irrumpe. A veces no hace nada. Esa es la virtud de la enamoración.
Cambiar las cosas de lugar. Reventar la rigidez. Y mandar todo a la verga del
mono, excepto las flores. Las flores hay que conservarlas como dice la canción.
Viva Chile.
jueves, 28 de mayo de 2015
La vuelta de Gómez
Todo el mar va a salir con todo
por el inodoro
todo el mar va a salir con todo
a chorros del bidet
todo el mar va a lavar los platos
sucios de otros días
todo el mar va a salir por los
agujeros pudorosos.
Cruzaremos el mar igual que un
rayo parte el cielo
abriremos la puerta que una
vez se apareció
y como un huracán revuelve
todo lo que encuentra
revolveremos todo aquello
que nunca existió
corazón
caracolito
dejá de sangrar
que esa herida
no se amiga con la sal
Rumbo al sol
como un suspiro
cambiá de lugar
que la sangre
sólo es sangre y nada más
cantaré
en mi nuevo idioma
ballenas
cruzan plano en diagonal
y al partir
dejaré una estela leve
la marea no sabrá de mi
Todo el mundo me verá volver
repleto de regalos
Todo el cielo me verá llover
los campos de maiz
y los ojos se abrirán al cielo
como girasoles
y la lluvia premiará los ojos
de los atrevidos.
Corazón
caracolito
dejate lavar
que esa herida
a caricias sanará
Como el sol
como un latido
quemate al cantar
que ese fuego
es el fuego de verdad
por el inodoro
todo el mar va a salir con todo
a chorros del bidet
todo el mar va a lavar los platos
sucios de otros días
todo el mar va a salir por los
agujeros pudorosos.
Cruzaremos el mar igual que un
rayo parte el cielo
abriremos la puerta que una
vez se apareció
y como un huracán revuelve
todo lo que encuentra
revolveremos todo aquello
que nunca existió
corazón
caracolito
dejá de sangrar
que esa herida
no se amiga con la sal
Rumbo al sol
como un suspiro
cambiá de lugar
que la sangre
sólo es sangre y nada más
cantaré
en mi nuevo idioma
ballenas
cruzan plano en diagonal
y al partir
dejaré una estela leve
la marea no sabrá de mi
Todo el mundo me verá volver
repleto de regalos
Todo el cielo me verá llover
los campos de maiz
y los ojos se abrirán al cielo
como girasoles
y la lluvia premiará los ojos
de los atrevidos.
Corazón
caracolito
dejate lavar
que esa herida
a caricias sanará
Como el sol
como un latido
quemate al cantar
que ese fuego
es el fuego de verdad
viernes, 13 de marzo de 2015
1
Me construyo, me desarmo
soy mi objeto
el resultado de un control absurdo
el alma desprendida
el cuerpo desestimado.
¿Qué fórmula busco?
¿Qué perfecta aparición espero?
Abrir, cerrar el corazón
salir a buscarlo dentro de todas las cosas.
Qué inocencia
qué infortunio a la fuerza generado
esfuerzo vano.
El corazón no se abre, ni cierra, ni busca
está ahí
en las cosas y los seres
un pulso
un latir permanente
que obstinados llamamos tiempo
perro, caos,
muerte, deseo.
soy mi objeto
el resultado de un control absurdo
el alma desprendida
el cuerpo desestimado.
¿Qué fórmula busco?
¿Qué perfecta aparición espero?
Abrir, cerrar el corazón
salir a buscarlo dentro de todas las cosas.
Qué inocencia
qué infortunio a la fuerza generado
esfuerzo vano.
El corazón no se abre, ni cierra, ni busca
está ahí
en las cosas y los seres
un pulso
un latir permanente
que obstinados llamamos tiempo
perro, caos,
muerte, deseo.
martes, 3 de febrero de 2015
Parténope
Parténope
Lo primero que le pregunté fue qué hacía ahí. Pensé en decirle también que recordaba haberla visto el año anterior, y también el anterior, pero tuve miedo de que me tomara por un psicópata, aunque era obvio, al menos para mí, que ella también me recordaba. Me dijo que le gustaba Saer y que a veces sentía que necesitaba conectarse con él de alguna manera que fuera casi física. Que sentarse a la orilla del Paraná, en ese rellano medio escondido, medio paraíso, era la única forma que encontraba. Le pregunté, con cierta intención maliciosa, si llevaba un osito de peluche en su mochila y se sacaba fotos con él, y me dijo para mi sorpresa, que había leído Modo linterna después de haber comenzado con sus visitas periódicas, y que debía haber mucha gente en el mundo tratando de encontrarse con Saer. Se sorprendió de que yo hubiera leído el cuento también.
Nos quedamos en silencio. ¿Tendría algo que ver Saer con ese sauce que estaba viendo yo ahora? Las hojas se movían chispeantes y por momentos el sol las hacía parecer plateadas. Una rama vieja se desprendió y cayó sobre el río. El sonido sordo del agua golpeada llenó el lugar. Cuatro, o cinco o diez ondas de desplegaron hasta deshacerse en la orilla.
-Pensé que venías por el barco – le dije.
-¿Vos venís por el barco?
-No sé.
Tenía la voz hermosa. No recuerdo su cara, es como si no se la hubiera visto nunca. Trato de concentrarme y dibujar en la mente sus facciones, pero se me vuelve imposible, inabarcable. Tampoco recuerdo sus ojos. Sólo sé que tenía las pestañas larguísimas. Cuando le rocé la mano, fue como tocar la arena caliente.
Vos venís por el barco. Vos venís por el barco. Vos venís por el barco. ¿Yo iba por el barco? Cómo saberlo. Que el lugar fuera casi inhóspito y que frente a mis ojos hubiese un barco abandonado en medio del río, me parecía, por lo menos, romántico. Pero no sabía qué era exactamente lo que me motivaba a ir tan seguido. Temí, por un segundo, que fuera ella.
-Acá no viene nunca nadie. Ni por el barco ni por nada – dijo.
-¿Cómo sabés?
-Te das cuenta. Olé.
Cerré los ojos. Traté de oler lo que ella olía, no estando nada seguro de a qué se refería. Entre el perfume de los pastos y los juncos mojados, se mezcló el del durazno, y debo reconocer que sentí el olor de la ausencia de algo, algo vital. Eso, claro estaba para mí, era lo que ella olía. Me sentí electrizado al verla de reojo respirar profundo y ver claramente que lo que se metía por su nariz era exactamente lo mismo que se metía por la mía. Un perfume liviano, suave. Todo el paisaje, todos los sauces, los ceibos, las espadañas y los frutales. Ahora pienso si no será ese el mismísimo olor que se huele al morir.
-Vamos al barco. ¿Sabés nadar?
-Sí, sé. – Contesté con más seguridad de la que disponía realmente, y le pregunté si ella ya había ido antes alguna vez nadando hasta ahí.
No me contestó. Me pareció que ella nadaba en ese río hacía tres mil años, que estaba hecha de la misma agua, de la misma arena. Medí la distancia que había desde la orilla hasta el barco. No parecía tanta y la corriente era tranquila. Deduje que no iba a tener ningún problema para llegar. Pensé por un segundo en los yacarés y las yararás y terminé súbitamente con el pensamiento cuando levanté la cabeza y ella, habiendo dejado su ropa tirada en la orilla, comenzaba a meterse en el río. Me saqué la mía y la seguí.
El agua, contrario a lo que había imaginado, me resultó extrañamente pesada. Pensé que la costumbre de nadar en el Limay, me estaba jugando en contra, que el Paraná tal vez fuera más barroso y denso. Me costaba patalear y bracear. Ella me sacó diez metros de distancia en algunos segundos, pero no aceleré. Nadar en el río es disolverse. El sonido lejano del agua que envuelve, la caricia constante.
Paré un segundo y me mantuve flotando. Vi que ella ya estaba llegando al barco. La vi trepar por el francobordo como un insecto que se pega a las paredes desafiando la gravedad. Ya en la cubierta, se puso un vestido sobre el cuerpo todavía mojado y se calzó. Sin mirar ni una sola vez hacia atrás, entró en el barco. Las luces del lugar se prendieron. Vi pasar su cabeza por la ventanilla de un camarote, y vi pasar también las de otras mujeres. Ninguna de ellas pareció percatarse de mi presencia. Comencé a nadar nuevamente hacia el barco, ahora con más fuerza.
Esta mañana me dijeron que los remolinos son traicioneros y qué los yacarés están atentos. Que tuve suerte de que un baqueano de los que conocen el río por dentro y por fuera pasara por la zona justo en ese momento. En el cambio de guardia, oí como un médico le contaba a su reemplazante, más joven, mi situación. Lo previno sobre la historia del barco y de la mujer, y le recomendó que me siguiera la corriente, que probablemente fuera producto del trauma, de la asfixia.
Lo primero que le pregunté fue qué hacía ahí. Pensé en decirle también que recordaba haberla visto el año anterior, y también el anterior, pero tuve miedo de que me tomara por un psicópata, aunque era obvio, al menos para mí, que ella también me recordaba. Me dijo que le gustaba Saer y que a veces sentía que necesitaba conectarse con él de alguna manera que fuera casi física. Que sentarse a la orilla del Paraná, en ese rellano medio escondido, medio paraíso, era la única forma que encontraba. Le pregunté, con cierta intención maliciosa, si llevaba un osito de peluche en su mochila y se sacaba fotos con él, y me dijo para mi sorpresa, que había leído Modo linterna después de haber comenzado con sus visitas periódicas, y que debía haber mucha gente en el mundo tratando de encontrarse con Saer. Se sorprendió de que yo hubiera leído el cuento también.
Nos quedamos en silencio. ¿Tendría algo que ver Saer con ese sauce que estaba viendo yo ahora? Las hojas se movían chispeantes y por momentos el sol las hacía parecer plateadas. Una rama vieja se desprendió y cayó sobre el río. El sonido sordo del agua golpeada llenó el lugar. Cuatro, o cinco o diez ondas de desplegaron hasta deshacerse en la orilla.
-Pensé que venías por el barco – le dije.
-¿Vos venís por el barco?
-No sé.
Tenía la voz hermosa. No recuerdo su cara, es como si no se la hubiera visto nunca. Trato de concentrarme y dibujar en la mente sus facciones, pero se me vuelve imposible, inabarcable. Tampoco recuerdo sus ojos. Sólo sé que tenía las pestañas larguísimas. Cuando le rocé la mano, fue como tocar la arena caliente.
Vos venís por el barco. Vos venís por el barco. Vos venís por el barco. ¿Yo iba por el barco? Cómo saberlo. Que el lugar fuera casi inhóspito y que frente a mis ojos hubiese un barco abandonado en medio del río, me parecía, por lo menos, romántico. Pero no sabía qué era exactamente lo que me motivaba a ir tan seguido. Temí, por un segundo, que fuera ella.
-Acá no viene nunca nadie. Ni por el barco ni por nada – dijo.
-¿Cómo sabés?
-Te das cuenta. Olé.
Cerré los ojos. Traté de oler lo que ella olía, no estando nada seguro de a qué se refería. Entre el perfume de los pastos y los juncos mojados, se mezcló el del durazno, y debo reconocer que sentí el olor de la ausencia de algo, algo vital. Eso, claro estaba para mí, era lo que ella olía. Me sentí electrizado al verla de reojo respirar profundo y ver claramente que lo que se metía por su nariz era exactamente lo mismo que se metía por la mía. Un perfume liviano, suave. Todo el paisaje, todos los sauces, los ceibos, las espadañas y los frutales. Ahora pienso si no será ese el mismísimo olor que se huele al morir.
-Vamos al barco. ¿Sabés nadar?
-Sí, sé. – Contesté con más seguridad de la que disponía realmente, y le pregunté si ella ya había ido antes alguna vez nadando hasta ahí.
No me contestó. Me pareció que ella nadaba en ese río hacía tres mil años, que estaba hecha de la misma agua, de la misma arena. Medí la distancia que había desde la orilla hasta el barco. No parecía tanta y la corriente era tranquila. Deduje que no iba a tener ningún problema para llegar. Pensé por un segundo en los yacarés y las yararás y terminé súbitamente con el pensamiento cuando levanté la cabeza y ella, habiendo dejado su ropa tirada en la orilla, comenzaba a meterse en el río. Me saqué la mía y la seguí.
El agua, contrario a lo que había imaginado, me resultó extrañamente pesada. Pensé que la costumbre de nadar en el Limay, me estaba jugando en contra, que el Paraná tal vez fuera más barroso y denso. Me costaba patalear y bracear. Ella me sacó diez metros de distancia en algunos segundos, pero no aceleré. Nadar en el río es disolverse. El sonido lejano del agua que envuelve, la caricia constante.
Paré un segundo y me mantuve flotando. Vi que ella ya estaba llegando al barco. La vi trepar por el francobordo como un insecto que se pega a las paredes desafiando la gravedad. Ya en la cubierta, se puso un vestido sobre el cuerpo todavía mojado y se calzó. Sin mirar ni una sola vez hacia atrás, entró en el barco. Las luces del lugar se prendieron. Vi pasar su cabeza por la ventanilla de un camarote, y vi pasar también las de otras mujeres. Ninguna de ellas pareció percatarse de mi presencia. Comencé a nadar nuevamente hacia el barco, ahora con más fuerza.
Esta mañana me dijeron que los remolinos son traicioneros y qué los yacarés están atentos. Que tuve suerte de que un baqueano de los que conocen el río por dentro y por fuera pasara por la zona justo en ese momento. En el cambio de guardia, oí como un médico le contaba a su reemplazante, más joven, mi situación. Lo previno sobre la historia del barco y de la mujer, y le recomendó que me siguiera la corriente, que probablemente fuera producto del trauma, de la asfixia.
lunes, 19 de enero de 2015
Coser
Coser
A una malla que me compré hace muy poco se le desconoció el costado izquierdo, desde la base del bolsillo hasta la costura de lo que supongo se llamará botamanga, al menos así se llama en los pantalones largos. Deambulé circularmente entre algunas ideas: voy a Wall Mart a que me la cambien, la llevo a una costurera, la tiro y consigo otra total están baratas. La solución más lógica y clara, como suele pasarme, se me presentó mucho más tarde que las insensatas, y la idea de coserla yo mismo no se me apareció en la mente hasta anoche. Acabo de terminar de ponerle un parche. De una sábana vieja que está destinada a trapo, saqué una tirita de 8 cm por 1.5 cm que cosí a mano uniendo ambos extremos de la malla. Ahora la prenda, originalmente azul marino, tiene un vigo floral muy bonito. El trabajo me llevó aproximadamente una hora y media, y si bien me gusta como quedó, la belleza se debe a las flores del parche y no a la prolijidad del remiendo. Pensé en mi abuela, cuyo oficio principal, entre varios, era el de costurera. Pensé que el cuerpo de mi madre había sido nutrido gracias a ese oficio y que por lo tanto también el de mis hermanos y el mío, aunque en menor proporción, habían sido alimentados a base de aguja e hilo. El concepto de sustancia me vino a la mente.
Una hora y media es un montón de tiempo. Pensé en las costureras esclavizadas en Floresta. Yo sé que no es un tema que suela aparecer en las charlas de sobremesa, en las de a orillas del río, en las universidades. Básicamente, es un tema que no aparece, yo no se por qué, pero hablamos de otras cosas, no de las costureras de Floresta que laburan diez mil horas por día por dos mangos. También pensé en las de China. En nuestro consumo enfermo y ciego de prendas hechas en base a la explotación y en nuestra constante preocupación por combatir dicha explotación vestidos con las prendas nombradas. Este sí es un tema conocido y super conocido. No quiero ahondar en las contradicciones.
Pero sobre todo creo que pensé en la arrogancia de los artistas y los intelectuales que se creen poseedores exclusivos del acto creativo. En aquellos que abierta o íntimamente se consideran a sí mismos, y únicamente a sí mismos, como transportadores de la materia sensible. En los que ponderan su actividad como una actividad excelsa y creen erróneamente que han sido elegidos para realizar una tarea que nos ha sido vendida desde Europa y a partir del siglo XVII como suprema. Tremendo buzón venimos comiéndonos. Claro que eso es culpa de todos nosotros, que vanagloriamos ciégamente a un guitarrista o incluso a un médico e ignoramos a una costurera con asombrosa facilidad y perezosa costumbre. Pensé en el menosprecio casi inconsciente de los artistas e intelectuales por los trabajos de los demás, aquellos trabajos que aparentemente no se relacionan con la creatividad. Aseguro que haber tenido que resolver los interminables enigmas a los que me enfrenté a la hora de tener que emparchar mi malla, me llevaron a un punto de creatividad muy alto y sobre todo, genuino. Para entender el don creativo de mi abuela, era necesario dejar de rebuscar, y ponerse a coser. La importancia de realizar actividades diversas y desconocidas volvió revelarse. No hay otra forma de ponerse en el lugar del otro. Una hora y media es mucho tiempo. Todo se mueve muy rápido y es difícil abocarse durante un período largo a una sola cosa, a menos que esa cosa sea a lo que uno típicamente se dedica. Una hora y media dedicado a hacer algo que no sabés te revive.
Pensé, y creo que ya no pensé en nada más, en la carga genérica que tiene colectivamente el hecho de coser. Es absolutamente extraño que esté ligado directamente al género femenino. ¿Qué tiene la mujer que no tenga el hombre que la haga más eficaz a la hora de dedicarse a la costura? Existen los sastres, pero estos no trabajan en las fábricas de Floresta y se dedican además al diseño, que por cierto sí está valorado creativamente, aunque mucho menos que la música o el cine. Además, los sastres o los modistas son tratados generalmente de putos, porque por algún extraño error cerebral, identificamos a la homosexualidad masculina y a la feminidad como atributos directamente relacionados. Así, la poca predisposición para revisar términos e ideas arraigadas, hace que en el mismo campo semántico entren la costura, la feminidad y la capacidad de sentir atracción sexual por un hombre. Tres cosas que intuyo nada tienen que ver la una con la otra. Yo mismo he sido tratado de maricón cuando era chico y remendaba mi ropa. Tal vez por eso en algún momento, para evitar que me tilden de puto, dejé de coser.
Algunos libros hablan del tamaño de las manos. Dicen que en los workhouse que fueron raíces de la revolución industrial en Inglaterra, mujeres y niños eran empleados por el tamaño de sus manos. Yo creo, después de haber cosido hoy, que hemos sido engañados. Estos engaños han hecho que el trabajo de coser haya quedado encasillado entonces como una tarea que sólo pueden realizar las mujeres, que es aburrida, monótona y nada creativa. De hecho se utiliza la frase "coser y cantar" para referirse a algo que no demanda ningún tipo de dificultad. Comprobé que todos estos supuestos son falsos. Que una hora y media cosiendo me ha mostrado mucho más que un año pensando en el hecho de coser, y que coser y cantar a la vez es sumamente difícil.
A una malla que me compré hace muy poco se le desconoció el costado izquierdo, desde la base del bolsillo hasta la costura de lo que supongo se llamará botamanga, al menos así se llama en los pantalones largos. Deambulé circularmente entre algunas ideas: voy a Wall Mart a que me la cambien, la llevo a una costurera, la tiro y consigo otra total están baratas. La solución más lógica y clara, como suele pasarme, se me presentó mucho más tarde que las insensatas, y la idea de coserla yo mismo no se me apareció en la mente hasta anoche. Acabo de terminar de ponerle un parche. De una sábana vieja que está destinada a trapo, saqué una tirita de 8 cm por 1.5 cm que cosí a mano uniendo ambos extremos de la malla. Ahora la prenda, originalmente azul marino, tiene un vigo floral muy bonito. El trabajo me llevó aproximadamente una hora y media, y si bien me gusta como quedó, la belleza se debe a las flores del parche y no a la prolijidad del remiendo. Pensé en mi abuela, cuyo oficio principal, entre varios, era el de costurera. Pensé que el cuerpo de mi madre había sido nutrido gracias a ese oficio y que por lo tanto también el de mis hermanos y el mío, aunque en menor proporción, habían sido alimentados a base de aguja e hilo. El concepto de sustancia me vino a la mente.
Una hora y media es un montón de tiempo. Pensé en las costureras esclavizadas en Floresta. Yo sé que no es un tema que suela aparecer en las charlas de sobremesa, en las de a orillas del río, en las universidades. Básicamente, es un tema que no aparece, yo no se por qué, pero hablamos de otras cosas, no de las costureras de Floresta que laburan diez mil horas por día por dos mangos. También pensé en las de China. En nuestro consumo enfermo y ciego de prendas hechas en base a la explotación y en nuestra constante preocupación por combatir dicha explotación vestidos con las prendas nombradas. Este sí es un tema conocido y super conocido. No quiero ahondar en las contradicciones.
Pero sobre todo creo que pensé en la arrogancia de los artistas y los intelectuales que se creen poseedores exclusivos del acto creativo. En aquellos que abierta o íntimamente se consideran a sí mismos, y únicamente a sí mismos, como transportadores de la materia sensible. En los que ponderan su actividad como una actividad excelsa y creen erróneamente que han sido elegidos para realizar una tarea que nos ha sido vendida desde Europa y a partir del siglo XVII como suprema. Tremendo buzón venimos comiéndonos. Claro que eso es culpa de todos nosotros, que vanagloriamos ciégamente a un guitarrista o incluso a un médico e ignoramos a una costurera con asombrosa facilidad y perezosa costumbre. Pensé en el menosprecio casi inconsciente de los artistas e intelectuales por los trabajos de los demás, aquellos trabajos que aparentemente no se relacionan con la creatividad. Aseguro que haber tenido que resolver los interminables enigmas a los que me enfrenté a la hora de tener que emparchar mi malla, me llevaron a un punto de creatividad muy alto y sobre todo, genuino. Para entender el don creativo de mi abuela, era necesario dejar de rebuscar, y ponerse a coser. La importancia de realizar actividades diversas y desconocidas volvió revelarse. No hay otra forma de ponerse en el lugar del otro. Una hora y media es mucho tiempo. Todo se mueve muy rápido y es difícil abocarse durante un período largo a una sola cosa, a menos que esa cosa sea a lo que uno típicamente se dedica. Una hora y media dedicado a hacer algo que no sabés te revive.
Pensé, y creo que ya no pensé en nada más, en la carga genérica que tiene colectivamente el hecho de coser. Es absolutamente extraño que esté ligado directamente al género femenino. ¿Qué tiene la mujer que no tenga el hombre que la haga más eficaz a la hora de dedicarse a la costura? Existen los sastres, pero estos no trabajan en las fábricas de Floresta y se dedican además al diseño, que por cierto sí está valorado creativamente, aunque mucho menos que la música o el cine. Además, los sastres o los modistas son tratados generalmente de putos, porque por algún extraño error cerebral, identificamos a la homosexualidad masculina y a la feminidad como atributos directamente relacionados. Así, la poca predisposición para revisar términos e ideas arraigadas, hace que en el mismo campo semántico entren la costura, la feminidad y la capacidad de sentir atracción sexual por un hombre. Tres cosas que intuyo nada tienen que ver la una con la otra. Yo mismo he sido tratado de maricón cuando era chico y remendaba mi ropa. Tal vez por eso en algún momento, para evitar que me tilden de puto, dejé de coser.
Algunos libros hablan del tamaño de las manos. Dicen que en los workhouse que fueron raíces de la revolución industrial en Inglaterra, mujeres y niños eran empleados por el tamaño de sus manos. Yo creo, después de haber cosido hoy, que hemos sido engañados. Estos engaños han hecho que el trabajo de coser haya quedado encasillado entonces como una tarea que sólo pueden realizar las mujeres, que es aburrida, monótona y nada creativa. De hecho se utiliza la frase "coser y cantar" para referirse a algo que no demanda ningún tipo de dificultad. Comprobé que todos estos supuestos son falsos. Que una hora y media cosiendo me ha mostrado mucho más que un año pensando en el hecho de coser, y que coser y cantar a la vez es sumamente difícil.
martes, 23 de diciembre de 2014
Plutón
¡Rayo!
vengas de donde vengas
¡Quema!
todo eso que supe ser
¡Calma!
con mi carne toda el hambre que puedas calmar
Quiero ver
como blancos conejitos
se abalanzan
sobre un prado virginal
Quiero ver
como el fuego que fui otrora
rompe el cielo
y lo desangra sobre el mar
¡Rayo!
inaugura el bacanal
¡Parcha!
con mi cuero tu tambor
¡Ponle!
nueva música al espacio que supe dejar
Quiero ver
como dulces pasifloras
se estremecen
penetradas por el sol
Quiero ver
como el vino se entromete
en las hendijas
y apacigua este terral
Quiero ser
solo un punto fijo adentro
de otro punto
y otro punto y otro más
Quiero ver
como cada punto inmóvil
va gestando
simplemente otra explosión
vengas de donde vengas
¡Quema!
todo eso que supe ser
¡Calma!
con mi carne toda el hambre que puedas calmar
Quiero ver
como blancos conejitos
se abalanzan
sobre un prado virginal
Quiero ver
como el fuego que fui otrora
rompe el cielo
y lo desangra sobre el mar
¡Rayo!
inaugura el bacanal
¡Parcha!
con mi cuero tu tambor
¡Ponle!
nueva música al espacio que supe dejar
Quiero ver
como dulces pasifloras
se estremecen
penetradas por el sol
Quiero ver
como el vino se entromete
en las hendijas
y apacigua este terral
Quiero ser
solo un punto fijo adentro
de otro punto
y otro punto y otro más
Quiero ver
como cada punto inmóvil
va gestando
simplemente otra explosión
miércoles, 19 de noviembre de 2014
El carretel
Lo de anoche fue como estar adentro de un lavarropas.
Yo sé que se puede pensar que la vida toda es así,
pero anoche
no sé si fue el calor sofocante
o el ataque continuo de mil mosquitos.
La idea de que había una araña gigante
asomada por el marco de la puerta,
el ir y venir del sueño a la vigilia
no saber nunca en cuál mundo estaba
todas las ideas rejuntadas
amontonadas unas sobre otras
todas inentendibles
¿Cómo es posible entender algo?
Todo mojado revolcado entre las sábanas calurientas.
Debí bañarme cuando volví de correr,
pero tenía tantas ganas de tomar tanta cerveza.
El tiempo lo come a uno.
El tiempo y el calor se unen para dinamitar el sistema nervioso.
A veces la birra lo reestablece
Sólo a veces.
Ya no hago apología del beber.
Y eso me da orgullo.
Lo logré sin conversiones.
Sin
conversiones.
Quise buscar aquel carretel.
El hilo de Ariadna que me regalaste un Año Nuevo
pero está en el cajón de mi mesa de luz.
Me da miedo abrirlo de noche.
Creo que hay algo dentro
algo enorme que se hace chiquito para vivir ahí
y que puede comerme la mano,
o hasta todo el cuerpo incluso.
Tal vez sea el mismo hilo
o tal vez aquella araña duerme ahí
y no en el pasillo.
En fin, no iba a haber ayuda en el cajón.
En un momento vacilé seriamente:
cavilé unos segundos y definí que no
que no.
Que el carretel no,
que me iba a enredar un poco más.
Claro que todo eso fue un autoengaño.
El problema real era la araña.
Ya habría preferido yo enredarme, aunque sólo fuera para distraerme.
Pero necesitaba una espada si quería meter mano en el cajón.
Quise ponerme a escribir
Pero no me salió nada.
Sí una cosa difusa.
Decía que algo buscaba salir a la superficie
pero que estaba trabado.
Aún hoy
sigue ahí,
en la parte de atrás de las orejas.
Creo.
Pensé en una caterva de infudamentalidades y desfundamentos.
Pensé en las madres.
Pensé en la tuya.
¿Cómo estaría?
¿Todavía estaría desmayada en el sillón?
¿Estaría siendo bombardeada por los mosquitos, como yo?
Pensé en la vez que maté el mosquito de revés
en medio de la oscuridad,
y festejamos,
y en las birras,
y en los alfajores esos cordobeses que me matan.
Revisé el concepto de “Adorable”.
El de Barthes.
Lo pensé en inglés.
Lovely se me pegó y empezó a hacer eso,
eso que hacen las palabras cuando se pegan.
Lovely lovely lovely.
Lovely y los mosquitos.
El infierno.
¿Cuál era el ínfimo punto, en tu caso?
¿Unos huecos a los costados de las comisuras, verdad?
Puede ser.
Pero unos particulares, no los típicos huequitos.
Los huequitos en sí mismos no me generan nada.
Nada en sí mismo me genera algo.
Por suerte dos horas más tarde,
algo pasó,
la cabeza se fundió por fin o yo que sé.
El calor sofocante se transformó esta mañana en una lluvia fresca
Espero que al terminar el día pase lo mismo conmigo.
Ya es bien de día,
pero igual.
Todavía me da miedo abrir el cajón,
buscar el carretel,
desenrollarlo,
y que con ese hilo largo,
se despliegue todo lo que tiene atado,
y desarme lo que sea que haya firme en mí,
con la displicencia de un terremoto.
Yo sé que se puede pensar que la vida toda es así,
pero anoche
no sé si fue el calor sofocante
o el ataque continuo de mil mosquitos.
La idea de que había una araña gigante
asomada por el marco de la puerta,
el ir y venir del sueño a la vigilia
no saber nunca en cuál mundo estaba
todas las ideas rejuntadas
amontonadas unas sobre otras
todas inentendibles
¿Cómo es posible entender algo?
Todo mojado revolcado entre las sábanas calurientas.
Debí bañarme cuando volví de correr,
pero tenía tantas ganas de tomar tanta cerveza.
El tiempo lo come a uno.
El tiempo y el calor se unen para dinamitar el sistema nervioso.
A veces la birra lo reestablece
Sólo a veces.
Ya no hago apología del beber.
Y eso me da orgullo.
Lo logré sin conversiones.
Sin
conversiones.
Quise buscar aquel carretel.
El hilo de Ariadna que me regalaste un Año Nuevo
pero está en el cajón de mi mesa de luz.
Me da miedo abrirlo de noche.
Creo que hay algo dentro
algo enorme que se hace chiquito para vivir ahí
y que puede comerme la mano,
o hasta todo el cuerpo incluso.
Tal vez sea el mismo hilo
o tal vez aquella araña duerme ahí
y no en el pasillo.
En fin, no iba a haber ayuda en el cajón.
En un momento vacilé seriamente:
cavilé unos segundos y definí que no
que no.
Que el carretel no,
que me iba a enredar un poco más.
Claro que todo eso fue un autoengaño.
El problema real era la araña.
Ya habría preferido yo enredarme, aunque sólo fuera para distraerme.
Pero necesitaba una espada si quería meter mano en el cajón.
Quise ponerme a escribir
Pero no me salió nada.
Sí una cosa difusa.
Decía que algo buscaba salir a la superficie
pero que estaba trabado.
Aún hoy
sigue ahí,
en la parte de atrás de las orejas.
Creo.
Pensé en una caterva de infudamentalidades y desfundamentos.
Pensé en las madres.
Pensé en la tuya.
¿Cómo estaría?
¿Todavía estaría desmayada en el sillón?
¿Estaría siendo bombardeada por los mosquitos, como yo?
Pensé en la vez que maté el mosquito de revés
en medio de la oscuridad,
y festejamos,
y en las birras,
y en los alfajores esos cordobeses que me matan.
Revisé el concepto de “Adorable”.
El de Barthes.
Lo pensé en inglés.
Lovely se me pegó y empezó a hacer eso,
eso que hacen las palabras cuando se pegan.
Lovely lovely lovely.
Lovely y los mosquitos.
El infierno.
¿Cuál era el ínfimo punto, en tu caso?
¿Unos huecos a los costados de las comisuras, verdad?
Puede ser.
Pero unos particulares, no los típicos huequitos.
Los huequitos en sí mismos no me generan nada.
Nada en sí mismo me genera algo.
Por suerte dos horas más tarde,
algo pasó,
la cabeza se fundió por fin o yo que sé.
El calor sofocante se transformó esta mañana en una lluvia fresca
Espero que al terminar el día pase lo mismo conmigo.
Ya es bien de día,
pero igual.
Todavía me da miedo abrir el cajón,
buscar el carretel,
desenrollarlo,
y que con ese hilo largo,
se despliegue todo lo que tiene atado,
y desarme lo que sea que haya firme en mí,
con la displicencia de un terremoto.
La muerte de Gómez
Somos nadadores errantes
venimos desde tierras distantes
surcando los pantanos fangosos
los océanos bravos
los ríos caudalosos
Somos lo eternos viajantes
llevamos en el pecho un diamante
tu vida es ese punto violeta
que reluce en la cara
superior de mi aleta
Somos siete peces danzantes
y cantamos porque somos cantantes
el tiempo es ese túnel sinuoso
que atraviesa tu mente
con andar sigiloso
¡Danos el placer
al amanecer
danos de comer!
¡Danos tu calor
danos tu atención
sé nuestro anfitrión!
¡Déjanos entrar
danos un lugar
para descansar!
¡No nos temas no
todo irá de diez
somos peces bien!
Somos de Neptuno guardianes
y llevamos adelante sus planes
la Tierra es ese punto mundano
que conforma la linea
más corta de la mano
Somos migradores constantes
fluctuamos porque somos fluctuantes
la espuma que sale de tu boca
es un alma encerrada
transformándose en roca
Somos siete peces andantes
buscamos un octavo integrante
Gómez, a ver si te despiertas
si comienzas el viaje
si atraviesas las puertas
¡Gómez ven acá
vamos a cruzar
juntitos el mar!
¡Gómez es momento
ya de despertar
vamos a pasear!
¡Mueve tus aletas
peina tus escamas
sal ya de la cama!
¡Lávate las barbas
suénate las bránqueas
vamos a jugar!
Gómez vas a despertar
Gómez vas a despertar
Gómez quieres ser
libre y, pececito
vas a poder.
venimos desde tierras distantes
surcando los pantanos fangosos
los océanos bravos
los ríos caudalosos
Somos lo eternos viajantes
llevamos en el pecho un diamante
tu vida es ese punto violeta
que reluce en la cara
superior de mi aleta
Somos siete peces danzantes
y cantamos porque somos cantantes
el tiempo es ese túnel sinuoso
que atraviesa tu mente
con andar sigiloso
¡Danos el placer
al amanecer
danos de comer!
¡Danos tu calor
danos tu atención
sé nuestro anfitrión!
¡Déjanos entrar
danos un lugar
para descansar!
¡No nos temas no
todo irá de diez
somos peces bien!
Somos de Neptuno guardianes
y llevamos adelante sus planes
la Tierra es ese punto mundano
que conforma la linea
más corta de la mano
Somos migradores constantes
fluctuamos porque somos fluctuantes
la espuma que sale de tu boca
es un alma encerrada
transformándose en roca
Somos siete peces andantes
buscamos un octavo integrante
Gómez, a ver si te despiertas
si comienzas el viaje
si atraviesas las puertas
¡Gómez ven acá
vamos a cruzar
juntitos el mar!
¡Gómez es momento
ya de despertar
vamos a pasear!
¡Mueve tus aletas
peina tus escamas
sal ya de la cama!
¡Lávate las barbas
suénate las bránqueas
vamos a jugar!
Gómez vas a despertar
Gómez vas a despertar
Gómez quieres ser
libre y, pececito
vas a poder.
Reabsorción - Manifestación
Cuando la pena llegue a tu zaguán
cuando las papas quemen
cuando el sinsentido reine
cuando el cielo no contemple tu existir
Cuando la suerte afloje sin piedad
cuando los chanchos vuelen
cuando el vino ya no pegue
cuando el faso sólo te haga perseguir
Cuando no encuentres cura a tu dolor
cuando no encuentres novio
cuando te domine el odio
cuando el llanto no te deje respirar
Cuando el miedo te haga tiritar
cuando te sientas sola
cuando nadie te de bola
cuando sientas que no hay chance de escapar
Cuando no haya motivos para le_
vantarte de la cama
cuando no te queden ganas
cuando añores el pasado que se fue
Cuando presa de desesperación
llames a un viejo amante
cuando el cuerpo agonizante
te reclame la presencia del amor
Cuando no entiendas cómo es que pasó
la vida en un segundo
cuando exclames iracundo
“¡Maldición! ¡Me cache en diez! ¡Qué lo parió!”
Cuando ya a nadie llames la atención
cuando a nadie le importes
cuando todos tus consortes
se hagan humo acumulado en un rincón
Cuando ya estés cansada de bailar
borracha en las tarimas
cuando tomes aspirinas
pa dormir y también para despertar
Cuando tu único atisbo de placer
sea ver a San Lorenzo
cuando estés para el descenso
cuando ya nadie te salve de la B
Cuando ya estès cansado de perder
el cabello a montones
cuando expongas moretones
de tanto dartela contra la pared
Cuando tu novio te quiera hacer ver
que no estás a su altura
cuando te trate de oruga
canchereando con hacerte florecer
Duerme tranquilo querido
duerme tranquila querida
mañana será un nuevo día igual
Duerme tranquilo mi vido
duerme tranquila mi vida
pronto vendrá de nuevo otro mundial
Bañate al sol de la tarde
busca en la sombra tu nombre
pronto sabrás que sos parte del mar
Mira a los ojos al perro
cuéntale un cuento a tu niño
ebrio de amor, bailá en la oscuridad
Mira a los ojos al niño
cuéntale un cuento a tu perro
¡Brota del mar prendido fuego!
¡Brota del mar prendido fuego!
¡Brota del mar prendido fuego!
cuando las papas quemen
cuando el sinsentido reine
cuando el cielo no contemple tu existir
Cuando la suerte afloje sin piedad
cuando los chanchos vuelen
cuando el vino ya no pegue
cuando el faso sólo te haga perseguir
Cuando no encuentres cura a tu dolor
cuando no encuentres novio
cuando te domine el odio
cuando el llanto no te deje respirar
Cuando el miedo te haga tiritar
cuando te sientas sola
cuando nadie te de bola
cuando sientas que no hay chance de escapar
Cuando no haya motivos para le_
vantarte de la cama
cuando no te queden ganas
cuando añores el pasado que se fue
Cuando presa de desesperación
llames a un viejo amante
cuando el cuerpo agonizante
te reclame la presencia del amor
Cuando no entiendas cómo es que pasó
la vida en un segundo
cuando exclames iracundo
“¡Maldición! ¡Me cache en diez! ¡Qué lo parió!”
Cuando ya a nadie llames la atención
cuando a nadie le importes
cuando todos tus consortes
se hagan humo acumulado en un rincón
Cuando ya estés cansada de bailar
borracha en las tarimas
cuando tomes aspirinas
pa dormir y también para despertar
Cuando tu único atisbo de placer
sea ver a San Lorenzo
cuando estés para el descenso
cuando ya nadie te salve de la B
Cuando ya estès cansado de perder
el cabello a montones
cuando expongas moretones
de tanto dartela contra la pared
Cuando tu novio te quiera hacer ver
que no estás a su altura
cuando te trate de oruga
canchereando con hacerte florecer
Duerme tranquilo querido
duerme tranquila querida
mañana será un nuevo día igual
Duerme tranquilo mi vido
duerme tranquila mi vida
pronto vendrá de nuevo otro mundial
Bañate al sol de la tarde
busca en la sombra tu nombre
pronto sabrás que sos parte del mar
Mira a los ojos al perro
cuéntale un cuento a tu niño
ebrio de amor, bailá en la oscuridad
Mira a los ojos al niño
cuéntale un cuento a tu perro
¡Brota del mar prendido fuego!
¡Brota del mar prendido fuego!
¡Brota del mar prendido fuego!
Gómez
Gómez quiere irse para el campo
Dice que no aguanta la ciudad
Que la gente ya lo tiene harto
Y que no consigue descansar
Gómez quiere hacer
Algo de lo que vio en internet
Gómez quiere ser
Libre y en el campo va a poder
Gómez quiere irse ya de viaje
Dice que el campo no le va más
Que ordeñar el endureció el semblante
Que se siente solo y sin señal
Gómez va a partir
Por la cordillera va a subir
Gómez quiere ser
Libre y de viaje va a poder
Gómez quiere despertar
Gómez quiere despertar
Gómez quiere ver
El río y tirarse
Gómez quiere ser vegetariano
Dice que así se redimirá
Que una vaca y él son como hermanos
Y la carne es símbolo del mal
Gómez va a comer
Ensalada para trascender
Gómez quiere ser
Libre y sin carne va a poder
Gómez dice que no tiene fuerzas
Que está débil y le cuesta andar
Que es un dogma lo vegetariano
Y él quiere ser libre de pensar
Gómez va a comer
Vaca para aumentar su poder
Gómez quiere ser
Libre y con carne va a poder
Gómez quiere despertar
Gómez quiere despertar
Gómez va a entender
Que la vida es loca
Gómez dice que ya está cansado
Que el viaje no lo excita más
Que le aburre la naturaleza
Y que extraña un poco la ciudad
Gómez va a volver
Gómez va a pagar el alquiler
Gómez quiere ser
Libre y volviendo va a poder
Gómez está muy arrepentido
Dice que detesta la ciudad
Que la vida no tiene sentido
No tiene aliciente ni piedad
Gómez va a morir
Para ver si puede ser feliz
Gómez quiere ser
Libre y sin cuerpo va a poder
Gómez quiere despertar
Gómez quiere despertar
Gómez va a entender
Que la vida es corta
Dice que no aguanta la ciudad
Que la gente ya lo tiene harto
Y que no consigue descansar
Gómez quiere hacer
Algo de lo que vio en internet
Gómez quiere ser
Libre y en el campo va a poder
Gómez quiere irse ya de viaje
Dice que el campo no le va más
Que ordeñar el endureció el semblante
Que se siente solo y sin señal
Gómez va a partir
Por la cordillera va a subir
Gómez quiere ser
Libre y de viaje va a poder
Gómez quiere despertar
Gómez quiere despertar
Gómez quiere ver
El río y tirarse
Gómez quiere ser vegetariano
Dice que así se redimirá
Que una vaca y él son como hermanos
Y la carne es símbolo del mal
Gómez va a comer
Ensalada para trascender
Gómez quiere ser
Libre y sin carne va a poder
Gómez dice que no tiene fuerzas
Que está débil y le cuesta andar
Que es un dogma lo vegetariano
Y él quiere ser libre de pensar
Gómez va a comer
Vaca para aumentar su poder
Gómez quiere ser
Libre y con carne va a poder
Gómez quiere despertar
Gómez quiere despertar
Gómez va a entender
Que la vida es loca
Gómez dice que ya está cansado
Que el viaje no lo excita más
Que le aburre la naturaleza
Y que extraña un poco la ciudad
Gómez va a volver
Gómez va a pagar el alquiler
Gómez quiere ser
Libre y volviendo va a poder
Gómez está muy arrepentido
Dice que detesta la ciudad
Que la vida no tiene sentido
No tiene aliciente ni piedad
Gómez va a morir
Para ver si puede ser feliz
Gómez quiere ser
Libre y sin cuerpo va a poder
Gómez quiere despertar
Gómez quiere despertar
Gómez va a entender
Que la vida es corta
Yo tenía una novia
Yo tenía una novia que no me acuerdo
Como se llamaba pero eso no importa
Lo que si me acuerdo es que ella tenía
Las piernas más lindas que yo he visto nunca
Yo tenía una novia que no me acuerdo
En qué idioma hablaba pero eso no importa
Lo que si me acuerdo es que ella me daba
Los besos más lindos todos en la boca
Yo tenía una novia que no me acuerdo
Como se vestía pero eso no importa
Lo que si me acuerdo es que se desnudaba
E inmediatamente yo me iba pal cielo
Yo tenía una novia que no me acuerdo
Si era buena gente pero eso no importa
Lo que si me acuerdo es que era cariñosa
Porque a mis amigos los mimaba siempre
Yo tenía una novia que no me acuerdo
Si era inteligente pero eso no importa
Lo que si me acuerdo es que era generosa
Piernas, beso y bolas le entregaba al pueblo.
Como se llamaba pero eso no importa
Lo que si me acuerdo es que ella tenía
Las piernas más lindas que yo he visto nunca
Yo tenía una novia que no me acuerdo
En qué idioma hablaba pero eso no importa
Lo que si me acuerdo es que ella me daba
Los besos más lindos todos en la boca
Yo tenía una novia que no me acuerdo
Como se vestía pero eso no importa
Lo que si me acuerdo es que se desnudaba
E inmediatamente yo me iba pal cielo
Yo tenía una novia que no me acuerdo
Si era buena gente pero eso no importa
Lo que si me acuerdo es que era cariñosa
Porque a mis amigos los mimaba siempre
Yo tenía una novia que no me acuerdo
Si era inteligente pero eso no importa
Lo que si me acuerdo es que era generosa
Piernas, beso y bolas le entregaba al pueblo.
Japón
Demos un paseo por las playas
En las que descansa el mar de Japón
Y charlemos de la muerte y del amor
Pero en japonés.
Demos una vuelta por el barrio
El Mondongo puede ser hoy una opción
Y charlemos de la vida y del dolor
Pero en mondongués.
No me digas que
Desde cerca te parece todo igual
No me digas que
Es el aire del otoño lo que te da ansiedad
Vamos de paseo con Roberto
Él tal vez pueda darnos la solución
Y charlemos de la muerte y del dolor
Pero en robertés.
¿Y si nos metemos en el cine?
El silencio puede ser la solución
Y charlemos de la vida y del dolor
Pero sin hablar.
No me digas que
En silencio no se puede conversar
Si cuando me hablás
Yo no cacho tus palabras ni de casualidad
Suave desencanto hay en la habitación
Cuando a la mañana no aparece el sol
Sobre la cortina hay una mancha gris
Mancha que recuerda lo que es ser feliz.
Cuando en el espejo no hay reflejos ya
Vas corriendo en busca de la música
Que disuelve un cuerpo más sobre el colchón
Y deshoja flores blancas de cartón
Suave desencanto hay en la habitación
Cuando en la ventana se refleja el sol
Después de una tarde de llovizna gris
Lluvia que recuerda lo que es ser feliz
Y si en el espejo ahora aparezco yo
Voy corriendo en busca de la música
Para ver si pone todo en su lugar
Y disuelve el sueño eterno de esperar
No me digas que
Desde cerca te parece todo igual
Si cuando mirás
Los ojos te brillan.
Lararalá.
En las que descansa el mar de Japón
Y charlemos de la muerte y del amor
Pero en japonés.
Demos una vuelta por el barrio
El Mondongo puede ser hoy una opción
Y charlemos de la vida y del dolor
Pero en mondongués.
No me digas que
Desde cerca te parece todo igual
No me digas que
Es el aire del otoño lo que te da ansiedad
Vamos de paseo con Roberto
Él tal vez pueda darnos la solución
Y charlemos de la muerte y del dolor
Pero en robertés.
¿Y si nos metemos en el cine?
El silencio puede ser la solución
Y charlemos de la vida y del dolor
Pero sin hablar.
No me digas que
En silencio no se puede conversar
Si cuando me hablás
Yo no cacho tus palabras ni de casualidad
Suave desencanto hay en la habitación
Cuando a la mañana no aparece el sol
Sobre la cortina hay una mancha gris
Mancha que recuerda lo que es ser feliz.
Cuando en el espejo no hay reflejos ya
Vas corriendo en busca de la música
Que disuelve un cuerpo más sobre el colchón
Y deshoja flores blancas de cartón
Suave desencanto hay en la habitación
Cuando en la ventana se refleja el sol
Después de una tarde de llovizna gris
Lluvia que recuerda lo que es ser feliz
Y si en el espejo ahora aparezco yo
Voy corriendo en busca de la música
Para ver si pone todo en su lugar
Y disuelve el sueño eterno de esperar
No me digas que
Desde cerca te parece todo igual
Si cuando mirás
Los ojos te brillan.
Lararalá.
lunes, 17 de noviembre de 2014
"Cartas al Rey de la Cabina" Luis María Pescetti
Querido Habitante en tus Alturas:
Esto que cae
y no es la lluvia
¿acaso crees que no iba a saber que son
tus lágrimas?
Llueve tranquilo,
dulce amor,
ahora que te pesa tu cabina
y que extrañas al mundo (que tanto te duele)
y que bajarás como un ave en su propia mano,
los almanaques te dan la bienvenida
llenos de aire
sin piel.
Tú que hubieras preferido mil veces
olvidarte que acá abajo...
que hubieras querido dejar de pisar la tierra
el cemento, las alfombras.
Allá, sintiéndote seguro en el pequeño cuadrado metal
de tu grúa amarilla.
Esto que cae
y no es la lluvia
¿acaso crees que no iba a saber que son
tus lágrimas?
Llueve tranquilo,
dulce amor,
ahora que te pesa tu cabina
y que extrañas al mundo (que tanto te duele)
y que bajarás como un ave en su propia mano,
los almanaques te dan la bienvenida
llenos de aire
sin piel.
Tú que hubieras preferido mil veces
olvidarte que acá abajo...
que hubieras querido dejar de pisar la tierra
el cemento, las alfombras.
Allá, sintiéndote seguro en el pequeño cuadrado metal
de tu grúa amarilla.
domingo, 2 de noviembre de 2014
Retrospección
Cruzamos el mundo a doscientos mil kilómetros por hora
ciento cincuenta veces por día
en todas las direcciones.
Creamos peces, caballos, flores
gárgolas, dragones, la luz.
Nos deshicimos viéndonos
uno al otro
y a otro.
Reconstruimos a caricias,
los cuerpos hechos ya de nada
Cansados, nos alejamos
por las alcantarillas
hechos agua.
Comunicados por simple vicio
nos ahorcaron los cables
recuperamos la conciencia
volvimos a comunicarnos
sin palabras.
Ahora
te veo
sentada enfrente
los brazos firmes sobre los muslos
los pies sumergidos
en un enorme tarro de miel.
De a ratos los siento
suaves
rozando.
Deshecho,
bajo al fondo del tarro
te vuelvo a encontrar
ahí donde nos conocimos.
ciento cincuenta veces por día
en todas las direcciones.
Creamos peces, caballos, flores
gárgolas, dragones, la luz.
Nos deshicimos viéndonos
uno al otro
y a otro.
Reconstruimos a caricias,
los cuerpos hechos ya de nada
Cansados, nos alejamos
por las alcantarillas
hechos agua.
Comunicados por simple vicio
nos ahorcaron los cables
recuperamos la conciencia
volvimos a comunicarnos
sin palabras.
Ahora
te veo
sentada enfrente
los brazos firmes sobre los muslos
los pies sumergidos
en un enorme tarro de miel.
De a ratos los siento
suaves
rozando.
Deshecho,
bajo al fondo del tarro
te vuelvo a encontrar
ahí donde nos conocimos.
Ulises, James Joyce
La observó echar en la medida, y luego en la jarra, blanca leche espesa, no suya. Viejas tetas encogidas. Volvió a echar una medida y una propina. Anciana y secreta, había entrado desde un mundo mañanero, quizá mensajera. Alababa la excelencia de la leche, mientras la vertía. Acurrucada junto a una paciente vaca, al romper el día, en el fértil campo, bruja sentada en su seta venenosa, con sus arrugados dedos rápidos en las ubres chorreantes. Mugían en torno a ella, y la conocían; ganado sedoso de rocío. Seda de las vacas y pobre vieja: nombres que se le dieron en tiempos antiguos. Una anciana errante, baja forma de un ser inmortal, sirviendo al que la conquistó y alegremente la traicionó: la concubina común de ellos, mensajera de la secreta mañana. Si para servir o para reprender, no sabía él decirlo: pero desdeñaba solicitar sus favores.
El abismo económico, La era de las catástrofes. Eric Howbsbaum.
Para aquellos de nosotros que vivimos los años de la Gran Depresión todavía resulta incomprensible que la ortodoxia del mercado libre, tan patentemente desacreditada, haya podido presidir nuevamente un período general de depresión a finales de los años ochenta y comienzos de los noventa, en el que se ha mostrado igualmente incapaz de aportar soluciones. Este extraño fenómeno debe servir para recordarnos un gran hecho histórico que ilustra: la increíble falta de memoria de los teóricos y prácticos de la economía. Es también una clara ilustración de la necesidad que la sociedad tiene de los historiadores, que son los "recordadores" profesionales de lo que sus conciudadanos desean olvidar.
jueves, 30 de octubre de 2014
Gatos
Y al fin y al cabo,
no serás más que palabras para mí,
sólo una excusa más para involucrarme en el necesario andamiaje.
Seremos los gatos que somos,
eternamente,
y como tales,
solitarios
noctámbulos
vagos y desconfiados.
Alguna noche aislada,
si es que la Luna decide aplicar a favor su histérico magnetismo,
nos encontrará enredados,
empapados de traspiración y saliva alcohólica,
para volver pronto a no ser más que simple y ordinaria ilusión.
Volveremos al estado narcótico.
Nada habrá ocurrido entre medio,
y entegados a un existir latente,
no haremos otra cosa que defecar sobre las explícitas manifestaciones.
Volveremos así,
cada uno a su elemento,
vacíos de palabras y repletos de rasguños,
hasta que, insisto, por alguna decisión absolutamente externa,
acabaremos fundidos,
más allá de nuestra piel,
y veremos esos cuerpos,
entregados al olvido.
miércoles, 12 de febrero de 2014
Corrientes
Hay algo de la muerte que me excita. No en sentido sexual, necrofílico. Una excitación plena, que no se concentra en un punto definido ni del cuerpo ni de la psiquis. Es la excitación de vivir la vida con fruición, sabiendo que a cada momento muere un yo anterior al cual me es cada vez más fácil faltarle el respeto. No hay mayor carga que la del pasado mordiéndome la espalda, agarrándome con toda su fuerza, diciéndome al oído cuánto me ama, cuánto lo amo yo a él, y cuán necesarios somos el uno para el otro. Ancla absurda, dolor de plomo que no se esfuma, como si todo sucumbiera al tiempo, menos lo que fuimos. Soy su instrumento, un títere muerto que en sus manos hábiles parece vivo, independiente y lleno de voluntad, pero todo eso es mentira. Una marioneta que responde a sus deseos, nada más, nada menos. Toda la fuerza vital gastada en hacer convivir en un cuerpo presente, las estructuras falaces que la mente conforma para mantenerme coherente. Pero no hay mayor incoherencia que tratar de meter el mar dentro de un vaso de vidrio. No hay mayor ilusión que creer que el mar es maleable, adaptable, reductible y geometricable. Los deseos actuales son restringidos por el miedo a perder la identidad, una identidad que nada trae de satisfactorio, pero que busca inmortalizarse como si fuera la cosa más importante del universo. El miedo a la muerte carcome toda la existencia. El miedo a que desaparezca el cuerpo, se traslada a cada acto banal y todo accionar es condicionado. El tironeo me desmembra. Hacer convivir la construcción de la identidad con las necesidades actuales es mi agonía. Lo que muere no puede ni debe ser salvado. La muerte debe trabajar con espacio, tranquilidad y confianza.
Tal vez por todo eso le dije que prefería que nos juntáramos en el cementerio, símbolo por excelencia de la inexistencia, símbolo de que nada en este mundo permanece y que aún siendo el lugar más tranquilo y más bello de todo Buenos Aires, está siempre deshabitado. Si íbamos a reunirnos en algún lado, éste debía ser el más próximo a un punto alejado de la tierra, de la mundanidad, del tiempo. Debía cumplir con nuestras necesidades. Teníamos que vernos sin el pasado condenatorio. Del otro lado del río. Si íbamos a juntarnos en algún lugar, debía ser en uno en donde pudiéramos sentir la muerte propia, para que lo que pasara a partir de ahí, fuera sincero, libre, descontaminado, y para que lo que debía quedar en el cementerio, quedara allí, descansando en paz, como una crisálida abandonada para siempre.
Nos encontramos en Lacroze y Corrientes algo después de las tres de la tarde y entramos. Recorrimos el barrio de bóvedas, las casas hermosas en donde viven los muertos que han tenido casas hermosas también en vida. Hasta ahí ha llegado su ansia de permanencia. El cementerio también revela quiénes han poseído más, quiénes menos. El número de flores por tumba no responde a esta característica. Algunas bóvedas sólo han recibido la visita de saqueadores nocturnos o de perros callejeros. Las tumbas ordinarias, por el contrario, no son atractivas en ese sentido. Inmunes al vandalismo, sólo sufren algún ataque climático esporádico. Vimos trabajar a unos carpinteros poco dotados, reconstruyendo algunas cruces derruidas bajo el sol de la tarde de fines de noviembre. Recordé que había llovido torrencialmente dos días atrás y me acordé de aquella historia que se cuenta del cementerio del barrio Mutén, en Neuquén, cuya tierra arcillosa es fácilmente arrasada por el agua. Una lluvia fuerte y concentrada, poco común en la zona, sacó a la superficie féretros y cadáveres por igual. Éstos bajaban muy campantes por la empinada Combate de San Lorenzo, rumbo a alguna zona más baja de la ciudad, que es el mismísimo río Limay. Imaginé el arsenal de carpinteros, canteros, ingenieros, paisajistas y sacerdotes que debían juntarse para reconstruir el cementerio de los muertos y la integridad de los muertos vivos y recordé que necesitaba encontrar un trabajo pronto. Construir ataúdes o ser sepulturero fueron actividades que pasaron por mi mente alguna vez, y que resurgieron al visitar el cementerio, pero el trabajo físico nunca fue de mi preferencia. Cierto es que no hay mejor clientela que los cadáveres, que se amontonan unos sobre otros sin parar.
Recorrimos las galerías de nichos. Ese punto del cementerio, entre todos los puntos, me resultó el más aislado del mundo. El edificio se desenvuelve laberínticamente, y si uno no le presta atención a la nomenclatura de cada zona, detallada en las paredes, es probable que salga por un lugar por el cual no entró. Son tres pisos altos, construidos bajo el nivel de la tierra, conformados por varios pasillos y con paredes repletas de nichos, cada uno de ellos con el mismo Jesús de metal crucificado en el centro de cada cajón de piedra. Su análogo arquitectónico en la vida, es el de un conjunto de edificios de clase media. A esta zona van a parar los cadáveres de la gente que vivió en los edificios de Barrio Norte o en los de Almagro o en monoblocks que no son como los de Dock Sud. En la zona descubierta del cementerio, también están las paredes llenas de nichos, pero éstos no reciben la atención que reciben los de la zona cubierta. Es la zona de las villas y los barrios bajos, en donde las tumbas de los muertos sufren la humedad, el viento, la lluvia inclemente y la desatención del personal encargado del cuidado, tal como le ocurre a su análogo vivo. Las paredes se ven sucias y las flores se secan más rápido.
Así como me distraigo y me dejo perder dentro de un barrio de monoblocks, me dejé distraer y me perdí en la galería de nichos. Recorrí y observé lo más que pude. Hay tanta información que desterrarla podría llevar la vida entera. Ya decodificarla conlleva un esfuerzo importante, un esfuerzo que mi mente no es capaz de realizar. ¿Qué significan las flores de plástico, las cartas que nadie lee? ¿Qué significa el tango que impregna el lugar, saliendo de las radios de los cuartos de limpieza? ¿Qué significo yo cantando (Música del Japón / avaramente / de la clepsidra se desprenden gotas / de eterna miel o de invisible oro / que en el tiempo describen una trama) por los pasillos, los damascos de los árboles del patio que está en el subsuelo inferior, los sonidos de los autos armonizando una melodía idílica? Reconozco el canto suave de los pasos de Irene. ¿Desde cuando lo reconozco? Trato de evitarla, de caminar por galerías distintas. Me gusta oírla, saber que está ahí y que a la vez no. Me gusta pensar que estamos tan juntos como separados, que eso ha sido así y así será siempre. Sé que todavía estamos de este lado del río, bordeando la orilla de una punta a la otra. Que del lado de enfrente parece verse el paraíso, y que a su vez, el paraíso es, como todo, impermanente y que no dista mucho del averno. Escuchar el agua salpicar contra el cuerpo de Irene, métrica, acompasadamente, me hace darme cuenta de que así se percibe el tiempo acá adentro. No hay, bajo la sombra de los techos húmedos que cubren las paredes de nichos, ningún otro indicador de que el tiempo transcurra. Las flores de plástico no se marchitan, las letras de las cartas no se borran, Jesús no resucita.
Me detuve ante un nicho que tenía una foto familiar y una carta con forma de señalador de libro, escrita con computadora y plastificada. La foto nucleaba alrededor de un hombre viejo, una familia grande. El hombre en cuestión se llamaba Tito, y en la carta se expresaban sus dotes de trabajador incansable, de bajo perfil, cuya única motivación era lograr el bienestar de los suyos. Él, estaba silenciosamente orgulloso de que sus hijas y sus nietos hubieran podido ir a la universidad gracias a su trabajo y su altruismo innato. Él, había superado el peso de llegar a un continente desconocido y meter las manos en el cemento y en el agua sucia del puerto. Él lo había hecho todo por los suyos. Los suyos, en agradecimiento, habían contratado a una mujer para que escribiera la suerte de epitafio. Nada había escrito sobre sus noches paseando por los cabarets de Balvanera, sobre sus borracheras interminables, sobre el desencanto que la vida le producía, sobre sus amantes, sobre su afición por hacer explotar sapos con sal y humo. Tito era un héroe y todos necesitamos serlo. Imaginé que podría dedicarme a eso: escribir textos formulares que describieran a las personas como los héroes que no fueron. Me dedicaría a llamar por teléfono a todas las familias de los muertos que yacen en los nichos. Ofrecería mi servicio de escritor, y por una pequeña suma extra, pasaría una vez por mes a dejar flores y mensajes personales. Si pagan mensualmente para mantener a sus muertos ahí, seguramente querrán enviar flores y cartas, yo podría hacer el trabajo, los muertos se sentirían más acompañados y los vivos mejores personas.
Irene me puso las manos sobre los hombros. Tenía las piernas mojadas hasta las rodillas. Vi que yo tenía las mías en las mismas condiciones. Decidimos subir, sin decidirlo, hacia la zona descubierta. Una caravana escoltaba el andar tranquilo de un auto fúnebre. Irene nunca había visto un entierro, así que la insté a que asistiera al primero de su vida. Llegamos hasta la capilla en donde se realizaría la misa y nos sentamos enfrente, en un banco bajo el sol. Ella intentó entrar pero la intimidad de la situación la devolvió a mi lado. Pensé que el gesto triste que cargaba en la cara, era el mismo que cargaba yo, aunque estábamos bien, con el sol como único indicador del mundo exterior. Hace tiempo ya que disfruto estar bajo el sol, que disfruto ese calor, pensé. Que ella declarara el mismo disfrute, como si adivinara lo que yo pensaba, me acarició el pecho. No hay para mi mayor sensación de enamoramiento que aquel que se origina como fruto de la conexión mental, aún con cosas tan insignificantes. La súbita sensación, aunque ilusoria, de no estar completamente solo.
Con la misma determinación con la que hacíamos todo, nos alejamos de la capilla en busca de un claro de césped que estuviera bajo el sol y lejos de las lápidas. En la galería veintiséis, o en la veintisiete, cerca de uno de los asentamientos, encontramos una zona arbolada, donde el pasto aún estaba húmedo. Necesitábamos fumar, porque para poder embarrarnos distraerse era fundamental, así que agarré mi bicicleta y fui en busca de cigarrillos. Salí por el portón de Guzmán y Triunvirato y compré un Phillip Morris en un kiosco de la estación de tren. Volviendo al cementerio decidí comprar también unas flores para celebrar la muerte del pasado. Gasté mis últimos diez pesos en un ramito de jazmines cortados antes de tiempo y volví lentamente, primero por el barrio de bóvedas, bordeando luego las paredes de nichos. Irene estaba acostada sobre una manta con los ojos cerrados y el agua hasta la cintura, pero nadie quería hablar de la inundación. El agua tomaría sus propias decisiones, empaparía a quien quisiera empapar y ninguno de los dos iba a poder a hacer nada para evitarlo. Habíamos llegado hasta ahí caminando por el medio del río. Éste, seguía su curso propio, incansable, irreverente, y no nos fue posible volvernos hacia atrás e ir hasta la orilla, aunque creo que los intentos que garabateamos fueron simulacros torpes y que mojarse estaba bien y era gratificante, y que meter la cabeza bajo el agua era lo que deseábamos. Meter la cabeza y todo el cuerpo y nadar hasta ningún lugar. Nadar hasta desaparecer.
Me senté a su lado, como si no me hubiera ido nunca, sabiendo que en realidad era así, que no había llegado, que no me había ido y vuelto, que no estaba ahí, ni yo, ni ella, ni el eucalyptus que nos refrescaba, ni el pájaro azul tornasolado que cambiaba de lugar imperceptiblemente, cuadro por cuadro. Sentí el poder de Irene. Acostada con los ojos cerrados era capaz de destruir el mundo en el que estábamos y construir uno de inmediato en el que yo no estuviera, o estuviera decapitado. Me moví con cautela, aunque deseando, casi en el fondo, que me destruyera.
Me señaló la estupidez de las hormigas. Quien la nota con tanta claridad, percibe la de los humanos con mayor exactitud. La nuestra, es tanto más evidente que la de cualquier otro ser vivo. Observó que una venía de lejos cargando un pastito gigante que bien podría haber encontrado cerca de la boca de su hormiguero. En vano traté de defender la conducta del insecto. En ese entonces no sabía que más adelante me vería defendiendo la conducta y la inmensidad de los felinos frente a la insalvable superioridad de los dragones, con la misma falta de talento y poder persuasivo que me coronó en La Chacarita. Es que a mi, ahora lo se, no me importaban ni las hormigas, ni los gatos, ni los tigres, ni los dragones. Irene destruye el mundo que me rodea y me habla de los muertos que mueren sólo para volver a morir. Para ella, aunque no lo sepa, los muertos que yacen en los nichos vuelven a morir y a morir de nuevo sin parar. Incluso creo que piensa que no renacen jamás. Que se hunden en el abismo interminablemente y caen en el precipicio de Hades, y nunca tocan el suelo. Lo supe allí, mientras yo silenciosamente contemplaba el ramo de jazmines que acababa de comprar y abría una flor cerrada. Fui separando pétalo por pétalo con extrema delicadeza hasta que la flor se abrió y perfumó el lugar. La hormiga estaba a mitad de camino. Irene tenía la mirada perdida sobre mi hombro. Yo miraba el suelo.
Mi muerte le produjo un desconcierto infantil. Cuando me preguntó cuál era mi mito preferido no supe responder, pero inmediatamente pensé en Asterión. Como con el sol, se adelantó. Dijo Asterión como quien dice cielo, como quien dice que disfruta el calor del sol. Me supe enamorado. Enamorado de la destrucción de mí mismo. Entregado al poder profundo de un alma vieja y sabia disfrazada de una mujer hermosa. Porque yo, aunque también la mirara por sobre el hombro, nos sabía hermosos, eternos.
Hay un beso que hace explotar todos los besos, que elimina los goces del pasado. Cuando sentí su lengua sobre la mía, sabía que estaba entregando el corazón por completo. Sentí, en cada arremolinamiento del cuerpo, como mis órganos iban siendo, poco a poco, suyos. El agua nos tapaba casi por completo. Intenté salir a respirar. No vi ni una orilla, ni una piedra, ni una hormiga, ni un jazmín. Me hundí con toda la lentitud de la que era capaz en ese momento. Todavía me busco en el cordón de la Avenida Guzmán. No estoy ahí. No estoy en ningún lugar. El agua cubre el lugar, pero nadie lo nota.
En El Cano y Forest le dije que de ahí en adelante deberíamos ver qué había quedado dentro del cementerio y qué afuera, pero sabiendo que yo ya no existía, que Irene había destruido todo lo que yo conocía, que el Patricio Banegas que me había acompañado, en apariencia, toda la vida, estaba disuelto para siempre, y que tenía su propio nicho en La Chacarita. Si algo de aquél había quedado, ella lo devoró en esa esquina. Yo se lo entregué con el placer que brinda el servicio perfecto, ese que se otorga y recibe de inmediato, cara oculta del amor.
Un Jesús de bronce, unas flores de plástico, un epitafio tonto decoran mi espacio. Irene me visita de vez en cuando. De reojo vislumbro su nombre bajo el Cristo de bronce de un nicho aledaño. Las nubes ensombrecen el hormiguero entregadas al mismo compás que antes. Las flores siguen cerradas casi por completo. Alguien tararea una melodía hermosa, alguien saca una foto perfecta. Bajo la sombra de un eucalyptus, dos cuerpos delimitan el espacio de Asterión. En El Cano y Forest, el universo colapsa y renace.
Hay algo de la muerte que me excita. No en sentido sexual, necrofílico. Una excitación plena, que no se concentra en un punto definido ni del cuerpo ni de la psiquis. Es la excitación de vivir la vida con fruición, sabiendo que a cada momento muere un yo anterior al cual me es cada vez más fácil faltarle el respeto. No hay mayor carga que la del pasado mordiéndome la espalda, agarrándome con toda su fuerza, diciéndome al oído cuánto me ama, cuánto lo amo yo a él, y cuán necesarios somos el uno para el otro. Ancla absurda, dolor de plomo que no se esfuma, como si todo sucumbiera al tiempo, menos lo que fuimos.
Tal vez por todo eso le dije que prefería que nos juntáramos en el cementerio, símbolo por excelencia de la inexistencia, símbolo de que nada en este mundo permanece y que aún siendo el lugar más tranquilo y más bello de todo Buenos Aires, está siempre deshabitado. Si íbamos a reunirnos en algún lado, éste debía ser el más próximo a un punto alejado de la tierra, de la mundanidad, del tiempo. Debía cumplir con nuestras necesidades. Teníamos que vernos sin el pasado condenatorio. Del otro lado del río. Si íbamos a juntarnos en algún lugar, debía ser en uno en donde pudiéramos sentir la muerte propia, para que lo que pasara a partir de ahí, fuera sincero, libre, descontaminado, y para que lo que debía quedar en el cementerio, quedara allí, descansando en paz, como una crisálida abandonada para siempre.
Nos encontramos en Lacroze y Corrientes algo después de las tres de la tarde y entramos. Recorrimos el barrio de bóvedas, las casas hermosas en donde viven los muertos que han tenido casas hermosas también en vida. Hasta ahí ha llegado su ansia de permanencia. El cementerio también revela quiénes han poseído más, quiénes menos. El número de flores por tumba no responde a esta característica. Algunas bóvedas sólo han recibido la visita de saqueadores nocturnos o de perros callejeros. Las tumbas ordinarias, por el contrario, no son atractivas en ese sentido. Inmunes al vandalismo, sólo sufren algún ataque climático esporádico. Vimos trabajar a unos carpinteros poco dotados, reconstruyendo algunas cruces derruidas bajo el sol de la tarde de fines de noviembre. Recordé que había llovido torrencialmente dos días atrás y me acordé de aquella historia que se cuenta del cementerio del barrio Mutén, en Neuquén, cuya tierra arcillosa es fácilmente arrasada por el agua. Una lluvia fuerte y concentrada, poco común en la zona, sacó a la superficie féretros y cadáveres por igual. Éstos bajaban muy campantes por la empinada Combate de San Lorenzo, rumbo a alguna zona más baja de la ciudad, que es el mismísimo río Limay. Imaginé el arsenal de carpinteros, canteros, ingenieros, paisajistas y sacerdotes que debían juntarse para reconstruir el cementerio de los muertos y la integridad de los muertos vivos y recordé que necesitaba encontrar un trabajo pronto. Construir ataúdes o ser sepulturero fueron actividades que pasaron por mi mente alguna vez, y que resurgieron al visitar el cementerio, pero el trabajo físico nunca fue de mi preferencia. Cierto es que no hay mejor clientela que los cadáveres, que se amontonan unos sobre otros sin parar.
Recorrimos las galerías de nichos. Ese punto del cementerio, entre todos los puntos, me resultó el más aislado del mundo. El edificio se desenvuelve laberínticamente, y si uno no le presta atención a la nomenclatura de cada zona, detallada en las paredes, es probable que salga por un lugar por el cual no entró. Son tres pisos altos, construidos bajo el nivel de la tierra, conformados por varios pasillos y con paredes repletas de nichos, cada uno de ellos con el mismo Jesús de metal crucificado en el centro de cada cajón de piedra. Su análogo arquitectónico en la vida, es el de un conjunto de edificios de clase media. A esta zona van a parar los cadáveres de la gente que vivió en los edificios de Barrio Norte o en los de Almagro o en monoblocks que no son como los de Dock Sud. En la zona descubierta del cementerio, también están las paredes llenas de nichos, pero éstos no reciben la atención que reciben los de la zona cubierta. Es la zona de las villas y los barrios bajos, en donde las tumbas de los muertos sufren la humedad, el viento, la lluvia inclemente y la desatención del personal encargado del cuidado, tal como le ocurre a su análogo vivo. Las paredes se ven sucias y las flores se secan más rápido.
Así como me distraigo y me dejo perder dentro de un barrio de monoblocks, me dejé distraer y me perdí en la galería de nichos. Recorrí y observé lo más que pude. Hay tanta información que desterrarla podría llevar la vida entera. Ya decodificarla conlleva un esfuerzo importante, un esfuerzo que mi mente no es capaz de realizar. ¿Qué significan las flores de plástico, las cartas que nadie lee? ¿Qué significa el tango que impregna el lugar, saliendo de las radios de los cuartos de limpieza? ¿Qué significo yo cantando (Música del Japón / avaramente / de la clepsidra se desprenden gotas / de eterna miel o de invisible oro / que en el tiempo describen una trama) por los pasillos, los damascos de los árboles del patio que está en el subsuelo inferior, los sonidos de los autos armonizando una melodía idílica? Reconozco el canto suave de los pasos de Irene. ¿Desde cuando lo reconozco? Trato de evitarla, de caminar por galerías distintas. Me gusta oírla, saber que está ahí y que a la vez no. Me gusta pensar que estamos tan juntos como separados, que eso ha sido así y así será siempre. Sé que todavía estamos de este lado del río, bordeando la orilla de una punta a la otra. Que del lado de enfrente parece verse el paraíso, y que a su vez, el paraíso es, como todo, impermanente y que no dista mucho del averno. Escuchar el agua salpicar contra el cuerpo de Irene, métrica, acompasadamente, me hace darme cuenta de que así se percibe el tiempo acá adentro. No hay, bajo la sombra de los techos húmedos que cubren las paredes de nichos, ningún otro indicador de que el tiempo transcurra. Las flores de plástico no se marchitan, las letras de las cartas no se borran, Jesús no resucita.
Me detuve ante un nicho que tenía una foto familiar y una carta con forma de señalador de libro, escrita con computadora y plastificada. La foto nucleaba alrededor de un hombre viejo, una familia grande. El hombre en cuestión se llamaba Tito, y en la carta se expresaban sus dotes de trabajador incansable, de bajo perfil, cuya única motivación era lograr el bienestar de los suyos. Él, estaba silenciosamente orgulloso de que sus hijas y sus nietos hubieran podido ir a la universidad gracias a su trabajo y su altruismo innato. Él, había superado el peso de llegar a un continente desconocido y meter las manos en el cemento y en el agua sucia del puerto. Él lo había hecho todo por los suyos. Los suyos, en agradecimiento, habían contratado a una mujer para que escribiera la suerte de epitafio. Nada había escrito sobre sus noches paseando por los cabarets de Balvanera, sobre sus borracheras interminables, sobre el desencanto que la vida le producía, sobre sus amantes, sobre su afición por hacer explotar sapos con sal y humo. Tito era un héroe y todos necesitamos serlo. Imaginé que podría dedicarme a eso: escribir textos formulares que describieran a las personas como los héroes que no fueron. Me dedicaría a llamar por teléfono a todas las familias de los muertos que yacen en los nichos. Ofrecería mi servicio de escritor, y por una pequeña suma extra, pasaría una vez por mes a dejar flores y mensajes personales. Si pagan mensualmente para mantener a sus muertos ahí, seguramente querrán enviar flores y cartas, yo podría hacer el trabajo, los muertos se sentirían más acompañados y los vivos mejores personas.
Irene me puso las manos sobre los hombros. Tenía las piernas mojadas hasta las rodillas. Vi que yo tenía las mías en las mismas condiciones. Decidimos subir, sin decidirlo, hacia la zona descubierta. Una caravana escoltaba el andar tranquilo de un auto fúnebre. Irene nunca había visto un entierro, así que la insté a que asistiera al primero de su vida. Llegamos hasta la capilla en donde se realizaría la misa y nos sentamos enfrente, en un banco bajo el sol. Ella intentó entrar pero la intimidad de la situación la devolvió a mi lado. Pensé que el gesto triste que cargaba en la cara, era el mismo que cargaba yo, aunque estábamos bien, con el sol como único indicador del mundo exterior. Hace tiempo ya que disfruto estar bajo el sol, que disfruto ese calor, pensé. Que ella declarara el mismo disfrute, como si adivinara lo que yo pensaba, me acarició el pecho. No hay para mi mayor sensación de enamoramiento que aquel que se origina como fruto de la conexión mental, aún con cosas tan insignificantes. La súbita sensación, aunque ilusoria, de no estar completamente solo.
Con la misma determinación con la que hacíamos todo, nos alejamos de la capilla en busca de un claro de césped que estuviera bajo el sol y lejos de las lápidas. En la galería veintiséis, o en la veintisiete, cerca de uno de los asentamientos, encontramos una zona arbolada, donde el pasto aún estaba húmedo. Necesitábamos fumar, porque para poder embarrarnos distraerse era fundamental, así que agarré mi bicicleta y fui en busca de cigarrillos. Salí por el portón de Guzmán y Triunvirato y compré un Phillip Morris en un kiosco de la estación de tren. Volviendo al cementerio decidí comprar también unas flores para celebrar la muerte del pasado. Gasté mis últimos diez pesos en un ramito de jazmines cortados antes de tiempo y volví lentamente, primero por el barrio de bóvedas, bordeando luego las paredes de nichos. Irene estaba acostada sobre una manta con los ojos cerrados y el agua hasta la cintura, pero nadie quería hablar de la inundación. El agua tomaría sus propias decisiones, empaparía a quien quisiera empapar y ninguno de los dos iba a poder a hacer nada para evitarlo. Habíamos llegado hasta ahí caminando por el medio del río. Éste, seguía su curso propio, incansable, irreverente, y no nos fue posible volvernos hacia atrás e ir hasta la orilla, aunque creo que los intentos que garabateamos fueron simulacros torpes y que mojarse estaba bien y era gratificante, y que meter la cabeza bajo el agua era lo que deseábamos. Meter la cabeza y todo el cuerpo y nadar hasta ningún lugar. Nadar hasta desaparecer.
Me senté a su lado, como si no me hubiera ido nunca, sabiendo que en realidad era así, que no había llegado, que no me había ido y vuelto, que no estaba ahí, ni yo, ni ella, ni el eucalyptus que nos refrescaba, ni el pájaro azul tornasolado que cambiaba de lugar imperceptiblemente, cuadro por cuadro. Sentí el poder de Irene. Acostada con los ojos cerrados era capaz de destruir el mundo en el que estábamos y construir uno de inmediato en el que yo no estuviera, o estuviera decapitado. Me moví con cautela, aunque deseando, casi en el fondo, que me destruyera.
Me señaló la estupidez de las hormigas. Quien la nota con tanta claridad, percibe la de los humanos con mayor exactitud. La nuestra, es tanto más evidente que la de cualquier otro ser vivo. Observó que una venía de lejos cargando un pastito gigante que bien podría haber encontrado cerca de la boca de su hormiguero. En vano traté de defender la conducta del insecto. En ese entonces no sabía que más adelante me vería defendiendo la conducta y la inmensidad de los felinos frente a la insalvable superioridad de los dragones, con la misma falta de talento y poder persuasivo que me coronó en La Chacarita. Es que a mi, ahora lo se, no me importaban ni las hormigas, ni los gatos, ni los tigres, ni los dragones. Irene destruye el mundo que me rodea y me habla de los muertos que mueren sólo para volver a morir. Para ella, aunque no lo sepa, los muertos que yacen en los nichos vuelven a morir y a morir de nuevo sin parar. Incluso creo que piensa que no renacen jamás. Que se hunden en el abismo interminablemente y caen en el precipicio de Hades, y nunca tocan el suelo. Lo supe allí, mientras yo silenciosamente contemplaba el ramo de jazmines que acababa de comprar y abría una flor cerrada. Fui separando pétalo por pétalo con extrema delicadeza hasta que la flor se abrió y perfumó el lugar. La hormiga estaba a mitad de camino. Irene tenía la mirada perdida sobre mi hombro. Yo miraba el suelo.
Mi muerte le produjo un desconcierto infantil. Cuando me preguntó cuál era mi mito preferido no supe responder, pero inmediatamente pensé en Asterión. Como con el sol, se adelantó. Dijo Asterión como quien dice cielo, como quien dice que disfruta el calor del sol. Me supe enamorado. Enamorado de la destrucción de mí mismo. Entregado al poder profundo de un alma vieja y sabia disfrazada de una mujer hermosa. Porque yo, aunque también la mirara por sobre el hombro, nos sabía hermosos, eternos.
Hay un beso que hace explotar todos los besos, que elimina los goces del pasado. Cuando sentí su lengua sobre la mía, sabía que estaba entregando el corazón por completo. Sentí, en cada arremolinamiento del cuerpo, como mis órganos iban siendo, poco a poco, suyos. El agua nos tapaba casi por completo. Intenté salir a respirar. No vi ni una orilla, ni una piedra, ni una hormiga, ni un jazmín. Me hundí con toda la lentitud de la que era capaz en ese momento. Todavía me busco en el cordón de la Avenida Guzmán. No estoy ahí. No estoy en ningún lugar. El agua cubre el lugar, pero nadie lo nota.
En El Cano y Forest le dije que de ahí en adelante deberíamos ver qué había quedado dentro del cementerio y qué afuera, pero sabiendo que yo ya no existía, que Irene había destruido todo lo que yo conocía, que el Patricio Banegas que me había acompañado, en apariencia, toda la vida, estaba disuelto para siempre, y que tenía su propio nicho en La Chacarita. Si algo de aquél había quedado, ella lo devoró en esa esquina. Yo se lo entregué con el placer que brinda el servicio perfecto, ese que se otorga y recibe de inmediato, cara oculta del amor.
Un Jesús de bronce, unas flores de plástico, un epitafio tonto decoran mi espacio. Irene me visita de vez en cuando. De reojo vislumbro su nombre bajo el Cristo de bronce de un nicho aledaño. Las nubes ensombrecen el hormiguero entregadas al mismo compás que antes. Las flores siguen cerradas casi por completo. Alguien tararea una melodía hermosa, alguien saca una foto perfecta. Bajo la sombra de un eucalyptus, dos cuerpos delimitan el espacio de Asterión. En El Cano y Forest, el universo colapsa y renace.
Hay algo de la muerte que me excita. No en sentido sexual, necrofílico. Una excitación plena, que no se concentra en un punto definido ni del cuerpo ni de la psiquis. Es la excitación de vivir la vida con fruición, sabiendo que a cada momento muere un yo anterior al cual me es cada vez más fácil faltarle el respeto. No hay mayor carga que la del pasado mordiéndome la espalda, agarrándome con toda su fuerza, diciéndome al oído cuánto me ama, cuánto lo amo yo a él, y cuán necesarios somos el uno para el otro. Ancla absurda, dolor de plomo que no se esfuma, como si todo sucumbiera al tiempo, menos lo que fuimos.
martes, 21 de enero de 2014
18 de enero de 2014
18 de enero de 2014
Anoche me quedé absorto leyendo los retazos del diario que fui escribiendo en el 2012. Con el único ánimo de celebrar la superación de los dolores fortísimos que me machacaban en aquellas épocas, subí algunos días al blog. No subí todo por respeto; dos años es muy poco tiempo. Hay en escribir un diario una situación terapéutica doble. Por un lado, el hecho mismo de estar escribiendo en el más puro estado presente posible, me permite, paradójicamente, salirme un poco de mi mismo, observarme con algo más de claridad. Por otro, leer un tiempo después lo escrito, da una buena pauta del movimiento de la vida, de lo realizado en un nivel, si se quiere, espiritual, o de formación de la personalidad. Tanto los dotes del espíritu, como los de la personalidad, siguen apasionándome de igual manera que siempre.
Es bueno ahora, ir a visitar el amor que hubo entre Laura y yo, a la tumba. Saludarlo gratamente, recordarlo con cariño, echarle un par de flores, sonreír y seguir caminando con más fuerza que antes. Haber releído toda la época de la enfermedad del amor, porque el amor es un tercer individuo que también muere, generalmente antes que los dos individuos que le dan vida, idealmente, después de ellos, me llevó a contactarme con ese dolor pero desde un lugar nuevo. Como si ahora pudiera sentir el dolor gracias a las funciones puramente mentales, como la memoria o la empatía con los textos que ya no son míos, pero el resto de mi organismo, cuerpo, emociones, sexo, se mantienen imperturbables, llenos de vida. Una vez que el corazón se parte en dos, lo que viene después lo imagino como un renacimiento constante, productivo, tranquilo.
Me pregunto si habré logrado despersonalizar el amor. Si habré logrado salirme del dolor propio de una vez por todas y pararme sintiendo el dolor de todos los hombres. Haber dejado de hablar del amor como una confusión explosiva que me sucede sólo a mi cuando me está sucediendo, y que no le sucede a nadie más, ni a mi cuando no me está sucediendo.
Hay algo, que no se explicar, que no estoy capacitado para poner en palabras y tal vez no esté capacitado aún para sacarlo de ninguna forma, pero consiste vagamente, en la sensación de que la linealidad está disuelta. Quiero decir, el dolor que se sufrió una vez, no puede volver a sufrirse igual, porque este dolor se sufre continuamente. El amor que se sintió por alguien se continua sintiendo, pero es otro individuo el que lo encarna. Ya no es el objeto amado (como lo denomina Roland Barthes en Fragmentos del discurso amoroso) quien concentra y le da vida a mi amor, sino que ese objeto amado ha pasado a ser un canal de expresión de todo lo que es el amor para mi. Ya no está, como antes, el amor en peligro ante la desaparición del objeto amado. La capacidad de amar se ha vuelto imperecedera y despersonalizada. Curiosamente, eso hace al objeto amado más bello aún, lo llena de singularidad y brillo y le da la vida propia que éste tiene y merece desplegar. Esto refuerza intrínsecamente la cualidad ternaria del amor, el tercer estado continuo. Ya no somos dos amándonos el uno al otro, somos dos amando al tercero que formamos juntos. Pasar de ser dos mitades formando un entero incompleto, a ser dos enteros formando un entero más firme, más autosuficiente, parece ser un buen presagio de continuidad. ¿Continuidad de qué? De cada uno de los individuos, y por lo tanto, del sistema completo.
También fuimos a la rambla de en frente con Coco que por suerte es muy inteligente y sabe andar sin correa. Eso mejoró mucho nuestra incipiente relación. Por suerte hoy no increpó a otros perros y mantuvo un comportamiento mucho más sensato que ayer. En la salida de la mañana, marcó su territorio tranquilamente, hizo su caca y jugamos con un palo un rato. En salida de la tarde, marcó nuevamente su territorio, hizo una nueva caca, y jugó con el mismo palo tranquilamente mientras yo leí por décima vez, como si fuera la primera, Tlon, Uqbar, Orbis Tertius. Un día sin mucho más. Una ida fallida a la pileta, un estudio musical poco concienzudo obstaculizado sobre todo por el calor que me da el sólo hecho de mirar el bajo, unas músicas que no había escuchado antes. No he hablado con nadie más que con el perro Coco ya que estuve todo el día solo. Ni siquiera salí a comprar algo. Un día lleno de paz. Chorreo agua debido al calor, tomo mate muy caliente para confundirme, y creerme que hace frío. Por ahora no está funcionando.
Anoche me quedé absorto leyendo los retazos del diario que fui escribiendo en el 2012. Con el único ánimo de celebrar la superación de los dolores fortísimos que me machacaban en aquellas épocas, subí algunos días al blog. No subí todo por respeto; dos años es muy poco tiempo. Hay en escribir un diario una situación terapéutica doble. Por un lado, el hecho mismo de estar escribiendo en el más puro estado presente posible, me permite, paradójicamente, salirme un poco de mi mismo, observarme con algo más de claridad. Por otro, leer un tiempo después lo escrito, da una buena pauta del movimiento de la vida, de lo realizado en un nivel, si se quiere, espiritual, o de formación de la personalidad. Tanto los dotes del espíritu, como los de la personalidad, siguen apasionándome de igual manera que siempre.
Es bueno ahora, ir a visitar el amor que hubo entre Laura y yo, a la tumba. Saludarlo gratamente, recordarlo con cariño, echarle un par de flores, sonreír y seguir caminando con más fuerza que antes. Haber releído toda la época de la enfermedad del amor, porque el amor es un tercer individuo que también muere, generalmente antes que los dos individuos que le dan vida, idealmente, después de ellos, me llevó a contactarme con ese dolor pero desde un lugar nuevo. Como si ahora pudiera sentir el dolor gracias a las funciones puramente mentales, como la memoria o la empatía con los textos que ya no son míos, pero el resto de mi organismo, cuerpo, emociones, sexo, se mantienen imperturbables, llenos de vida. Una vez que el corazón se parte en dos, lo que viene después lo imagino como un renacimiento constante, productivo, tranquilo.
Me pregunto si habré logrado despersonalizar el amor. Si habré logrado salirme del dolor propio de una vez por todas y pararme sintiendo el dolor de todos los hombres. Haber dejado de hablar del amor como una confusión explosiva que me sucede sólo a mi cuando me está sucediendo, y que no le sucede a nadie más, ni a mi cuando no me está sucediendo.
Hay algo, que no se explicar, que no estoy capacitado para poner en palabras y tal vez no esté capacitado aún para sacarlo de ninguna forma, pero consiste vagamente, en la sensación de que la linealidad está disuelta. Quiero decir, el dolor que se sufrió una vez, no puede volver a sufrirse igual, porque este dolor se sufre continuamente. El amor que se sintió por alguien se continua sintiendo, pero es otro individuo el que lo encarna. Ya no es el objeto amado (como lo denomina Roland Barthes en Fragmentos del discurso amoroso) quien concentra y le da vida a mi amor, sino que ese objeto amado ha pasado a ser un canal de expresión de todo lo que es el amor para mi. Ya no está, como antes, el amor en peligro ante la desaparición del objeto amado. La capacidad de amar se ha vuelto imperecedera y despersonalizada. Curiosamente, eso hace al objeto amado más bello aún, lo llena de singularidad y brillo y le da la vida propia que éste tiene y merece desplegar. Esto refuerza intrínsecamente la cualidad ternaria del amor, el tercer estado continuo. Ya no somos dos amándonos el uno al otro, somos dos amando al tercero que formamos juntos. Pasar de ser dos mitades formando un entero incompleto, a ser dos enteros formando un entero más firme, más autosuficiente, parece ser un buen presagio de continuidad. ¿Continuidad de qué? De cada uno de los individuos, y por lo tanto, del sistema completo.
También fuimos a la rambla de en frente con Coco que por suerte es muy inteligente y sabe andar sin correa. Eso mejoró mucho nuestra incipiente relación. Por suerte hoy no increpó a otros perros y mantuvo un comportamiento mucho más sensato que ayer. En la salida de la mañana, marcó su territorio tranquilamente, hizo su caca y jugamos con un palo un rato. En salida de la tarde, marcó nuevamente su territorio, hizo una nueva caca, y jugó con el mismo palo tranquilamente mientras yo leí por décima vez, como si fuera la primera, Tlon, Uqbar, Orbis Tertius. Un día sin mucho más. Una ida fallida a la pileta, un estudio musical poco concienzudo obstaculizado sobre todo por el calor que me da el sólo hecho de mirar el bajo, unas músicas que no había escuchado antes. No he hablado con nadie más que con el perro Coco ya que estuve todo el día solo. Ni siquiera salí a comprar algo. Un día lleno de paz. Chorreo agua debido al calor, tomo mate muy caliente para confundirme, y creerme que hace frío. Por ahora no está funcionando.
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